DEPORTES • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Pablo Vignone
Ignorando que la Asamblea del año XIII abolió los títulos de nobleza hace casi doscientos años, los atribulados hinchas de River que todavía siguen sin creer que el equipo más campeón de Primera haya podido perder la categoría rumian su pena infinita, su rabia, su bronca, buscando culpables, alimentada esa furia por la prensa sensacionalista, electrónica y de la otra, que goza de la creación de panoramas apocalípticos para generarse variados beneficios. Inclusive políticos.
Así es que pueden presenciarse auténticas cazas de brujas mediáticas, que contagian al inocente hincha común y que, en general, libran de responsabilidad a los futbolistas –como si no fueran ellos los que no pudieron meter la pelotita adentro del arco rival, que de eso se trata el fútbol, evitar tocarla con la mano en el área o no introducirla en el arco propio cuando va afuera– mientras les apuntan con minucia desvergonzada a los entrenadores o, con más fiereza, a los dirigentes. En esa caza se produce un fenomenal operativo distractivo, en procura de diluir aberraciones cometidas en el pasado para cargar las tintas sobre el presente. Como si el descenso fuera cosa de dos partidos de Promoción.
En noviembre de 2009, este periodista publicó aquí: “Después de ocho ejercicios con superávit, el último por apenas un millón de pesos, la gestión de José María Aguilar concluye en River con un fabuloso déficit superior a los 41 millones de pesos, más de 10 millones de dólares, para el período que concluyó el 31 de agosto pasado. Un catastrófico signo de despedida para un turbulento tiempo de gestión iniciado a fines de 2001. El balance largamente deficitario fue aprobado por la Comisión Directiva el mismo día en que se inauguró el Museo River, al cual se le atribuyeron gastos por más de 10 millones de pesos”. En ese entonces coincidían con esta apreciación periodistas que hoy diatriban contra el sucesor de Aguilar, Daniel Passarella, cayéndole encima con una saña que ahorraron o de la que no disponían entonces.
¿Es Passarella responsable de lo sucedido? ¡Seguro! Hace un año y medio que ejerce de manera absoluta el poder en River.
¿Es el único responsable? Un absurdo.
¿Es el máximo responsable? Ni por asomo, aunque sea cuestionable su complicidad para sostener la condición impune de Aguilar: la auditoría a medio camino y sin publicidad da prueba suficiente de ello. Acaso también por esa razón fue que Passarella prepeó a Julio Grondona en Viamonte 1366. ¿Intuía ya que, mientras la AFA mantuviera la protección oficial a Aguilar, el incendio solo iba a abrasarlo a él?
En esa nota del 13 de noviembre de 2009, se afirmaba: “Este balance, que muestra un rojo de 41.014.658 pesos, sincera una situación que venía emparchándose desde hacía varias temporadas, cuando se incluían en las cuentas dinero a cobrar por futuras transferencias o se arreglaban urgentes ventas de porcentajes de jugadores para que el haber superara al debe. De todas maneras, el abismo entre el tenor de los últimos superávit y el tamaño de este fenomenal déficit no deja de ser llamativo”.
Casi una semana después de aquella noticia gravísima y de la que pocos riverplatenses se hicieron eco pese a lo llamativo de la situación, Aguilar reaccionó. Sus respuestas fueron publicadas en la edición del 19 de noviembre: “Es justo y necesario explicar algunas cosas”, señaló Aguilar durante la presentación de la universidad de River. “El 50 por ciento de los ingresos del club se producen por venta de los jugadores y River en este último año no vendió (...) Creemos que lo más atinado, y lo dejamos en claro, es que de esto se tiene que encargar la próxima comisión directiva (...) El equipo está 13º en el campeonato, eso no es bueno, hace un año y cuatro meses que no sale campeón, pero éste es un club que tiene todos los empleados al día, no hay deuda impositiva, tenemos un museo, una universidad (...) No hay nadie que haya ganado más en el ámbito local (...) ¿Descenso? Hay muchos puntos de diferencia y tengo la garganta preparada para pelear por el próximo campeonato, hay un futuro enorme con Mauro Díaz y con (Daniel) Villalva, entre otros.”
Pese a las explicaciones endebles o delirantes, Aguilar salió indemne de semejante descalabro. Todavía lo está. ¿Y qué pasó con ese futuro al que apelaba? De los seis torneos que River jugó en el período 2008/2009 a 2010/2011, los que lo condenaron a la Promoción, los tres primeros se disputaron bajo su conducción, los tres últimos con Passarella. Aquel período vio a River, sucesivamente, último, 8º y 13º; en el lapso reciente, River se clasificó 13º, 4º y 9º. ¿Promedios? Etapa Aguilar, 13,66; era Passarella, 8,66.
En los seis torneos consiguió las siguientes cantidades de puntos: 14, 27, 21, 22, 31, 26. Si River hubiera repetido en este Clausura 2011 la marca del Apertura 2010, se habría salvado cómodo (y la diferencia fueron sólo cinco puntos), pero mirado por temporada, la cuenta da: 41 puntos (era Aguilar), 33 puntos (era compartida), 57 puntos (era Passarella). Desde los números, no da ni siquiera como para afirmar que la responsabilidad es 50 y 50.
Mirado en función del técnico que dirigió en cada etapa, una responsabilidad que a lo sumo los futbolistas pueden compartir con el entrenador, el panorama es el siguiente: River con Diego Simeone: 23 por ciento de los puntos en juego; River con Gabriel Rodríguez: 26 por ciento; River con Néstor Gorosito: 41 por ciento; River con Angel Cappa: 50 por ciento; River con Juan José López: 49,3 por ciento. La conclusión es obvia: los dos entrenadores con los que el equipo sumó más puntos fueron los elegidos por el actual presidente.
Durante este último año y medio, pero especialmente en el tramo final, Passarella pecó de autoritario y soberbio, y subestimó el delicado panorama deportivo enancado en la superioridad histórica de River y en la creencia de que tal superioridad haría torcer, en últimas instancias mágicamente, el infernal rumbo de la Promoción. Sin embargo, cuesta creer que la cadena de errores que signaron su gestión haya tenido una matriz esencialmente dolosa.
Esa cadena de pasos en falso no se ha roto pese a la debacle. La designación de Matías Almeyda puede haber resultado una fabulosa operación política para ganar tiempo y restarle la iniciativa a la oposición, que sueña con un golpe de estado, pero como decisión deportiva es una incógnita que, de paso, atenta contra la única maniobra de grandeza que hoy River se debe a sí mismo. Reconocer la situación en la que se encuentra, asumir la realidad. Cuanto antes lo haga, más pronto iniciará el camino que, con juego y resultados acordes, puede devolverlo a Primera.
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