DEPORTES • SUBNOTA
› Por Pablo Vignone
Intenso. Atrapante. Sensacional. Los 90 minutos de fútbol que regalaron anoche Fluminense y Boca resultaron una acabada muestra del enigma que supone la celebración del fútbol. El equipo argentino fue superior al brasileño en el balance global, pero se quedó afuera de la final de la Copa Libertadores cuando había hecho méritos adecuados pero no los goles suficientes. La injusticia es elemento constitutivo fundamental de la gracia del fútbol; la falta de correlación entre los objetivos, los méritos y el fruto final es la que transforma al fútbol en el más acabadamente pulido espejo de la vida dentro de la esfera del deporte, y la razón de su popularidad. Nadie podría decir que el resultado de anoche certifica la superioridad del fútbol brasileño por sobre el argentino, pero sí teorizar sobre la virtud inédita de esta final 2008 de la Copa, de la que Boca –veteranísimo de estas instancias– queda afuera mientras acceden dos equipos vírgenes, el Fluminense (que hacía 23 años que ni siquiera jugaba el torneo continental) y la Liga de Quito, representante de un país que normalmente ve a sus equipos quedarse sin combustible en la fase inicial. Frente al historial de monarcas de la Champions League, integrado generalmente por la elite de los clubes de Europa, la Libertadores suele mostrar de tanto en tanto (como cuando el modesto Once Caldas fue campeón en 2004) que la imprevisibilidad del fútbol es el principal motivo de su celebración. Aunque, naturalmente, los hinchas de Boca no tengan hoy nada que celebrar...
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