DEPORTES • SUBNOTA › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Una derrota tan estrecha, llegada por la azarosa vía de los penales, luego de haber jugado ligeramente mejor que el rival, sólo admite una explicación científica: los dioses nos jugaron en contra. Estudiosos profundos de los mitos redactan ya sesudos papers contando que Júpiter torció la mira de Cambiasso y de Ayala en los penales. Otros aducen tener pruebas de que, un rato antes, le había hecho ingerir a Abbondanzieri algún brebaje, una pócima infalible que lo paralizó inutilizándolo para esa instancia agónica en la que el arquero que perdimos es casi imbatible. Cierto es que nuestra Selección contó con la protección tutelar de la diosa Juno quien, como su nombre lo indica, es dada a mirar a los players, con especial detenimiento en sus rostros y sus muslos. La diosa estaba prendada de varios argentinos y alguna manito nos dio contra México. Ayer, sencillamente no pudo. Tal vez el dios Odín hizo una joint venture con Júpiter, habría que chequearlo.
Descifrada la contradicción principal, cabe internarse en los móviles de Júpiter, un enigma denso que seguramente tendrá cuatro años para desentrañarse. Este cronista, acongojado y melancólico desde ahora hasta que termine el invierno austral, sólo puede iluminar unas pistas generales, al cierre de esta edición.
Hay quien aventura que Júpiter aborrece “la nuestra” y que le tenía ojeriza a este equipo argentino, tal vez el mejor de los últimos 20 años. Lo habría aborrecido por protagonista y por su propensión a tener y tocar la pelota. Lo maltrató por ser solidario y humilde como no suelen ser los argentinos más conspicuos. El eventual avance a semifinales, según este relato confortante, premiaba una serie de virtudes que Júpiter, un bilardista confeso, no podía admitir. Los cruzados de ese razonar, sabedores de que la venganza es el placer de los dioses, añaden que Júpiter nos castigó con sadismo: hizo que José Pekerman se contradijera en los dos cambios no forzados del match con Alemania. El carcamán del Olimpo obnubiló al técnico haciéndolo abjurar de su fe incondicional en Riquelme y, para colmo, para no suplirlo por Aimar, cambiando “el sistema” con la regresión al doble cinco. No conforme con tamaño ensañamiento, indujo al deté a un ataque de amnesia que le borró de la mente no ya la presencia de Lionel Messi (en quien no termina de confiar) sino de su ahijado futbolero Javier Saviola.
Otros exegetas, más moralistas o más apologéticos de los dioses, afirman que Júpiter es un amante de la coherencia futbolística. Añaden que José actuó con libre albedrío, que defeccionó en sus convicciones por algún tipo de miedo escénico o error humano. El dios de los dioses, custodio de la coherencia futbolística, lo habría sancionado con la pena capital, sin pruritos garantistas.
Teorías residuales: Entre esos dos análisis polarizados transita la verdad. Empero, una crónica no debe omitir otras teorías en danza, así sean iluministas y ateas, poco confiables. Académicos de fuste aplican por analogía la tesis sostenida por los economistas Pablo Gerchunoff y Pablo Fajgelbaum en su libro Por qué Argentina no fue Australia: la selección mundialista padeció, como el país en su historia económica, “la maldición de la abundancia”. Tuvo demasiados jugadores buenos, en jerga se diría demasiadas “variantes”. Aseveran los racionalistas extremos, que la multiplicidad de opciones, en un marco tensionante (un estadio foráneo colmado de gente que no habla la castilla, un partido a todo o nada dirigido por un árbitro no vendido pero sí más amigable con los locales), atosigó a Pekerman.
Crueldad moral: La insidia de Júpiter deriva al desenfreno. Fue perverso que le hubiera soplado al arquero Lehman la dirección del penal quepateara Rubén Ayala, dejando sumido en inmerecido dolor al mejor jugador argentino en el promedio de los cinco partidos.
Insaciable, el dios no sólo excluyó a la Selección, también incitó fuerzas divisivas en la sociedad civil. Es probable y hasta posible que estalle en pedazos la simpática comunión entre una selección noble y un público que se daba por satisfecho por su performance, superior a la esperada en resultados y en juego. Las tendencias centrípetas de la sociedad, su tendencia a buscar culpables unívocos y descabezarlos asoman su nefasta cerviz. Corrillos escuchados de parado prueban que, tras el impromptu de unidad, los hinchas de River culpabilizan a jugadores oriundos de Boca. Los xeneizes, adivinen qué. Desde otros sectores de opinión hay una puja patente en sindicar un responsable único. Los ejecutores de penales, Abbondanzieri que se mancó en mal momento, el sufrido Leo Franco, Riquelme, Pekerman, más vale integran un casting de culpables al que pueden añadirse otros protagonistas menos conspicuos, a paladar del consumidor.
Quizá sería bueno que la opinión pública sacara un mejor balance de un desempeño superior a la expectativa, de un equipo honesto, que cuenta con varios jugadores formidables que quizá no tocaron su techo y cuya edad los habilita para jugar uno o dos de mundiales más (Mascherano, Tevez, Messi, Ustari, Palacios, Maxi Rodríguez nada más que para empezar).
También sería gratificante que se reconociera que, antes de esos cambios aciagos, Pekerman había tributado al buen gusto y a una lectura inteligente de los partidos que se sucedieron. Las primeras respuestas a las encuestas on line de Clarín y La Nación otorgan una hendija de esperanza; una mayoría que supera el 70 por ciento propone rechazar la respetable renuncia del técnico.
Una opinión particular: Hasta acá todo ha sido información pura y dura. Cumplido ese cometido periodístico, el autor de esta nota arriesga su propia explicación. Cree que Júpiter castigó nuestra incapacidad de capitalizar los momentos más felices. Argentina jugó bien mientras fue empatando con Alemania (antes y después del gol de Klose), pero aflojó en el rato que fue ganando. Se le chispoteó la oportunidad, pecado deportivo en el que incurrieron la mayoría de los jugadores (en especial los creadores y los delanteros) y Pekerman. Ese equipo honroso tuvo vértigo en la inminencia del éxito, se apunó o se achicó cuando oteaba la tierra prometida.
Creo que ahí fincó su perdición de la que se aprovechó ese dios capcioso que tanto protegió a la horrorosa Selección del ‘90 y que ayer, mientras sonreía sarcásticamente y gastaba a Juno, nos soltó la mano.
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