DIALOGOS › DIáLOGO CON EL ECONOMISTA ALDO FERRER EN UN LIBRO QUE RECOGE SU HISTORIA DE VIDA
Profesor de Historia Económica y Social Argentina en la UBA, Marcelo Rougier acaba de ayudar a que Aldo Ferrer publique unas memorias que nunca había escrito solo. El resultado es Aldo Ferrer y sus días, un libro que Lenguaje Claro Editora termina de lanzar con una conversación entre ambos que hilvana la vida y la actuación pública del economista nacido en 1927. El texto que se publica a continuación es un extracto del primer capítulo, sobre los años de formación de Ferrer.
› Por Marcelo Rougier
El libro Aldo Ferrer y sus días tiene como base las entrevistas realizadas en el transcurso de 2008 y 2009, completadas con otras a partir de esa fecha, además de las innumerables pláticas sostenidas a lo largo de los años. Las desgrabaciones fueron reordenadas y ampliadas, se incorporó nueva información o se precisó otra, a partir de nuevas reuniones y de sucesivas revisiones del texto que hicimos con el propio Aldo durante 2013 y parte de 2014.
–Hablemos primero del contexto familiar y barrial, ¿dónde transcurrieron tu niñez y adolescencia?
–En Buenos Aires, viví siempre en el centro de la ciudad. La mayor parte del tiempo de mi niñez y adolescencia en una casa alquilada de Avenida Córdoba y Rodríguez Peña. (...) Ahí viví con mis padres, desde 1934 hasta 1958. Anteriormente, vivimos en Montevideo y Charcas, en la misma zona. El primer año de la escuela primaria lo hice en el colegio Onésimo Leguizamón, que está en Montevideo y Santa Fe. Luego, el primer grado superior ya lo hice en la escuela Rodríguez Peña, que estaba a la vuelta de casa. En esa época, las clases eran de lunes a sábado; cinco horas de clase todos los días: entraba a las ocho, ocho y media, y salía doce y media o una. La escuela pública era un espacio de integración social y de alto nivel educativo. Mis compañeros provenían de los todos niveles sociales. La educación privada era marginal, principalmente reservada a colectividades nacionales y religiosas. La mejor escuela era la pública. Mi papá era argentino, se llamaba Antonio, nació en 1901 y falleció en 1975. Era hijo de españoles: de Murcia, su padre, y de Málaga, la madre. Emigraron a la Argentina a fines del siglo diecinueve y se instalaron en Buenos Aires. Tuvieron cinco hijos. Mi abuelo era comerciante. Murió muy joven, en el año 1916. Mi abuela mantuvo la casa. Todos fueron a trabajar muy chicos. Mi padre aprendió el oficio de tallista, es decir, escultor en madera de muebles y objetos decorativos. Mi mamá se llamaba Isabel Agreti. Los padres eran italianos; la madre era de Roma y el padre de Livorno, cerca de Florencia. Recalaron primero en Brasil y tuvieron allí sus cuatro hijos. Mi madre, la hija mayor, nació en Santos, en 1904, y falleció en 1964, a los cincuenta y nueve años. Antes de la Primera Guerra Mundial toda la familia emigró a la Argentina y se radicaron en Buenos Aires. Mis padres se casaron en el año 1926 y yo nací un año después. Todos mis abuelos fallecieron jóvenes y sólo guardo recuerdo de mi abuela paterna, que falleció allá por 1935.
–¿Tenés algún recuerdo de la situación de crisis de 1930, durante tu niñez?
