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Manual de perdedores
› Por Fernando D´addario
Después de haber escuchado durante toda la semana hablar de “honor”, “códigos”, “profesionalismo” y “respeto a la camiseta”, es hora de proponer un breve silogismo: si este domingo los jugadores actuaran como dignos profesionales deberían atender los intereses de la institución que los contrató, que no son otros que la síntesis de los sueños, los odios y las patologías que anidan en sus socios e hinchas. Las últimas encuestas destacan: la mayoría de los hinchas de River y Estudiantes quieren que sus equipos pierdan frente a Gimnasia y Boca, respectivamente. Es inútil preguntarse si los jugadores se deben al idealismo platónico del fair-play o a las demandas concretas de sus patrones abstractos (la “hinchada”). La conclusión lógica está incluida en las proposiciones anteriores: River y Estudiantes deben dejarse ganar. Ahora bien, ¿cómo hacerlo sin despertar los recelos de los puristas que nunca faltan? ¿Cómo evitar que al día siguiente hasta Santo Biasatti empiece su editorial con un sermón contra la inmoralidad en el fútbol? En estas líneas se deslizan unos pocos humildes consejos:
- Los futbolistas obligados a perder (en este caso, los de River y Estudiantes) deberán ajustarse a una doble moral: no podrán jugar ni demasiado bien (sus hinchas los acusarán de traidores) ni demasiado mal (habrá cien cámaras televisivas especialmente diseñadas para captar los más mínimos “errores intencionales”). Serán partidos ideales para imitar a mediocampistas anodinos como la Gata Fernández, de quien en circunstancias normales tampoco se sabe muy bien para dónde patea.
- Los temperamentales podrán apelar a la ambigüedad de la rudeza. Si el Chapu Braña, de Estudiantes, le pega una patada en las costillas a Insúa a los 10 minutos, dejará tranquilos a todos: a unos les demostrará que salió a jugar “con todo”; a los otros les guiñará un ojo cuando el árbitro le saque la roja. Un buen momento para renovar el carnet de guapo: prepotear rivales o hacer gestos a la tribuna, prepararán la puesta en escena para minimizar un posterior error que defina el partido.
- Mostaza Merlo podrá canalizar su antibosterismo clínico sin ensuciarse las manos. Le bastará con decirles a sus dirigidos en la charla técnica: “Salgan y jueguen como les pedía Leo Astrada...”
- El problema de ir al bombo es que el rival debe enterarse cuándo, dónde y cómo se producirá la “anomalía”. De lo contrario, no estará preparado para aprovechar esa ventaja. A Delorte, de Gimnasia, habrá que prevenirlo para que en determinado momento patee como si enfrente no tuviese resistencia alguna. Que le emboque o no al arco ya no es asunto de River.
- Lo ideal sería, en tren de ir a menos disimuladamente, que River y Estudiantes buscaran en sus filas a alguien como Muñante, aquel peruano que en el Mundial ’78, contra Argentina, dio muestras de una precisión quirúrgica para pegar un tiro en el palo en los primeros minutos y despejar (no mucho) las sospechas de que el partido estaba arreglado. Pero, ¿y si sale mal, como le ocurrió a Solbes, delantero de San Martín de Tucumán que en 1992 se equivocó al patear y le metió un gol a Boca “que no estaba en los papeles” y cuando vio la pelota dentro del arco salió corriendo (pero no de alegría sino del susto)?
- Si la variable de ajuste es el arquero se deberá tener cuidado. Un “error” notorio garantizará el escrache moralista por los siglos de los siglos. En cambio, armar mal una barrera o salir a cortar un centro apresuradamente son maniobras más sutiles y potencialmente efectivas. Pero claro, el intento no resistiría el análisis de los nihilistas de café: “Para que Poroto Lux salga a cortar mal a propósito un centro, primero tendría que aprender a salir bien...”.
Después de estas prevenciones y cuidados, tal vez los 22 futbolistas de River y Estudiantes descubran que salir a perder es muy complicado. Si no se animan pero igual quieren congraciarse con sus hinchas, siempre tienen a mano la otra alternativa: jugar bien en serio, como el domingo pasado.
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