DIALOGOS › FRANçOIS JOST, INVESTIGADOR FRANCéS DE LA COMUNICACIóN
Jost alerta sobre el desplazamiento hacia la televisión de acciones que deberían formar parte de la política o del ámbito de la Justicia. Los mecanismos de la televisión terminan por banalizar discusiones de fondo de la sociedad.
› Por Julia Goldenberg
La banalidad fue, para el arte del siglo XX, una estrategia revolucionaria contra las instituciones estancadas y rígidas de la alta cultura. François Jost, investigador francés, afirma que la televisión recuperó el culto de lo banal, pero sin objetivos contestatarios. En la lógica televisiva el vecino, el testigo televisivo y el individuo expresan la voluntad popular de forma más contundente que la ley. Es decir, los individuos televisados tienen más realidad que cualquier proyecto gubernamental de carácter general que implica efectivamente a todos los ciudadanos. Cotidianamente la televisión contribuye a la valorización de lo privado en detrimento de lo público. Mientras, los políticos debieron encontrar un lugar en la programación privada para no quedar por fuera del discurso televisivo, que además parece definir la agenda pública.
–En su libro El culto de lo banal señala que lo banal se ha trivializado. ¿Qué significa?
–En primer lugar, yo no hablo en mi libro sobre lo banal, sino sobre el culto de lo banal. Es decir, sobre el hecho de que a lo largo del siglo XX se ha reivindicado lo banal. Cuando digo que se ha “banalizado lo banal” me remito al inicio del siglo XX, cuando Marcel Duchamp comenzó a exponer objetos triviales en un museo, como por ejemplo un mingitorio al que llamó Fuente. Esto, con el objetivo de enfrentarse a una concepción del arte y de los artistas inscriptos en instituciones rígidas. Luego establezco una serie con obras de Andy Warhol, quien filmó gente durmiendo y comiendo para romper con una concepción de la alta cultura y para valorizar lo “ordinario-ordinario”, es decir, el espectáculo más banal. Además escritores como Georges Perec, quien escribió sobre lo insignificante porque no toleraba los relatos monumentales de los medios de comunicación. Todos estos artistas promovieron el culto de lo banal para rebelarse contra concepciones tradicionales y conservadoras como el museo, el genio artístico, el gran arte. Es decir, todo esto desde un lugar provocador y corrosivo. Hoy la televisión le da lugar a la banalidad, pero sin ningún tipo de objetivo. Es decir, pareciera que la gente tiene derecho de mostrar lo más trivial, pero sin ningún tipo de objetivo contestatario, revolucionario o provocador. Esto no lleva a derribar valores o discursos conservadores.
–En la línea histórica y teórica que usted traza desde el arte hacia la televisión, pareciera haber una falta de límite para la televisión.
–Bueno, lo que intento demostrar, justamente en el capítulo sobre Warhol, es que la separación entre “la alta cultura” y “la cultura popular” se ha borrado. Para Warhol, los medios de comunicación también son una forma artística. Warhol decía que le encantaba mirar MiamiVice y que disfrutaba mucho mirando la televisión. En ese sentido la jerarquía entre el arte y los medios no tenía mucho sentido para él. Cuando se habla de la televisión se la opone al Arte señalando que están en esferas separadas y que el Arte no tiene nada que ver con la televisión. En cambio, creo que si pensamos en la televisión como una continuación en la línea de Warhol o del Pop art, se puede admitir que en el fondo la televisión es hija del arte contemporáneo y es heredera del arte del siglo XX. Es decir, cuando Warhol filmaba a un hombre durmiendo durante seis horas no podemos sorprendernos cuando vemos en Gran Hermano exactamente lo mismo.
–Usted señala un momento fundamental en la historia de los medios en Francia, que es cuando fue privatizada la principal cadena televisiva. ¿Qué relación existe entre este acontecimiento y lo que llama “el derecho a salir en la televisión”?
