DIALOGOS › MICHAEL PLATT, JEFE DEL SECTOR DE ACTIVIDAD FíSICA Y SALUD DEL CENTRO DE CONTROL DE ENFERMEDADES DE LOS ESTADOS UNIDOS
Se recomiendan 150 minutos a la semana para realizar actividades físicas, preferiblemente 30 minutos al día. El especialista señala que la actividad física puede prevenir cánceres que tienen componentes hormonales importantes.
› Por Pedro Lipcovich
–¿Qué experiencias destaca en cuanto a promoción de la actividad física en América latina?
–Vivimos un momento de gran interés para la promoción de la actividad física, en el mundo en general y especialmente en América latina: en esta región tiene lugar la que llamamos “transición epidemiológica”, que va desde el predominio de enfermedades infecciosas al de enfermedades crónicas, vinculadas con el sedentarismo. Entonces, para prevenirlas, se hace más importante atender a los factores de riesgo. Otro punto importante es que, en América latina, las sociedades muestran mucho interés en nuevas ideas para la promoción de actividad física. En este sentido son menos tradicionales que en Europa o en América del Norte. Y, en tercer lugar, en América latina se destacan los programas vinculados con la equidad social: en Recife, por ejemplo, los programas de actividad física tienen un compromiso muy grande con los barrios pobres. La actividad física en América latina pone el acento en los espacios públicos, como es el caso del programa “Ciclovías” en Colombia.
–Allí “ciclovía” tiene un significado distinto que en la Argentina...
–La “ciclovía” en Colombia no es un carril exclusivo para bicicletas: a esto allí se lo llama “ciclorruta”. El programa “Ciclovías”, que comenzó en Bogotá, se basa en que, en determinados lapsos durante la semana, las calles quedan cerradas para autos y abiertas sólo para bicicletas, patines o actividad pedestre. La vía pública se convierte en una especie de parque para todos.
–¿Cómo funciona en Bogotá?
–Allí todos los domingos, de siete de la mañana a dos de la tarde, se corta el tránsito automotor en una red de calles de 120 kilómetros. Cuando empezó el programa, las calles cerradas estaban sólo en los barrios ricos, en el norte de la ciudad. Pero después las redes se desarrollaron en los barrios más pobres, al sur, y en el centro de la ciudad. La ciclovía funciona unos 72 días al año, sumando domingos y feriados.
–¿Qué actividades incluye el programa?
–Muchos de los que participan sólo caminan, trotan o andan en bicicleta. Pero se ofrecen clases de gimnasia aeróbica, distintas actividades recreativas, actividades específicas para mujeres, niños y hombres e incluso deportes extremos para los jóvenes. Cada año la ciclovía es un poco más inclusiva, con más deportes y más calles para caminar y andar en bicicleta. Y esto resulta muy importante para las familias que no tienen auto ni recursos como para salir el fin de semana al campo; para ellas pasar varias horas en domingo en las calles y parques es la única alternativa posible. El programa está sostenido por la ciudad pero tiene también apoyo del Instituto Nacional de Deportes y del Ministerio de Salud. Un millón de personas utiliza este programa, sobre una población de algo más de siete millones en la ciudad.
–En cuanto a las que allí se llaman ciclorrutas, los carriles exclusivos para bicicletas, ¿también se han desarrollado?
–Bogotá tiene un buen sistema de ciclorrutas, que cubre más de 300 kilómetros, pero todavía hay muchas barreras para que el transporte por bicicleta se desarrolle. Ciertamente ha crecido la cantidad de gente que usa la bicicleta para ir al trabajo, al colegio o a la Facultad: el uso de este medio de transporte ha subido desde el 1 o 2 por ciento al 3 o 4 por ciento de los viajes. Es un paso importante y el aumento es grande, en proporción, pero en números totales la situación no se acerca a la de Dinamarca u Holanda, donde el 30 o 40 por ciento de los viajes se hace en bicicleta.
–El programa de Bogotá se ha replicado en otras ciudades...
–El de Bogotá, que lleva más de una década, es el más famoso, pero ya hay programas similares en más de cien ciudades en las Américas. En Colombia, se extendió a Medellín, Cali y otras ciudades, siempre con énfasis en atender a la inclusión social. Estos programas también implican inversión para garantizar la seguridad en esos espacios públicos. Y hay diferencias entre las distintas ciudades: Medellín, por ejemplo, cierra las calles durante menos tiempo, unas tres horas, pero lo hace dos veces por semana. La experiencia se extendió a México, especialmente en Guadalajara, y a algunas localidades en Estados Unidos. En San Francisco, la duración del cierre es similar a la de Bogotá, pero sólo hay por ahora un programa piloto, algunos domingos en verano. Hay diferencias pero el concepto es, siempre, que las calles son espacios para todos, no sólo para los que tienen auto. Y si estos programas funcionan es también por razones políticas: en cada ciudad conciernen a millones de ciudadanos, que votarán a los intendentes. El hecho es que estos programas mejoran la calidad de vida y ofrecen recreación e inclusión.
