Dom 12.10.2008

DEPORTES • SUBNOTA  › TODAS LAS MIRADAS SOBRE EL 10 EN UNA SEMANA ESPECIAL

Román, de mayor a menor

Arrancó en gran nivel, metió un pase genial que abrió el partido, pero se desdibujó después, lo amonestaron y fue reemplazado. En el repaso individual cuesta encontrar a un jugador argentino destacado.

› Por Daniel Guiñazú

Si Juan Román Riquelme hubiera jugado los noventa minutos del partido ante Uruguay como lo hizo en los primeros treinta, se habría reencontrado con la mejor versión de sí mismo, y hasta se habría reconciliado con todos aquellos que últimamente lo vienen criticando, con razón y sin ella. Pero como no pudo sustraerse al barullo y las asperezas del segundo tiempo, cuesta señalarlo como la figura de un desarrollo que, en verdad, no las tuvo. Además, fue amonestado en la segunda etapa por haber ejecutado un tiro libre sin la autorización del árbitro Carlos Torres, acumuló su segunda tarjeta amarilla en lo que va de las Eliminatorias y, por lo tanto, se quedará al margen del partido del miércoles ante Chile en Santiago.

Desde antes que la pelota se pusiera en marcha, Riquelme atrajo todas las miradas. Sin querer, fue el hombre de la semana en el fútbol argentino. Y todo lo que dijo y se dijo de él en estos siete días, tuvo su caja de resonancia en el Monumental. Román amagó devolver tanta expectativa con una actuación suprema. Arrancó seguro, preciso con la pelota en el toque corto y en la pegada larga, e inteligente para moverse a espaldas de Eguren y Diego Pérez, los dos volantes centrales de Uruguay. A los cinco minutos, le puso la pelota en la cabeza a Messi para anotar el primer gol de los argentinos. Y luego, volcado sobre la derecha, habilitó al propio Messi con un taco lujoso que levantó una oleada de admiración en el estadio. Riquelme era entonces el eje, la medida de todas las cosas.

Pero de pronto apareció en escena el Román que nadie quiere. Lo amonestaron a los cuatro minutos del segundo tiempo. Y a partir de allí, como todos, perdió protagonismo y ganó en ofuscación. Jugó poco, protestó a cada paso, se trabó en discusiones inútiles, y no pudo poner la pelota bajo su suela para que la selección recobrase la calma y el fútbol desencontrados. A los 26 minutos, Basile decidió cambiarlo por Cristian Ledesma. Se marchó aplaudido, no más que eso. El concierto futbolero que despejara las dudas y renovara los asombros quedó para otro momento.

Del resto de la Selección hay poco para decir. Nadie decepcionó. Pero nadie enamoró. Tal vez la pujanza de Tévez y el despliegue de Cambiasso en el medio de la cancha y arriba también, merezcan cierto reconocimiento. Pero ninguno asomó la cabeza por encima del resto. Más allá de sus goles, Messi y Agüero volvieron a dejar gusto a poco. Carrizo, Zanetti, Heinze y Mascherano cumplieron y punto, Demichelis y Burdisso pelearon más de lo que jugaron. Y Ledesma, Diego Milito y Cata Díaz no tuvieron tiempo para cambiarle el rumbo de una actuación demasiado ordinaria, más allá de lo necesario de la victoria.

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