–Lo cierto es que en Francia teníamos una televisión enteramente pública, no existía la televisión privada como sucede, por ejemplo, con Globo en Brasil. Desde el momento en que la televisión se privatizó, todas las cadenas televisivas intentaron seducir al público, buscaban darle un lugar protagónico. El espectador era el protagonista. TF1 se privatizó en 1987. En los años ’90 comenzó esta dinámica, cuando se pusieron de moda los reality shows, que aquí en Francia llamamos “telerrealidad”. Antes, la televisión estaba ligada al poder, a la alta cultura y a ciertos sectores. Luego, la televisión, con una estrategia populista y no popular, ubicó al individuo como protagonista de la escena televisiva. Incluso hubo un programa en los ‘90 que se llamaba Salgo en la tele. Es decir, salir en la tele se convirtió en el objetivo fundamental. Por supuesto que se trata de una gran falacia que pretende demostrar que la televisión se ocupa de las personas y que ellas son las verdaderas protagonistas. Entonces florecieron todas estas emisiones donde la gente salía al aire contando sus penas de lo más triviales, como haber perdido a su perro, o no poder recuperar a su pareja, etc.
–Usted trasformó el conocido proverbio que dice “un acto vale más que mil palabras”, por “un testimonio vale más que todos los razonamientos posibles”. Yo agregaría que un testimonio “televisivo” vale más que cualquier otro testimonio.
–Lo cierto es que desde los años ‘90 el régimen de creencia y de verdad ha cambiado la historia, la sociología, la psicología, nos había advertido que hay que desconfiar de los testimonios. La televisión hizo el procedimiento contrario, puso en primer plano al individuo como criterio de verdad. Es decir, un testimonio no puede ser cuestionado y resulta muchas veces más verdadero que cualquier ley. Esto prueba una filiación con la sociología de Michel de Certeau cuando señala en los años ’90 que hay que parar de hacer estadísticas y que hay que apuntar a los individuos singulares para entender la sociología. Lo que fue una nueva forma de hacer encuestas que introdujo Certeau fue recuperado sin ningún tipo de pretensión científica, indicando que los testimonios son indiscutibles. Es decir, los testimonios individuales tienen un carácter único y auténtico. Esto produjo un gran desplazamiento de paradigma para la realidad y para la verdad, porque durante mucho tiempo la verdad se conoció por las estadísticas y procedimientos generales, mientras que ahora el testimonio de un individuo puede tener más peso que cualquier encuesta. Yo hablo de “testimonios teóricos”; cuando una cadena televisiva afirma que un testimonio es auténtico se apela a cualquier persona para que brinde su testimonio. Se toman casos particulares para dar testimonio sobre temas de interés general, por ejemplo, del desempleo. Por lo tanto, en el fondo tampoco importa el individuo en particular, sino que su palabra representa en mejor medida al común de las personas que las estadísticas. Entonces se producen aberraciones tales como “el desempleo es brutal en nuestro país” solamente porque se trasmite en la televisión el testimonio de una persona diciendo que no tiene trabajo. Recuerdo hace algunos días un episodio vergonzoso que vi en la televisión, donde la ministra de Justicia presentaba un proyecto de ley que apuntaba a evitar la prisión por delitos menores. A lo cual se contraponía un testimonio anónimo, irreconocible por causa de un contraluz, que narraba el cruel asesinato de su marido. La testigo anónima ponía su sufrimiento como consecuencia directa de la ley que la ministra estaba promoviendo. De esta forma aparecía en oposición el sufrimiento particular de este individuo a la ley misma, que parece más lejana y menos verosímil en la sociedad contemporánea que el testimonio de un individuo. Es decir, esta discusión se estaba dando en un terreno muy distinto del terreno de la ley. Entonces, el efecto es que el testigo pareciera ser más verídico que la ley, que intenta ser una expresión general. Supongo que en Argentina también tienen esos testimonios que consisten en interpelar a cualquiera en la calle para saber “qué piensa la gente” sobre lo que dijo tal o cual ministro. Estos testimonios proceden de una forma directa buscando cierta identificación inmediata en el espectador porque apelan a lo sentimental. En cambio, la ley requiere de la abstracción para ser comprendida.
–De hecho, tenemos muchos casos en Argentina en que se han visto determinados por afirmaciones de periodistas, testimonios triviales y opiniones que están muy lejos de la justicia.