–En Recife, Brasil, usted participó en un trabajo de evaluación de los resultados del programa de actividad física comunitaria en esa ciudad.
–El nombre del programa en Recife es Academia da Cidade, que se traduciría como “Gimnasio de la Ciudad”. Se centra en gimnasios al aire libre, de acceso libre y gratuito; en su gran mayoría están en barrios pobres. La inversión corrió por cuenta de la alcaldía de Recife. En cada caso el programa incluye tres etapas. Primero, la renovación de un espacio público, que puede ser una pequeña plaza o plazoleta; en general no son espacios grandes. En los barrios pobres suele haber pocos espacios públicos, es decir, poco espacio para la actividad física. Entonces, se mejoró la calidad de esos espacios, dándoles más atención, seguridad y presencia policial. Se definieron así unos 30 polos de participación en este programa. El segundo paso fue organizar clases con profesores de educación física que trabajan para la alcaldía. Las clases son a la mañana temprano, antes de que la gente vaya a trabajar, y a la tarde, después del trabajo. Se trata de que puedan ir personas que trabajan y que tienen pocos recursos o tiempo para ir a otro lugar. Y hay un tercer aspecto: en cada uno de estos polos se instaló un consultorio para detectar la hipertensión arterial, para seguimiento de embarazadas y trasmisión de pautas de nutrición saludable. Este plan se hace en colaboración con los equipos de atención primaria en salud.
–¿Y la evaluación de los resultados?
–Fueron realmente muy buenos. Se encontraron mejoras significativas en indicadores de salud como la presión arterial, el riesgo de diabetes, la obesidad. Y encontramos otro dato interesante: quienes vivían en barrios próximos a los polos del programa, aunque no participaran en él, tenían una probabilidad doble de cumplir efectivamente con las recomendaciones sobre actividad física. O sea que el programa tiene una influencia que se extiende a los barrios. Los que participaban en el programa tenían 11 veces más probabilidades de cumplir con la actividad física recomendada, pero esto no sorprende. Lo más interesante es haber verificado esa irradiación a los barrios próximos.
–Otro tema que usted ha investigado es el costo-beneficio, en términos económicos, de la actividad física en las comunidades...
–Venimos trabajando sobre este tema con un grupo de investigadores en el CDC (Centro de Control de Enfermedades) de Estados Unidos y, en los últimos dos años, también desarrollamos estudios en Colombia. Estas investigaciones son muy importantes porque sirven para convencer a los políticos: cuando advierten que la diferencia de costos es importante, cuando las razones económicas se suman a las de salud, se agrega una razón adicional poderosa para actuar. Investigaciones de este tipo ya habían dado resultados excelentes en el área del tabaquismo: hoy se sabe que los costos de fumar son muy grandes para los sistemas de salud y que afectan las economías locales y nacionales.
–Y en cuanto al costo de las enfermedades propiciadas por la falta de actividad física, ¿hay números?
–En Estados Unidos, se hizo una investigación de costo-efectividad sobre diversos programas para promover la actividad física en las comunidades: por ejemplo, campañas masivas de promoción, campañas en las escuelas, apoyo social para grupos determinados, fomento de caminatas y otros. Encontramos que la efectividad es similar a la de programas ya bien consolidados en salud pública, como los de cesación del tabaquismo o inmunización contra la gripe. En Estados Unidos se calcula un costo-efectividad de 75.000 millones de dólares por año: es la diferencia entre el costo de desarrollar programas comunitarios de actividad física y el costo de tratar las enfermedades causadas por la inactividad física: diabetes, problemas cardiovasculares, caídas y fracturas de cadera en personas mayores, cánceres...
–¿Por qué también cánceres?
–No se trata del cáncer en general, sino de ciertos cánceres específicos. La razón es que la actividad física modifica el metabolismo y la secreción de hormonas, y por eso resulta importante para prevenir cánceres que tienen componentes hormonales importantes, como el de mama y el de colon. Hay mucha investigación sobre este tipo de tumores, donde se advierte que la actividad física disminuye el riesgo en un 30 o 40 por ciento. La relación no es tan directa como la del cáncer de pulmón con el tabaco, pero es importante.
–¿Hay investigaciones sobre costo-beneficio de la actividad física en América latina?
–Un estudio examinó el costo-beneficio del programa de “ciclovías” en cuatro ciudades: Bogotá, Medellín, Guadalajara y San Francisco. Se incluyeron todos los costos: los de las actividades en sí mismas, los del incremento en la seguridad, los del transporte, ya que el cierre de calles obliga a redefinir recorridos y diseñar formas de que la gente pueda acceder. Y, por el otro lado, se estimó la disminución de costos para el tratamiento de enfermedades vinculadas. El resultado fue que, por cada dólar de inversión en un programa de actividad física comunitaria, se disminuían cuatro dólares en gastos de salud. Estos estudios influyeron para que se decidiera expandir estos programas en Colombia, donde hay ya una red nacional para la promoción de las ciclovías, con inversión del gobierno central, de los departamentos y los municipios.