–Mi papá perdió el trabajo y comenzó a hacer changas. Mi mamá salió a trabajar en 1932 o 1933, en una tintorería que estaba en Las Heras y Pueyrredón. Poco después, mi papá recuperó el trabajo, luego empezó a trabajar por su cuenta y mi mamá retomó a tiempo completo su función de ama de casa. Como se daba en esa época en las familias modestas, la expectativa era que el hijo estudiara. Cuando llegó el momento de entrar al secundario, mi papá pensó que lo mejor era que hiciera la carrera de perito mercantil. (...) Entré en la escuela secundaria en plena guerra. Ahí discutíamos más de fútbol que de la guerra. Las discusiones eran: lunes, martes y miércoles, el partido del domingo anterior, y los tres días finales de la semana, del siguiente. Mi papá era hincha de Boca y, de joven, iba con frecuencia a la cancha. Desde mis seis o siete años lo acompañé muchas veces cuando Boca salió campeón. Naturalmente, yo soy de Boca. Es una de las mejores cosas que me han pasado de chico: ir a ver el fútbol con mi papá. Recuerdo las grandes figuras de las décadas del treinta y cuarenta. Roberto Cherro, Francisco Varallo... Mi papá tenía una admiración particular por Ludovico Bidoglio, de quien decía que era el mayor jugador de todos los tiempos. Recuerdo muy vívidamente un fullback, Domingo da Guia.
–¿Se leía en tu casa? ¿Te gustaba la lectura?
–De chico leía las revistas de historietas, todas. Cuando no iba al colegio porque estaba resfriado o por alguna cuestión, mi mamá iba a la feria y me traía El Tony. También leía novelas que se vendían en los quioscos. La mía no era una casa de intelectuales, mi papá no había terminado la escuela primaria, pero sin embargo era lector, tenía inclinación por el espiritismo y poseía una pequeña biblioteca. (...) Iba a la Biblioteca del Maestro, que está en el Palacio Pizzurno. Fui un alumno relativamente mediocre en el secundario. Ahí me recibí de perito mercantil a fines de 1944. Ese mismo año, el 11 de septiembre, nació mi hermana, Marta Isabel, todo un acontecimiento en la casa. Dejé de ser hijo único.
–Luego tomaste la decisión de estudiar contaduría, ¿también como una salida laboral?
–Mi padre tenía algunos amigos de la juventud que eran empleados de bancos y empresas, trabajaban en la parte comercial. Veía para mi futuro una carrera del lado comercial, no de su oficio. Así surgió la idea de estudiar perito mercantil. Al terminar, la salida universitaria era ciencias económicas. (...) En el verano de 1947, en febrero, en Mar del Plata, conocí y me enamoré de una joven de dieciséis años, recién llegada de Europa, Susana Lustig. El romance entonces no prosperó. Nos reencontramos años después, en 1958, siendo yo ministro de Economía y Hacienda de la provincia de Buenos Aires y ella distinguida médica pediatra y psicoanalista. Nos casamos el 23 de diciembre de 1958.
–Cuando entraste en la facultad, hacia 1945, todavía no existía la carrera de Economía...
–En esa época, las carreras que había en la Facultad de Ciencias Económicas eran de Contador, Actuario y el doctorado en Ciencias Económicas. La carrera del doctorado empezaba por el título de Contador Público, que eran cinco años, después había diez materias adicionales, con un trabajo de investigación y una tesis. Hice la carrera rápidamente. (...) Aparte de estudiar, hacía otras cosas. Aquellos años forman parte de la “gloriosa” década del cuarenta del tango. Las grandes orquestas y cantores, todos contemporáneos y vigentes hasta la actualidad. En esa época, la juventud lo bailaba y, en mi casa, la radio sintonizaba siempre tango. En realidad, me crié con Salgán, Di Sarli, Troilo, D’Agostino, Tanturi, Pugliese y los grandes cantores de la época: Vargas, Fiorentino, Rivero, Ruiz, Campos, Marino. Con varios de ellos establecí amistad años más tarde y con Horacio Salgán, un vínculo fraternal. Cuando viajé a Estados Unidos, para trabajar en las Naciones Unidas, llevé una buena colección de “longplays” de todos ellos para elaborar la nostalgia. En el Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas organizábamos todos los años, en ocasión del Día del Estudiante, 21 de septiembre, un gran baile en un salón famoso en la época, Les Ambassadeurs. La orquesta que siempre contratábamos era la de Aníbal Troilo. Yo estaba en la Comisión Directiva del Centro de Estudiantes, recuerdo su cachet: cinco mil pesos.
–Te comprometiste con la política muy rápidamente...
