Mar 09.11.2010

DEPORTES • SUBNOTA

Lo condenó un pasado ajeno

› Por Pablo Vignone

El River de Cappa no cumplió con las expectativas, digamos. Ni la de los hinchas más sensibles (no digamos la de los más fanáticos) ni la de los que creemos que otro fútbol es posible. Ese incumplimiento genera, según sea el caso, desilusión o bronca. Sin embargo, bajo ningún punto de vista se justifica la decisión de separar al entrenador de su cargo (y de su ilusión). Ni siquiera bajo la lógica inapelable de los resultados, que se acepta tan mansa e indecorosamente como la ley de los mercados.

Las explicaciones que no dio ayer la dirigencia de River podrían pasar por lo obvio ante la circunstancia: la oxigenación, la necesidad de dar un shock de confianza, la urgencia de renovar un proceso que no produce éxito. Solo convencerían a aquellos que han pretendido –y empujaron siempre que estaba a su alcance– la salida de Cappa simplemente porque no se bancaban al personaje.

Quizás el equipo hizo todo lo posible para enviar a su conductor a la hoguera porque, curiosamente, a diferencia del Boca de Bianchi que nunca arrancó, la Banda involucionó. En el entrenamiento de ayer hubo cuestionamientos en el plantel con algunos futbolistas que pusieron por delante su propio interés en desmedro del común. Cappa aceptó haber cometido errores en esta campaña: quizá lo que más llegue a cuestionarse cuando haga su balance sea el no haber sido capaz de convencer a los jugadores de la belleza de su propuesta.

Sin embargo, es evidente que no puede sostenerse la razonabilidad de este desenlace ni aun con la tabla más estricta. Que River no haya satisfecho los sueños de los que suman punto sobre punto ni, tampoco, el de los que gozan del juego no puede ser la causa de un juicio sumario a su entrenador.

En este torneo, River ha sumado tantos puntos como el elogiado equipo de Banfield o el pragmático de Racing, a pesar de no haber podido plasmar tantas saludables intenciones. A su rendimiento se lo ha juzgado en general con un criterio mucho más escrupuloso que a otros que no han hecho tanto por respetar la esencia del juego. Pero al técnico sacrificado, finalmente, lo condena un pasado que ni siquiera es el suyo.

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