DEPORTES • SUBNOTA › FINAL POR AHORA FELIZ PARA LA CONTINUIDAD DEL ENTRENADOR
› Por Gustavo Veiga
En el país de Maradonia, lo que suma el ídolo, lo resta el técnico. La mano de Dios de México 86 no se nota en esta Selección, su Selección, veintitrés años después. Diego mandó regar el césped del Monumental y el partido con Perú terminó bajo un diluvio. Le echó agua al agua. Diego hizo siete cambios –respecto de la derrota con Paraguay– y el equipo no mejoró. Al contrario, declinó. Diego no le encuentra la vuelta al juego y por eso pasamos del delirio místico de evocar las grandes hazañas de su época como jugador a ésta, más terrenal, porque el Diego técnico es de carne y hueso, falible, y cada vez más permeable a las críticas que lo despedazan. No es este el caso. Son críticas, a secas.
El milagroso gol de Palermo, así como nos acercó un poquito más al Mundial de Sudáfrica, sirvió para persuadirnos de que no tenemos demasiado futuro con este nivel. Pero es tan grande la fuerza que todavía irradia el Maradona jugador, su imagen expansiva que todo lo puede, que el técnico toma impulso y sigue, cuando cualquiera en su lugar ya hubiera quedado afuera de la Selección. El Coco Basile renunció por mucho menos que esto. Es que a Diego se le perdonan sus pecados porque es básicamente un pecador futbolístico, que no respeta ningún canon.
Julio Grondona sabe que tiene un problema desde que lo contrató y él, el técnico, empezó a desconcertar con medidas que llevan su sello de hombre compulsivo, que toma riesgos sin importarle los costos. Cuando el primer tiempo se había consumido con un empate magro que no apuntalaba el sueño de ir a un nuevo Mundial, un periodista en el palco de prensa confesó: “Es increíble, pero Diego, aún cuestionado como está, si nos clasificamos va a dirigir en Sudáfrica. Me lo dijeron los tipos que ponen la plata en la AFA, los de Santa Mónica”.
Entonces, nada de Bilardo ni de un Plan B ni de moverle el piso al ídolo que haría tronar el escarmiento si alguien osara desplazarlo de donde está, ese lugar que se ganó en buena ley. Ni siquiera el presidente de la AFA puede con él que, al fin de cuentas, hace lo que quiere y hasta impone condiciones. Como el otro día, cuando se mostró de- safiante en una rueda de prensa.
Si esta historia tiene un final feliz, la Selección consigue el pasaje a Sudáfrica y la pesadilla de los malos partidos en serie queda de lado, Diego, como tantas otras veces, resurgirá fortalecido, más fortalecido que nunca. Que a él no le hablen de tácticas sesudas ni de cambios acertados, providenciales. En su dimensión de técnico, todavía es capaz de hacer milagros. Está en su naturaleza. Aunque la mano de Dios se la haya dado Palermo.
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