DEPORTES • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Miguel Hein
Rubio, alto, de ojos celestes, émulo de Bianchi. Así era visto Rodolfo Arruabarrena en noviembre pasado, después de que Boca se coronara campeón en el torneo largo e hiciera doblete con la obtención de la Copa Argentina. Aquella imagen, en menos de cuatro meses, cambió de blanco a negro. Entonces, el Vasco pasó a integrar el elenco de los feos, sucios y malos y el lunes a la tarde fue despedido de su cargo.
Qué pasó para que corriera tamaña suerte. A unas largas vacaciones –no por voluntad propia, sino por un calendario insólito– le siguió una pretemporada atravesada por hechos que empezaron a condicionar su trabajo. En primer lugar, la salida con escándalo de triangulación incluida de Jonathan Calleri, decidida por el presidente de Boca, Daniel Angelici, más allá de lo que pensara el Vasco y hasta el propio jugador. Y en segundo lugar, en su reemplazo llegó Daniel Osvaldo, pero al entrenador le pareció insuficiente y reclamó en vano sumar a otro centrodelantero. Así como le negó cubrir esta vacante, Angelici accedió a repatriar a Juan Manuel Insaurralde, para dar solidez a una línea de fondo en la que ni Alexis Rolín ni Lisandro Magallán se mostraban confiables para ser sustitutos de Daniel “Cata” Díaz o de Fernando Tobio.
Mientras fuera de la cancha Boca sumaba el cuestionamiento de Angelici a la capitanía de Cata Díaz, dentro vivía un enero lleno de sinsabores, claro que en esos partidos de pretemporada que “no le importan a nadie”, pero que cada vez condicionan más y hasta son disparadores para despedir técnicos y hasta para dejar sin oportunidades a los jugadores –que lo digan si no Rolín y Magallán, a quienes les colgaron el cartel de en venta tras algunas malas actuaciones en Mar del Plata–. Las caídas ante River en Mendoza y Mar del Plata, ante Racing y demás le dieron forma a un caldo cuyo aroma olía a final de ciclo. Envuelto en este clima, el Vasco arribó a la definición de la Supercopa Argentina ante San Lorenzo, en Córdoba. Sin embargo, Angelici salió a respaldarlo con aquello de que “es una locura decir que Arruabarrena depende del resultado”. Sonaba lógico, porque el año futbolístico apenas arrancaba, y agradecido, para con un técnico campeón que ató su continuidad a la del presidente, que en diciembre renovó su mandato en las elecciones en el club de la Ribera, llegando a un triunfo que en un porcentaje se cimentó en los logros deportivos de los que el Vasco fue parte.
Pero la goleada 4-0 ante San Lorenzo borró las palabras de Angelici, que al día siguiente le comunicó al Vasco que la Comisión Directiva no lo respaldaba y debía dar un paso al costado. Arruabarrena resistió el embate y pudo dirigir cinco partidos del torneo doméstico –un empate, dos derrotas y dos triunfos– y debutar en la Copa Libertadores, en Colombia, ante Deportivo Cali, con una igualdad, auspiciosa porque fue de visitante. Fue el inicio del camino en la búsqueda de un certamen continental que el mundo Boca definió como la prioridad excluyente del semestre. Rara forma la de ir a la conquista de algo tan importante y desechar en la primera de cambio a quien diseñó el plantel y lo preparó para ir por ese certamen. Y encima, hacerlo vía telefónica.
Cuando un equipo no consigue los resultados esperados existen culpas en los técnicos y también en los jugadores. Aunque en el caso de Boca, al menos esta vez, hay una porción más que grande de responsabilidades que corresponde a los dirigentes. La más evidente, en este caso, es haberse dejado llevar por el vértigo de un calendario que en un mes agotó casi la tercera parte del campeonato local y que obligó a los equipos que participan de la Copa libertadores a un verdadero maratón de partidos que, encima, recién comienza. Como lo hizo con Carlos Bianchi, Angelici desmintió con los hechos aquello de que Boca contrata a un técnico, cuando éste finaliza su contrato evalúa el trabajo que ha hecho y ahí decide si lo renueva o no. Por la salida del Vasco se entiende que la evaluación no resultó buena y que la decisión de su continuidad fue un modo de agradecer su aporte en la reelección. Lograda esa meta, el ex lateral izquierdo dejó de servir y se transformó en el fusible para pagar por sus errores, por el bajo nivel de los jugadores y también por las malas decisiones dirigenciales.
Ahora es el turno de Guillermo Barros Schelotto, quien dijo sí quiero recién en el cuarto intento de seducción por parte de Boca.
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