Javier Castrilli ha incursionado en varias actividades. Cuando era árbitro, ejercía el periodismo en una escuela privada de la que se alejó por discrepancias con su conducción. Después de dirigir su último partido en septiembre de 1998 (Platense-Gimnasia y Esgrima de Jujuy), el primer trabajo que consiguió fue en la revista XXI, donde escribía notas sobre fútbol. Luego aceptó una propuesta de Gustavo Beliz para acompañarlo en la política, ideó un proyecto de talleres-escuela que no prosperó y se alejó de quien fuera ministro de Carlos Menem primero, aliado de Domingo Cavallo a continuación y ahora nuevo candidato, para trabajar en la seguridad deportiva en el territorio bonaerense.
No eligió el mejor lugar para desempeñarse –como ya lo dijimos en una nota anterior–, pero igual perseveró en un plan que quedó plasmado en un informe de situación redactado en diciembre del 2000, junto a un grupo interdisciplinario conformado por sociólogos, abogados y policías. Las conclusiones que arrojó el trabajo de campo fueron rápidamente olvidadas por sus superiores, desde Carlos Ruckauf hasta Luis Genoud, uno de los responsables políticos de la masacre cometida en Avellaneda el pasado 26 de junio.
Castrilli es uno de los millones de argentinos afectados por la desocupación. Por eso analiza alternativas laborales, como la enseñanza del arbitraje “en tanto y en cuanto se den las condiciones. Depende de factores económicos, porque montar una estructura pedagógica no es poca cosa”. Cuando le preguntamos qué salida laboral tendrían esos referís, descartada la AFA por el enfrentamiento que mantiene con sus autoridades, responde: “El fútbol no se agota en la alta competencia. Hay fútbol universitario, empresarial, barrial, en ese tipo de niveles”.
Mientras aún abriga sus sueños en nuestra desquiciada Argentina, el ex árbitro encontró en el estudio un estímulo para continuar creciendo. Ahora cursa la carrera de abogacía en la Universidad de Buenos Aires.