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Disputas en formol
› Por Pablo Vignone
Desde hace un tiempo circula, con perversa insistencia, un chiste un tanto macabro: cuentan que cuando Carlos Bianchi vaya a hablar con Dios no por su celular sino cara a cara, su trasero será conservado en formol y exhibido en el Museo de la Pasión Boquense.
La primera final contra el Santos y, más exactamente, el segundo gol de Delgado, hicieron maravillas para reforzar la circulación del mito, fogoneado especialmente por los que toman el éxito de Boca como un golpe anímico o una derrota personal. Un ninguneo calificado, bah, según el cual
Boca no gana por cómo juega sino por lo que malamente es y representa.
Y alguna vez habrá que aceptar que si este Boca no destila sensibilidad cuando juega al fútbol, juega sin embargo con una dignidad apreciable. Como dice César Luis Menotti, su técnico no le ha mentido a nadie, ni ha propuesto lo que no le interesaba cumplir. Es curioso cómo también se le achaca la circunstancia de que Boca “gana y nada más”, sin dejar sedimento rescatable.
Otra vez aparece en escena una discusión no resuelta. Y que tiene que ver con el resultado, lo que nunca, pero nunca, está en discusión. Hace una semana, Néstor Ariel Fabbri “sorprendió” asegurando en un programa de TV que en el fútbol francés, en donde juega desde hace varias temporadas, “ojo que también importa el resultado”. El National Geographic debiera entonces encontrar el rincón del mundo dónde no interese, dónde los que pierden se cagan de la risa, dónde se celebren las goleadas en contra.
Lo que está –o debiera estar siempre– sobre el tapete es el medio para conseguir el fin, el resultado. La forma en que se encadenan los procesos que desembocan en el objetivo. Que, para cualquiera que respire el fútbol, con pasión o sin ella, es ganar. Que es importante pero, sin duda, no lo único que importa.
Este Boca de Bianchi podrá no usar el método que más nos place, pero lo que es indiscutible es que su método es legítimo y digno. Gana a su manera, sin belleza, pero con asombrosa eficacia. Dentro de la ley. Y cuando la toca Tevez, como antes lo hacía Riquelme, el placer se hace un espacio.
La otra argumentación es la que merece un frasco con formol.
Nota madre
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