DIALOGOS › REPORTAJE A JUAN PABLO HUDSON, SOCIóLOGO, ESTUDIOSO DEL FENóMENO DE LAS FáBRICAS RECUPERADAS
Surgieron con la gran crisis de hace una década y terminaron siendo una nueva herramienta de organización, de sindicalismo y de entrada al trabajo. Lo que se aprendió, el problema de integrar a los jóvenes y la lucha dentro de las reglas del mercado.
› Por Veronica Gago
–Llama la atención que en un libro que se dedica a narrar una década de experiencia de las fábricas recuperadas por sus obreros no se mencionan ni las quiebras en el momento de crisis ni los sucesos que terminaron con las tomas. ¿A qué se debe esta decisión?
–Tomé esa decisión al momento de la escritura, porque considero que el relato de la crisis económica que afectó a las fábricas, tanto como los procesos de lucha que derivaron en las recuperaciones, corresponde a una fase inicial de estas experiencias y no a su actualidad ni tampoco a lo transcurrido en los años recientes. Digo esto sin perder de vista que en el Gran Rosario, a pesar del paulatino crecimiento económico e industrial, hubo recuperaciones en el 2006 e incluso en 2007 o 2008. Sin embargo, consideré que para reabrir una discusión que pudiera asumir que ya transcurrió al menos una década de los primeros casos, era imprescindible dejar a un lado e incluso obviar determinadas narraciones y caracterizaciones iniciales que surgieron y circularon con demasiada insistencia durante sus años de emergencia masiva, allá por el 2001. La propuesta del libro, en ese sentido, es sumergirnos estrictamente en los problemas, interrogantes y dilemas más acuciantes que forman parte de la realidad actual de estas experiencias autogestivas.
–¿Cómo pueden sintetizarse entonces los principales logros y problemas de un proceso tan diverso y complejo como el de trabajar sin patrón?
–Un logro principal que consiguieron estos procesos fue reordenar y ampliar el mapa de lo posible de las luchas obreras y sociales. Hoy en día la ocupación y recuperación definitiva de empresas, tanto como la creación de cooperativas de trabajo, forma parte del repertorio de acciones ante posibles incumplimientos o cierres provocados por las patronales. Esto no es un dato menor. Si bien en décadas pasadas, como la del ’60 o ’70, las ocupaciones fueron una herramienta de lucha recurrente de los obreros, éstas eran más bien comprendidas como medidas transitorias, especie de huelgas radicalizadas, que finalizaban cuando se reconocían los reclamos. Otro aspecto sumamente relevante es la capacidad de aprendizaje que han demostrado los trabajadores en todo lo que atañe a la gestión de las empresas. Esto demuestra que, en tanto haya voluntad y capacidad de cooperación, los obreros no requieren de jefes ni de representantes iluminados que transmitan un saber desde una verticalidad. Ahora bien, entre los problemas que se presentan aparece la seria dificultad para autodeterminar temporalidades propias y no aquellas que les impone a diario el mercado.
–¿Qué significa concretamente esto?
–Así como los obreros se sacaron de encima la disciplina patronal, la imperiosa necesidad de mantenerse y aumentar los niveles de comercialización trae aparejados nuevos controles y formas de disciplinamiento que la apropiación de los medios de producción no elimina de por sí. Allí se crea un serio conflicto entre haber logrado la autonomía en la organización del ciclo de la producción y las siempre cambiantes e implacables imposiciones de los mercados que ponen en vilo a las cooperativas. Las recuperaciones de empresas han instalado, a partir de estas problemáticas, una imagen realmente compleja de lo que implica el camino de la autonomía y la autogestión.
–¿Cómo es actualmente y cómo ha ido variando la relación de las fábricas recuperadas con el Estado?
–Está claro que desde el 2003, a partir del gobierno de Néstor Kirchner, el Estado mostró una apertura importante en relación con las empresas recuperadas. En principio, abriendo canales de diálogo antes inexistentes, y ya en años posteriores directamente creando al interior de ministerios programas estratégicos y áreas específicas destinados a llevar adelante políticas públicas hacia este sector. Esto se manifestó en mayor financiamiento, asesorías técnicas y, recientemente, en apoyos políticos que se tradujeron en modificaciones claves en la legislación laboral, como fue la reforma de la Ley de Quiebras y Concursos. De todos modos, no habría que perder de vista un aspecto que se plantea fuertemente en el libro: tanto la autogestión como la idea misma de recuperación de empresas fueron prontamente concebidas y asumidas como una herramienta estratégica más sobre la que requirió asentarse la propia gestión gubernamental para paliar la crisis de empleo y la informalidad. El avance de estos procesos de lucha ha ido afectando, condicionando y provocando indispensables transformaciones en las propias políticas estatales. No se trata tan sólo de una mayor apertura hacia las fábricas sino de una gestión del Estado que se ve decisivamente atravesada y tensionada por este tipo de experiencias de lucha autogestionarias.
–¿Por ejemplo?
–Muestra de ello podría ser el impulso de ciertos programas como el Argentina Trabaja. Desde hace años que en los ministerios se utilizan, en los proyectos, conceptos como autogestión, cooperativismo, cooperación, inteligencia colectiva. Allí se abre todo un desafío para los trabajadores, en tanto lo relevante es asumir el apoyo estatal sin detener su capacidad creativa de nuevos lenguajes y proyectos en común.
–¿Cómo aparecen las exigencias del mercado para la producción autogestiva? ¿Qué rol cumple el Estado en relación con el mercado en este caso?