–¿Los programas que se desarrollan en América latina tienen características específicas?
–Tienen un componente más social. En Estados Unidos hay una cultura más individualista: la inclusión de la población en espacios públicos es más fácil en América latina, mientras que en Estados Unidos parece una idea un poco loca.
–¿Cuáles son los criterios actuales en cuanto a qué tipo de ejercicio le conviene hacer a una persona, cuántas veces por semana?
–Consideramos suficientes 150 minutos por semana, a razón de unos 30 minutos por día: se recomienda una actividad física moderada, como caminar. Para actividades más vigorosas, como correr o nadar, se puede llegar a 75 minutos por semana. Para niños, la recomendación es una hora cada día, sea cual fuere la actividad. Para adultos mayores, lo mismo que para adultos en general: 150 minutos por semana. Los beneficios en adultos mayores son muy importantes: no sólo baja el riesgo de diabetes, accidente cerebrovascular y otras enfermedades, sino que hay evidencias sobre mejoras en la función cognitiva: disminución en el riesgo de enfermedad de Alzheimer y mejoría en la actividad diaria. Un beneficio importante es para los huesos, que la actividad física preserva en dos sentidos: porque hay menos riesgo de caídas, al fortalecerse el aparato muscular y, en caso de caída, menos riesgo de fractura porque los huesos están más fuertes.
–¿Cómo conviene distribuir la actividad física a lo largo de la semana?
–Tradicionalmente se recomiendan 30 minutos continuados cada día, pero las actuales evidencias indican que, si se fracciona en períodos no inferiores a diez minutos, no hay mucha diferencia. Entonces, la recomendación es de unos 30 minutos diarios, continuados o fraccionados en períodos de diez minutos o más. Y, en última instancia, siempre es mejor poco que nada. Otra reciente línea de investigación es la que se focaliza en el tiempo que la persona permanece sentada. Hoy en las actividades laborales es común que la persona esté sentada todo el tiempo. Y hay evidencia fuerte de que el tiempo en que se está sentado implica cierto factor de riesgo: personas que tienen suficiente actividad física, que cumplen con la recomendación de los 30 minutos diarios, pero que el resto del día permanecen sentadas, tienen un riesgo de enfermedad un poco más alto que las que, con igual actividad física, están menos tiempo sentadas. Un estudio muy completo que se hizo en Australia, sobre más de 300 mil personas, confirmó que el tiempo de estar sentado es en sí mismo un factor independiente.
–¿Qué se puede hacer al respecto?
–Hay que pasar a una recomendación de actividad física con dos componentes: uno, el tiempo diario o semanal de actividad. Pero además, si el trabajo es sedentario, la recomendación es, pongamos cada hora, pararse, caminar un poco; esto es ya una activación muscular importante. En algunos casos puede convenir que la gente tenga la posibilidad de estar parada mientras trabaja, lo cual implica modificaciones en los ambientes laborales. Por lo menos, últimamente vemos que, en los congresos sobre estos temas, los expertos se ponen de pie cada 20 o 30 minutos, caminan un poco.
–¿Qué opinión le merece el tema de la actividad física en la Argentina?
–La situación en la Argentina es muy similar a la de otros países en América latina. Es que la situación general en la Argentina es similar: un país en transición epidemiológica, donde coexisten áreas muy ricas y avanzadas con otras muy pobres; en muchas zonas urbanas, gran parte de la población tiene dificultad para acceder a espacios adecuados y seguros para hacer actividad física. Estoy al tanto de que, según la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, del Ministerio de Salud argentino, más del 50 por ciento de las personas no realiza suficiente actividad física, y la inactividad es mayor en mujeres y en adultos mayores.
–¿Qué aspectos habría que desarrollar?
–El Ministerio de Salud de la Nación tiene un equipo para la promoción de la actividad física, en el marco de la prevención de enfermedades crónicas, y hay un nuevo programa nacional de lucha contra el sedentarismo. La Argentina manifiesta compromiso en esta área, pero falta más trabajo de evaluación de los programas nacionales, en comparación con Brasil o Colombia. De los países grandes de América, donde ha habido más evaluación e investigación es en Estados Unidos, Brasil y Colombia; en Argentina, y sobre todo en México, hay menos investigación y evidencias. Algo que puede ayudar en este sentido es que la Argentina cuenta con un muy buen sistema nacional de vigilancia de enfermedades crónicas. Y en la Argentina, como en otros países de América latina, hay una cultura que valora la actividad física. Yo he trabajado en la India, donde es muy diferente: allí los deportes no tienen una gran valoración social y eso hace más difícil promover la actividad física. En la Argentina, aunque muchas personas no participen, el deporte es valorado como bueno.
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