DEPORTES • SUBNOTA › OPINIóN
› Por José Francisco Sanfilippo
Llegué al club de la mano de mi padre, después de haber sido uno de los destacados en los Torneos Evita de 1951. Tenía 14 años, pero a los 16 ya estaba practicando con la primera.
Mi viejo quería que fuera a San Lorenzo porque el club tenía todo y era familiar. Yo era un jugador rápido, vivo para encontrar espacios ante defensores fuertes pero lentos, y eso me permitió rápidamente ganar un lugar en la primera cuando recién tenía 18 años.
Jugué con el mágico René Pontoni, a su vuelta de Colombia, en la reserva. El fue la gran estrella de fines de los ‘40, un jugador de galera y bastón. “Nene, no te apures”, me decía.
San Lorenzo ya era un club con enorme popularidad no sólo en Boedo. Toda mi barriada de Parque Chacabuco y también buena parte del Bajo Flores era sanlorencista. Viví los mejores momentos en 1959, cuando ganamos el campeonato casi de punta a punta, en una campaña inolvidable en la que hice 31 goles. No puedo olvidar aquellas marchas que hacían 200 o 300 hinchas, a pie, hasta mi casa, luego de cada triunfo, en el estadio de la avenida La Plata. Eran 10 o 12 cuadras atrás de su goleador, para cuidarme.
Pero después de doce años de primera y siendo ídolo, tuve un conflicto con los dirigentes de San Lorenzo, los que estaban en 1962. Un señor Soriva, escribano creo, fue el que determinó mi suspensión. De no haber sido así, hubiera sido goleador cinco años consecutivos.
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