–La relación con el Estado no puede pensarse sin incluir de manera compleja las vinculaciones diarias que tienen con el mercado. La situación no se establece entre dos instancias sino a partir de un entrelazamiento, muchas veces sutil, otros más explícitos, entre la autoorganización fabril, la gestión estatal y las dinámicas mercantiles. Una situación sobre la que da cuenta un trabajador de una metalmecánica es bien elocuente. Ellos, para poder producir en forma masiva una herramienta de corte que les exigía un cliente, requerían de una importante cantidad de materia prima que era imposible comprar en ese momento. Para no perder la venta, recurrieron al Estado a través de la solicitud de un subsidio. Era un monto relativamente importante. El pedido fue aprobado y el dinero llegó tiempo más tarde. Sin embargo, el encargo ya había quedado sin efecto porque en ese ínterin comenzó a ingresar una herramienta nueva desde Brasil que dejó obsoleta a la que les había solicitado el cliente. En este punto, habría que decir que el apoyo estatal desde el 2003, si bien es muy relevante, no garantiza seguridades ni estabilidades, más bien brinda condiciones mínimas e indispensables para que las empresas recuperadas operen en un mercado cuya principal característica es justamente la inestabilidad y el cambio permanente de las reglas de juego.
–En el libro señala que uno de los principales desafíos es la relación con los más jóvenes que entran a trabajar. ¿Por qué?
–El mayor desafío es propiciar un vínculo con los jóvenes que no se reduzca al mero choque generacional. En principio habría que evitar cualquier mirada moral de los comportamientos de los pibes que se incorporan a medida que van creciendo las cooperativas. Aquello que está en juego, en realidad, son imágenes del trabajo bien disímiles entre los obreros que recuperaron las fábricas y estos jóvenes. Para los primeros el trabajo aparece como el gran organizador de sus vidas y una marca decisiva en la construcción de su identidad y subjetividad. Para ellos el sacrificio, la permanencia durante extensas jornadas diarias, tanto como la responsabilidad y el compromiso con las labores de la fábrica, son fuentes históricas de orgullo y reivindicación. Esto no ocurre con los más jóvenes, en cuya experiencia vital el trabajo, lejos de una marca decisiva y ordenadora, aparece de manera intermitente, interrumpido por períodos de desempleo, cobro de subsidios, realización de changas. En los testimonios que se vuelcan en el libro aparecen otras marcas más decisivas, como el consumo, las salidas nocturnas, o el tiempo libre. Trabajar en una empresa recuperada, entonces, no es fuente de orgullo ni de dignidad, sino un medio más, por momentos tedioso, mayormente agobiante, en el marco de sus estrategias de supervivencia.
–Esto supone dos experiencias y dos apreciaciones también generacionalmente diferentes de la precariedad...
–Si para los que recuperaron la fábrica, la precariedad emergió como la ruptura de un orden básicamente estable, en los más jóvenes la precariedad aparece como una condición presente desde que nacieron. Estas diferencias generacionales provocan desconcierto y desazón en los obreros. Para ellos se torna realmente dificultoso reconocer a los pibes como pares y como posibles herederos de sus sacrificios y peleas. Esta problemática actual abre una discusión profunda en torno de la cultura de trabajo hegemónica en las fábricas recuperadas y también interrogantes sobre qué otros vínculos se pueden entablar con los jóvenes que vayan más allá de la confrontación.
–Si tuviera que sintetizar la situación actual del movimiento empresas recuperadas, ¿cómo la caracterizaría?
–Los diferentes movimientos que se fueron creando en esta década han demostrado mucha potencia a la hora de recuperar las fábricas e impulsar reclamos y apoyos en los períodos de crisis iniciales. Las limitaciones han aparecido claramente en los intentos por construir una red de instituciones comunes al conjunto de las cooperativas y en coordinación con otros movimientos y actores sociales. Estas dificultades, que también incluyen a otras experiencias surgidas al calor de las luchas del 2001, dan lugar a una imagen extendida en estos últimos años: cooperativas que con mayores o menores niveles de estabilidad y crecimiento navegan en relativa soledad entre las duras dinámicas del mercado. Sí cabe aclarar que la traducción institucional de las luchas ha formado parte, por lo menos en el Gran Rosario, de los objetivos del movimiento. Sin embargo, en este punto se han multiplicado los obstáculos. Un aspecto no resuelto es la falta de participación del grueso de los trabajadores en este tipo de armado. Es por eso que el mayor desafío en la actualidad sigue siendo la creación de instituciones autónomas que permitan sustraerse del mercado en dimensiones decisivas, así como lograr una relación más compleja con el propio Estado. La pregunta contemporánea, en todo caso, es cómo hacerlo a partir de nuevos fundamentos, valores y modos de organización, que se alejen de lo ya conocido y padecido en materia institucional.
–¿Por qué eligió contar todas estas cuestiones recurriendo a un relato que entrecruza diversos géneros discursivos?
–Para quienes trabajamos en el campo de la investigación social y política se torna indispensable ensayar nuevos modos de escritura que vayan más allá de las rígidas formas académicas tradicionales. Se trata de un desafío y de una tarea de corte estrictamente generacional. Todavía más, luego de largos años de ingresos masivos de becarios e investigadores jóvenes al Conicet. Para mí es indispensable que el libro pueda ser leído más allá del microclima universitario, que por otra parte es cada vez más restrictivo y segmentado. Al mismo tiempo, recurrir a la escritura literaria, tanto como al diario íntimo, y mezclarlo con registros más ensayísticos o de investigación, me permitió sumar a las historias tonos que suelen quedar por fuera de una tesis o de un paper, como el humor o la ironía. Creo que a través de la literatura se pueden abrir instancias de pensamiento muy potentes que traduzcan de una manera más productiva y efectiva largos procesos de investigación como fue en este caso el que realicé durante siete años en las fábricas recuperadas.
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