–Esto sucede también en Francia, por eso creo que no se puede hacer justicia en la televisión. La justicia tiene su propio ámbito y debe ser respetado. Lo cierto es que desde hace veinte años aproximadamente la televisión, gracias al reality-show, pretende tener un lugar que ya no es de mediador sino de actor. Había muchas emisiones, en especial en los años ’90, donde una persona que había desaparecido era buscada por los medios televisivos. Lo que se sobreentiende es que la policía y el gobierno fueron incapaces de hacer su trabajo, entonces la televisión va a hacerlo. Tuvimos un programa llamado Testigo número 1 que pretendía darles voz a las personas que habían quedado disconformes frente a determinados fallos judiciales. Estas personas consideraban que el procedimiento había sido injusto, entonces la televisión, desde un lugar “comprensivo”, otorgaba la palabra a estos testimonios. La televisión entonces tiene un discurso que señala que los políticos son incapaces de hacer correctamente su trabajo, de modo que la televisión es el recurso directo para la expresión ciudadana. Este procedimiento es absolutamente populista, porque sostiene la idea de que la política no sirve para nada. Hay un ejemplo que me parece terrible llamado Super Niñera, que consiste en mostrar una situación familiar donde los padres no pueden controlar a sus hijos que son terribles, que se portan muy mal y que está fuera de control hasta que llega la “Super Niñera”, y luego de algunos días ella logra educar y controlar perfectamente al niño. Entonces, esto da la imagen de una televisión mágica que, con un truco de magia, soluciona problemas complejos. Es la misma lógica que el discurso publicitario.
–En su libro El Telepresidente usted indica que el político se presenta como un “hombre cotidiano”, y habla de la “omnipresencia del hombre cotidiano”.
–En el Protágoras de Platón, hay una frase que define a los sofistas que es “el hombre es la medida de todas las cosas”. De alguna manera la televisión contemporánea está guiada por esta ideología. Es decir, el individuo es la medida de todas las cosas, entonces es el patrón de verdad. Y sucede algo extraño, que mientras más humano se muestra el individuo, más verídico es su discurso. Los asesores de comunicación de los políticos comprendieron que hacía falta mostrar que los políticos eran hombres comunes, como los otros. Entonces, asistimos a una extensión de la vida privada de los políticos, quienes muchas veces exacerban sus sentimientos como argumento para las elecciones. En El telepresidente cito a Nicolás Sarkozy, quien fue abandonado por su mujer antes de postularse como candidato y él supo utilizar ese evento de su vida privada para transmitir el mensaje siguiente: “Yo he sufrido mucho, por lo tanto puedo comprender el sufrimiento ajeno”.
–¿Considera que los medios son una herramienta para los candidatos o que los candidatos son herramientas para los medios de comunicación?
–Para los candidatos fuertes los medios son una herramienta. Cuando Chirac ganó contra Jospin, se dijo que el candidato de la izquierda se había equivocado por no haber asistido a un programa de domingo donde se exponía la vida privada de los políticos. Jospin no quiso asistir porque consideraba que su vida privada no era relevante para las elecciones. Mientras que Chirac y Sarkozy expusieron completamente su vida privada. Pareciera que eso es un elemento fundamental. Actualmente, en Francia, la comunicación política no se juega en el campo del noticiero, sino en los talk-shows, en los programas de farándula, donde se habla fundamentalmente de la vida privada. Por otra parte, en el sentido inverso, los medios también utilizan a los candidatos como herramientas. Creo que para los medios de comunicación los políticos son una vía directa para entrar en la intimidad de los individuos, y a su vez se satisface la necesidad de los espectadores de entrar en la vida privada de los políticos.
–¿Cómo es la relación de Hollande con la televisión?
–A grandes rasgos, la relación de Hollande con la televisión es diferente de la que tenía Sarkozy. Sarkozy, por ejemplo, no dudaba al momento de hacer una llamada para suspender un programa, o interrumpir una emisión. En cambio, Hollande no parece actuar de la misma forma. Pero creo que en el libro El Telepresidente la fuerza de Sarkozy residía en que había demostrado un conocimiento muy profundo de cómo funcionaba la televisión. Y comprendió que debía salir al territorio en que debía presentar medidas en espacios que no parecieran sagrados o alejados del pueblo, sino que debía acercarse al territorio común. Hollande, en cambio, prometió que no utilizaría estos métodos y al cabo de un año debería reconocer que hace exactamente lo mismo. Pareciera que para los franceses un presidente que se muestra sentado en su escritorio es un presidente que no trabaja. Cuando Hollande, el año pasado, luego de un año de campaña, se tomó quince días de vacaciones, perdió muchísimos puntos de popularidad en las encuestas porque se decía “¿cómo puede ser que con el desempleo que existe el presidente se tome vacaciones?”. Entonces, cuando pretendió ser un hombre común fue duramente juzgado. Desde entonces ha estado siempre presente. Pareciera que los medios se convierten en un obstáculo a los políticos que no se pliegan a sus reglas.