–En la guerra de España, mi papá estaba del lado de los republicanos. En 1936 yo tenía nueve años. Recibíamos Crítica, que estaba a favor de los republicanos. La Razón era el diario falangista. Mi papá votaba por el socialismo. Lo acompañaba cuando iba a votar y él me hablaba del fraude y la política de la época. Después vino la Segunda Guerra Mundial. En mi casa se siguió apasionadamente el tema de la guerra, había un compromiso con los aliados, éramos decididamente antinazis. En 1945, en un momento en que triunfaba la democracia en el mundo, Argentina parecía ir en sentido contrario, con un gobierno de facto y un líder, el coronel Juan Domingo Perón, de quien estábamos en contra por su origen militar. Tempranamente viví la ambivalencia de observar la movilización popular desatada por Perón, por la que sentía gran simpatía, y estar en la vereda de enfrente. El 17 de octubre de 1945 y de los años posteriores veíamos pasar las columnas. Venían por la calle Córdoba rumbo a la Plaza de Mayo con las banderas, bombos y pancartas. Enfrente de mi casa había una Unidad Básica, cuyo altoparlante tocaba permanentemente “la marchita”. Con mi padre teníamos una gran ambivalencia: por un lado, la cosa popular; por el otro, no nos gustaba nada el régimen militar, la dictadura. (...) Visto en perspectiva, el ’45 fue otra instancia del desencuentro argentino, de la incapacidad de las mayorías nacionales de converger en un gran proyecto nacional. El movimiento estudiantil se alineó con la Unión Democrática, en la cual estaba la derecha pero, también, partidos de izquierda y sectores medios y populares. Estuve en el acto que se hizo frente al Congreso, donde finalmente hubo un tiroteo y murieron varias personas. En la Marcha de la Libertad, el acto se hizo en plaza Francia. En todos los eventos políticos de 1945, desde mi militancia estudiantil, participé intensamente. Voté por primera vez el 24 de febrero de 1946, en la elección de Perón. Armé una lista de diputados muy sofisticada y voté por la fórmula radical José Tamborini-Enrique Mosca. Cuando entré a la facultad me afilié a Acción Reformista, que era la agrupación de izquierda, donde había socialistas y comunistas. Fui delegado al Centro de Estudiantes. 1945 fue un año de una gran movilización: el final de la guerra, el ascenso de Perón, la ocupación de la universidad. (...) Teníamos enfrentamientos casi diarios. Una de las rutinas era salir de la facultad, juntarnos con los muchachos y chicas de la FUBA e ir a plaza San Martín. Los nacionalistas de la Alianza Libertadora, que tenía su sede en Corrientes y San Martín, se juntaban en Corrientes y Florida. Las dos columnas avanzaban en sentido contrario, se encontraban generalmente en el cruce de Córdoba y Florida, y nos agarrábamos a las piñas. Tengo un recuerdo muy vívido de uno de esos episodios. Un día nosotros empezamos a avanzar y a correr a los aliancistas. Yo iba en primera fila. De pronto vi que los que escapaban adelante mío se empezaron a dar vuelta y me di cuenta de que me había quedado solo, mi columna estaba en retirada. Me rodearon y me dieron unas cuantas piñas. Pero no aprendí nunca. En otras circunstancias, lo mismo me pasó varias veces. Un hecho trágico de esa época fue el asesinato del estudiante Salmún Feijoo, frente a la Facultad de Ciencias Exactas, en Perú y Diagonal Sur. En ese tiempo, una muerte en un hecho político era un acontecimiento. (...) Así que esos años de la facultad fueron de militancia, pero mantuve un ritmo de estudio acelerado. Entré en 1945 y rendí las últimas materias en marzo de 1949. Tenía veintiún años cuando terminé de cursar, cumplí veintidós en abril de 1949.
–¿Cuándo empezaste a interesarte por los temas más específicamente económicos?
