DEPORTES • SUBNOTA › LA SELECCIóN ESTá DE RACHA
› Por Pablo Vignone
Conducido por Alejandro Sabella, el seleccionado argentino se convirtió en un equipo on the record. Va más allá del afán declamatorio del entrenador, que con honestidad sabe reconocer falencias, pero se inscribe en esa tónica a partir de los resultados que va enhebrando en las Eliminatorias. El de ayer en el Monumental es el segundo record consecutivo del equipo: venía de perder por primera vez en la historia contra Venezuela, y en esta ocasión no pudo impedir que la selección de Bolivia se llevase por primera vez de Buenos Aires un punto de Eliminatorias. Guinness no lo habría querido más interesante.
Los puristas podrán señalar, al cabo, que este empate es el segundo consecutivo que saca Bolivia en tierra argentina, tomando en cuenta la igualdad del arranque de la Copa América, cuatro meses atrás, en una gélida noche de La Plata. Aquel partido no estaba en el camino a Brasil 2014, pero se destacó por la misma razón por la cual los hinchas argentinos salieron bufando del estadio, lejos de entusiasmarse con el rendimiento de la Selección, como aspiraba el entrenador un día antes del partido.
Los dos encuentros, los dos empates, sufrieron la misma impronta. Es difícil marcar tantos cuando se cruza la mitad de la cancha con mínima frecuencia. Aquella noche platense, fue de Ever Banega el error que abrió el partido, facilitándole el gol a Rojas; ayer, la pifia de Martín Demichelis derivó en constantes silbidos durante la más de media hora que le restaba de enfrentamiento. Bolivia, en julio como en noviembre, depende de la generosidad nacional para poder soñar con la hazaña. La del Monumental, en términos estrictamente históricos, lo fue; en el plano futbolístico, la propuesta siempre es de corto plazo.
Eso para volver a contrastar la peregrina teoría de la paridad total. La Argentina dispuso en el campo de River de por lo menos 25 aproximaciones concretas al área visitante; Bolivia tuvo dos, sólo una de factura propia. Si el partido terminó igualado, se debió más que nada a ese carácter todavía indeterminado de este seleccionado pergeñado por Sabella, del que se esperan definiciones –tanto en lo conceptual como en el área–, mientras los encuentros pasan con más lamentos que lustre, con más records a favor de los rivales que actuaciones como para golpearse el pecho con orgullo.
Los dramas futboleros que aquejan a la Selección Argentina son más decisivos en la escasez de resultados positivos que las condiciones generales de rendimiento en el continente. El lunes a la noche, Ricky Alvarez estaba comiendo spaghetti en Milán; lo llamaron de improviso, viajó y fue titular para estar en la cancha poco más de un tiempo.
Del otro lado, Bolivia continúa siendo el peor fútbol de América del Sur, y para sacar un empate en la Argentina debió apelar a la falta recurrente (cometió 15 faltas sólo en el primer tiempo, once de ellas sobre Me-ssi) y a la renuncia al juego; no igualó cambiando ataque por ataque. Los resultados suelen ser un recorte bastante caprichoso de la realidad futbolística.
La diferencia entre lo que se pretende y lo que se consigue en el ámbito de la Selección es el desafío que hace correr precipitadamente el reloj depositado bajo el banco de Sabella. Instrumentar soluciones futbolísticas para reflejar en la red las intenciones del juego, que necesariamente sean variantes a lo que pueda ofrecer Lionel Messi. En la neblina que provocan los resultados injustos, como sin duda lo fue el de ayer, ya se apura la puesta en escena de algunas soluciones alternativas, como la llegada de Sebastián Verón a una función ambigua desde la que influirá directamente sobre los planteos del equipo nacional. Y ese también es un record. No lo habrían permitido antecesores en su cargo como Basile o Bielsa.
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