–Usted habla de una crisis de representación política ligada a la crisis de representación en los medios.
–Son dos cosas distintas, la representación política creo que está en crisis en muchas democracias. La gente siente que está mal representada y los políticos que los representan tienen preocupaciones alejadas de las suyas. Por otra parte, creo que la gente querría votar si se sintiera bien representada. Entonces es sobre este terreno que nace la telerrealidad. El productor de la telerrealidad opera retomando el estereotipo de la gente común. Lo que resulta alarmante es que en 2002 los jóvenes casi no votaron en las elecciones presidenciales, mientras que votaron en masa para definir el protagonista de Gran Hermano. La telerrealidad dio la ilusión de que la gente estaba mejor representada por estos personajes “comunes” y así los votaban en masa. De esta forma, esta gente brindaba una representación que los políticos eran incapaces de proporcionar.
–¿Considera que un éxito político es actualmente un éxito sobre los medios?
–Sarkozy era alguien que intervenía todo el tiempo, cuando había un problema lanzaba una nueva ley. Vimos que no servía para nada y que no se podía actuar sobre la sociedad de forma inmediata. Para que las leyes actúen hay que dar un poco de tiempo. Entonces pensé que esto iba a servir como enseñanza y que se podría dar una duración más larga y que se comprendería que la acción política toma tiempo y tarda en ser efectiva. Luego, tras algunos meses de la presidencia de Hollande, vemos que los franceses no aprendieron nada de todo esto. Hace poco tiempo, Hollande reunió a todo su gabinete para saber cómo continuar en 2025, lo cual provocó una ola de risas y burlas. Los medios se burlaron de él diciendo que no podía resolver los problemas actuales y que la sociedad no podía esperar hasta el 2025. En realidad, la única pregunta que debemos hacernos es ¿dónde estaremos en diez años? Pero para la población éste es un razonamiento imposible. Temo que los políticos se vean obligados a someterse a esta ley de la información permanente que obliga a dar repuestas inmediatas y soluciones continuas que lleven a salir en los medios cotidianamente y así mantener contacto con la población.
–Los medios tratan el tema de la violencia muchas veces desde una perspectiva privada, individual. En cambio, la guerra por ejemplo, es un tema violento pero no percibe el mismo tratamiento. ¿Cómo tratan los medios franceses la intervención militar en Siria?
–Está lo que llamo la violencia del mundo, y la violencia de la televisión. Cuando se muestran cientos de cadáveres en Gaza, son imágenes terribles pero son hechos reales. Pero la televisión agrega violencia a esas imágenes, con el montaje y la forma de registrar esas imágenes. Dado que el hombre es la medida de todas las cosas, y que ver que lo que le sucede al individuo cobra una relevancia y una veracidad mayor. En la enunciación misma se agrega violencia. Lo que debemos pensar es el derecho a la información y a la dignidad humana. Me impresionó cuando vi, por ejemplo, los grandes movimientos sociales en Irán, donde se mostraba a una mujer que recibía un balazo y que murió delante de cámara. Se la mostraba muriendo lentamente, con sangre que corría por su boca. No es digno mostrar este tipo de imágenes, es una persona rodeada de gente que sufre por ello. Este tipo de violencia debería evitarse. Tendrían que emplearse procedimientos de mayor distancia que muestren una violencia que existe pero sin agregar violencia. Sobre las intervenciones hice un artículo que está en Le Nouvel Observateur sobre la forma en que The Economist cubrió el evento. Este medio mostraba los cuerpos apilados y la cara de Bashar al-Assad sobreimpreso y el texto era “Hit him hard”, es decir, “Golpéenlo fuerte”. Claramente es una imagen fuerte, pero además va mucho más lejos que lo que los políticos consideraron. Vimos cómo The Economist y otros diarios incitaron a una acción directa contra Bashar al Asaad mientras que los políticos dudaban en tal sentido. Mientras que la población no tiene intenciones de entrar en guerra, vimos como The Economist dio la orden prácticamente de invadir Siria, empujando a los políticos a echarse sobre Bashar Al-Assad. Tuvimos mucho días en Francia donde se explicaban los detalles de cómo sería la intervención. Entonces esto es un problema porque es en función de esto que se juzgará la acción política de un hombre. Es decir, que es en relación al discurso mediático que se juzgará el accionar de los políticos. No existe un tiempo de reflexión frente a las órdenes lanzadas por los medios.
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