–Poco a poco me fui metiendo en los temas de economía; se me despertó la vocación por los temas económicos. En el Centro de Estudiantes participaba en los debates sobre las políticas económicas. El hecho que me marca mucho en esos años es cuando Raúl Prebisch vuelve a la facultad –porque se había ido, dejando la cátedra cuando renunció al Banco Central–. En 1948 volvió y dictó, durante un semestre, la clase y un seminario. En ese momento yo estaba cursando la materia. Fue un hecho afortunado. La materia se llamaba Dinámica Económica y Prebisch abordaba especialmente el tema de los ciclos económicos. (...) En el seminario de Prebisch, una vez por semana, nos sentábamos alrededor de una mesa y él hablaba. (...) En sus clases, Prebisch se orientaba hacia la teoría del desarrollo. Ahí empezó con el enfoque centro-periferia. Los textos de sus charlas están mimeografiados y deben estar en algún lado en la Biblioteca de la Facultad. Recuerdo una anécdota interesante. En la primera clase del seminario empezó a hacer una reflexión sobre la experiencia que había tenido en el Banco Central y su desencanto creciente con la teoría ortodoxa, el enfoque neoclásico. Preguntó entonces por qué pensábamos que estaba tan desencantado. Yo levanté la mano y dije: “Porque seguramente no le servía el enfoque para resolver los problemas que enfrentaba”. Y él dice: “Por eso mismo, porque no me servía”. Creo que en esa ocasión tomó nota de la presencia de su joven alumno. Fue un seminario muy interesante. Prebisch era un hombre con una gran imaginación y personalidad, muy buen orador, muy pintón, muy bien plantado, muy motivador. El salía caminando de la facultad, de Córdoba iba hasta Callao, de Callao iba hasta Charcas, y se quedaba en esa esquina de Charcas y Callao, que era, en donde, hasta 1944, había estado la vieja facultad, en la misma sede del colegio Carlos Pellegrini. Muchas veces lo acompañé charlando hasta esa esquina de Charcas y Callao. (...) También tuve de profesor al ingeniero Torcuato Di Tella, que daba Economía y Organización Industrial. Era entonces el empresario más importante no sólo del país, sino de América latina, lo que habla de la personalidad de este hombre. Cuando terminé de cursar en 1949 tenía muchas ganas de viajar y conocer el mundo, incluso me presenté a un concurso de la Flota Mercante para comisario de a bordo, ¡cuando ya era contador público! Pero no gané. Cuando di la última materia, llamé a mi madre y le dije: “Habla el doctor Ferrer”, que no era totalmente cierto. Tenía pendiente la tesis. Pero era una emoción para ella.
–Vayamos a las Naciones Unidas. Esa fue una etapa de formación muy importante en tu desarrollo profesional; me imagino que luego abrió muchas puertas. ¿Cómo fue que llegaste a la Secretaría General de la ONU?
–Poco tiempo después de creada la ONU, la Secretaría General inició una política de reclutamiento de profesionales jóvenes entre sus países miembros. En 1949 hicieron un concurso en América latina y Asia: Argentina, Brasil, Colombia, India y Pakistán. Aquí se presentaron como mil quinientos aspirantes, de los cuales, examinaron a ciento cincuenta. La prueba tuvo lugar en un aula de mi propia facultad, un total de casi veinte horas divididas en cuatro jornadas, durante dos días. El examen consistía de cuatro partes: un multiple choice de cultura general, un test de inteligencia, idioma inglés o francés, y un ensayo a seleccionar de una lista de veinte temas de derecho, economía y relaciones internacionales. Elegí un tema de economía referido a los ciclos económicos. Estando ya en Nueva York, me enteré de que el ensayo resultó determinante en la calificación. (...) En una visita a mi familia en Buenos Aires, en octubre, recibí un llamado de la oficina local de las Naciones Unidas, informándome que había quedado tercero entre los veinte seleccionados y que vendría una misión a entrevistarnos. (...) Viajamos juntos en marzo de 1950, en un avión a hélice de Panagra.
–Concretamente, ¿qué es lo que hiciste en Naciones Unidas? ¿Cuáles eran tus tareas?
