DEPORTES • SUBNOTA
› Por Gustavo Veiga
Nació como un pequeño comercio en el estado de Arkansas en 1962. Cuarenta y un años después, se convertía en la mayor empresa privada del mundo, con 1,7 millón de trabajadores en los cinco continentes, según sus propias cifras. Dos datos, y sólo de lo que representa en Estados Unidos, dan una idea acabada de su envergadura: tiene una red de televisión propia que ven 140 millones de personas por mes y uno de cada 5 dólares que se gastan en comida va a parar a la línea de cajas de Wal Mart.
Sus costosas campañas mediáticas no han podido evitar –ni siquiera en EE.UU.– las denuncias que recibió y recibe de sindicatos, empleados, organizaciones no gubernamentales y de derechos humanos, e incluso de reconocidos economistas. La ONG Global Exchange la ubicó entre las “catorce empresas globales más malignas del planeta” y en 2003, el año de su irresistible ascenso, la Organización Nacional de Mujeres le concedió el desdoroso título de “mercader de la vergüenza”. Mucho más cerca en el tiempo, el economista Paul Krugman, del Massachussets Institute of Technology (MIT), calificó como “brutal” la política de la cadena.
Estas definiciones categóricas surgieron de conductas tales como su oposición a incrementar el salario mínimo, a la aplicación de más medidas de seguridad en sus hipermercados, de las campañas macartistas contra sus críticos en EE.UU., de vincularse con factorías en China que explotan a mujeres que fabrican bolsas para la multinacional, de la discriminación sexual contra sus propias empleadas que han demandado a la empresa por no promover ascensos de mujeres... y la lista podría seguir.
Todo eso, sin contar un par de perlas que eslabonó en la Argentina en los últimos años. En 2003, la Asamblea Popular de Villa Pueyrredón promovió un boicot contra el Wal Mart que se levantó en la ex fábrica Grafa porque tapó con pintura un mural que recordaba a los detenidos-desaparecidos declarado de interés por la Legislatura. Y en 2004, en el hipermercado de La Plata, el fletero Germán Oscar Brufani, de 52 años, denunció a la empresa por discriminación. Su pecado fue tener un parecido físico notable –acentuado por su larga barba– con Bin Laden. Le prohibieron la entrada a ese Wal Mart después de que ejecutivos extranjeros de visita en la sucursal lo radiografiaron con la vista. “Jamás me sentí tan humillado”, confesó Brufani, que solía llevar en su flete bolsas de papas fritas, maníes y otros snacks.
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