–Los jóvenes reclutados en el concurso fuimos trece, cinco de América latina y ocho de India y Pakistán. Nos llamaban trainees. (...) La idea era que los trainees circuláramos durante dos años por las diversas dependencias para conocer toda la organización y asignarnos, después, a las áreas correspondientes a la competencia profesional de cada uno. (...) Esos años fueron fundamentales en mi formación profesional y en los vínculos profundos que establecí con varios de los mayores economistas de América latina y otras latitudes, como Celso Furtado. Allí escribí mi primer artículo, que se publicó en 1950, sobre la relación centro-periferia. Doné los derechos de autor, veinte dólares, a Pemex, como gesto de adhesión al nacionalismo mexicano. El director de El Trimestre Económico, Víctor Urquidi, supongo que con buen humor, me agradeció el gesto y me envió una colección de libros del Fondo. Parte de esos dos años me desempeñé en la oficina que la recientemente creada Cepal tenía en Nueva York. (...) Fue un día, mientras estaba en la oficina neoyorquina de la Cepal, que Raúl Prebisch, de visita en la sede, tuvo la sorpresa de encontrar a su antiguo alumno. Prebisch era ya, indiscutiblemente, el economista más importante del entonces llamado “Tercer Mundo”. Aquéllos eran los años inaugurales de la teoría del desarrollo. Además, la ONU era el lugar de la confrontación de la Guerra Fría. Asistí, desde las galerías del Consejo de Seguridad, al debate de la guerra de Corea y a la primera presencia de una delegación del gobierno de la República Popular China en Naciones Unidas. (...) Mi permanencia en la ONU fue un curso intensivo de economía y relaciones internacionales. No todo era trabajar y observar. Nueva York era un lugar apasionante. Me di algunos lujos, por ejemplo, ver en el Metropolitan la representación de César y Cleopatra, de Bernard Shaw, con Vivien Leigh y Laurence Olivier. Una noche saliendo algo tarde de mi trabajo, me encontré de frente a Marlene Dietrich. Asistía al Club de Cine del personal de la Secretaría General, donde reponían una de sus grandes películas, El ángel azul. Después de recuperar el aliento, la vi pasar observando su figura y sus piernas, que eran consideradas patrimonio cultural de la humanidad. Aparte del cine, el personal tenía otros clubes, incluyendo uno de fútbol. Con mis pergaminos de argentino, su organizador –recuerdo que era un polaco– suponía que yo debía jugar. Pronto tomó nota de la realidad. Yo traía, en mi trayectoria de los picados de mi barrio, el cartel del peor lateral derecho de todos los tiempos. (...)
–¿Te mantenías informado sobre lo que acontecía en la Argentina por ese entonces?
–Probablemente sin excepciones, todos los argentinos que trabajábamos en la Secretaría General de la ONU éramos antiperonistas. Seguimos apasionadamente los acontecimientos del país. 1952 fue un año en que se profundizaron los conflictos en la sociedad argentina y la economía atravesaba un momento difícil. Fue también el año del fallecimiento de Eva Perón. El acontecimiento tuvo amplia repercusión en los Estados Unidos.
En esos años mantuve contacto epistolar con Frondizi, a quien solía enviarle información y opiniones sobre los acontecimientos internacionales. Cuando volví al país en los primeros años de la década de 1950, estaban abiertas las puertas para mi afiliación a la Unión Cívica Radical, a la colaboración con Frondizi y, poco después, con Oscar Alende. En ese tiempo, una experiencia como la mía era poco frecuente.
–Regresaste a mediados de 1953. ¿Por qué volviste?
–No me veía haciendo una carrera internacional, viviendo fuera de mi país. Vistas las circunstancias de la época, no parecía una decisión sensata dejar un puesto seguro, bien pagado, una carrera atractiva para volver a una Argentina conflictiva y sin tener propuesta de trabajo. Pero, al final, fue la decisión correcta. Posteriormente, tuve otras ocupaciones que abrían la oportunidad de una carrera internacional o de una permanencia prolongada en el exterior, en Londres, Washington, Ginebra y, la última, París, pero siempre decidí volver. Nunca viví fuera del país más de dos a tres años. Antes de regresar, viajé al Viejo Mundo. Al regresar escribí la tesis. Todas las ideas que se volcaron en la tesis, las armé en esos años que estuve en Naciones Unidas. Pero la terminé acá. Tardé seis meses. La presenté en 1954. Cuando rendí el examen de tesis estuvieron mis padres y mi hermana. Califiqué como sobresaliente, recomendado al Premio Facultad. Poco después, fue mi primer libro: El Estado y el desarrollo económico.
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