Lun 12.01.2015

DIALOGOS  › CRISTINA MUCCI, 27 AñOS COMO CONDUCTORA DEL PROGRAMA LOS 7 LOCOS, DE LA TELEVISIóN PúBLICA

“Cuando empecé con esto, los escritores no iban a la tele”

El programa Los 7 Locos comenzó en 1987 con la periodista Cristina Mucci y el escritor Tomás Eloy Martínez. Ya lleva más de mil ediciones y por sus estudios pasaron decenas de escritores, algunos noveles y otros consagrados.

› Por Andrew Graham-Yooll

En un país de historia y paciencia breves es admirable un recuento, personal o colectivo, que abarca unos cuantos años. En televisión sorprende. Cristina Mucci tuvo suerte, pero relata que también tuvo que poner mucho esfuerzo. El programa Los 7 Locos comenzó en 1987, hace 27 años. Antes de llegar a la televisión trabajaba en La Razón. Jacobo Timerman había asumido la dirección en 1984, cuando convirtió al vespertino en matutino y de tamaño sábana lo achicó a tabloide. Eran los primeros tiempos de la democracia. Mucci tenía un trabajo que le gustaba y la pasaba muy bien. Tenía una columna de libros que tenía que aparecer todos los días. Dice que en ese momento tanta cobertura le pareció una exageración. Timerman puso la columna en la sección Política. Timerman dijo: “Hay material, es un momento de mucha riqueza de libros. Aprovechá y escribí todos los días”. Funcionó, y Cristina Mucci comenzó a ser conocida en el ambiente de libros.

Recuerda que un día, en La Razón, le llegó el libro La novela de Perón, de Tomás Eloy Martínez, a quien no conocía. La dedicatoria decía: “A Cristina, de su lector cotidiano”. Era emocionante. Conoció a mucha gente. Un día la llamó Joaquín Lavado por teléfono y le dijo: “Soy Quino, el papá de Mafalda”. La llamaban para que publicara noticias en esa columna, que así fue ganando peso en el gremio. La llamó María Elena Walsh, y muchos más. Conoció gente. Algunos le pedían que les publicara un “chivo”, de esas llamadas hubo muchas. Pero de mayor fuerza era la gente que quería decir algo respecto del momento, de la transición que estaba viviendo el país. Eso se lo agradecerá a Timerman toda la vida.

Timerman le dio esa columna y durante dos o tres años, lo que duró la gestión de don Jacobo, Mucci escribió diariamente para ese espacio. Un día la puso a cargo de una sección de Cultura. Fue el primer diario que publicó una página de Cultura todos los días. Fue en La Razón. Ella hacía la columna y la sección se llenaba con lo que todo el mundo mandaba, todos los días. Cuando ese diario cerró se quedó sin trabajo. ¡¿Y ahora qué hago?!

–¿Y qué hizo usted?

–Cuando uno está en crisis total se puede imaginar lograr lo que más quiere hacer: yo siempre había pensado que faltaba un programa de libros en la televisión. No sabía para dónde agarrar. Lo fui a ver a Félix Luna en su despacho en la municipalidad, era secretario de Cultura en la ciudad. Le dije que quería hacer un programa. Pensé que algo sabría. Luna tenía el programa Todo es Historia. Para mí la tele era otro mundo, muy lejano. Félix Luna fue muy generoso. Lo conocía al interventor en Canal 13, Carlos Gaustein, un radical, porque todavía eran estatales los canales (desde 1975). Ahí nomás Luna lo llamó a Gaustein y le dijeron que yo fuera al canal el día siguiente. No lo podía creer, yo no tenía un proyecto hecho, nada. Nunca había trabajado en la tele ni había puesto la cara. Gaustein me dijo “lo vamos a hacer”. No podía creer que fuera tan fácil entrar a la televisión. Me acuerdo de que me dijo que venía el Papa, en abril de 1987, y yo pensé que era una excusa para sacarme de encima. Gaustein dijo que lo llamara en un mes, pero me aseguró “esto se hace”.

–Bueno, hay que suponer que todo fue para adelante en forma muy ordenada...

–Por una de esas casualidades me encontré con Félix Luna y me dijo que lo había visto a Gaustein y se iba a hacer el programa. No lo podía creer. Esperé un mes, lo llamé, me dijo “venite al canal mañana” y que empezaría en un horario trasnoche. Me dio pánico. Lo llamé a Tomás Eloy Martínez, que ya estaba en Buenos Aires, le pregunté si estaba dispuesto a acompañarme. Dijo que sí, volví a ver a Gaustein, le dije que necesitaba un coequiper y que sería Tomás. Me dieron a elegir el martes o el jueves. Elegí el día, martes o jueves, no sé, no recuerdo, porque estaban Bernardo Neustadt y Mariano Grondona y supuse que con el rating de ellos algo me quedaría a mí. Salíamos en vivo con el tema “Escritores y política”. Teníamos a Timerman, Osvaldo Soriano y Dalmiro Sáenz, ésa fue la mesa principal. Llegamos acompañados de amigos, preparados para la salida. Pero no empezaba y no empezaba. Neustadt cerraba cuando se le daba la gana. Estuvimos esperando 45 minutos. En la mesa había un reloj de arena: se le había ocurrido a Tomás que el límite de cualquier intervención era la duración de la caída de la arena.

–A todo eso, ¿cómo superaron al horario Neustadt y lograron abrir el programa?

–Timerman abrió el programa y dijo que el reloj de arena había que tirárselo por la cabeza al director del canal porque era una vergüenza que nos tuvieran demorados 45 minutos porque el señor Neustadt hacía lo que se le daba la gana, demorando un programa como éste, el primero de cultura para debatir ideas, temas y demás. Así arrancamos. Supuse que no duraríamos mucho. Lástima, no tengo grabado ese primer programa. No teníamos ni casetera en esa época. Después nos fuimos a comer, por ahí en Constitución, cerca de Canal 13. Todos estaban muy contentos, pese a los recelos entre Soriano y Timerman, y las protestas de Jacobo, y yo pensaba “lástima que mañana nos echan por lo que dijo Timerman”. Bueno, no nos echaron y seguimos.

–Sí, pero luego los echaron sin recurrir a Neustadt ni a otro personaje.

–Nos echaron cuando se fue Gaustein. Teníamos mucha resistencia dentro. Lo que sucedía era que los gerentes venían de la dictadura. Nos hicieron la vida imposible. Lo que nos salvaba era que nos protegía el jefe máximo, que era Gaustein. Cuando nos echaron pensé que era el fin. Estaba en casa un día y me llamó Rodolfo Rabanal, que era secretario de Cultura de la Nación. Y me dijo Rodolfo que, después de mucho batallar, el era jefe de la televisión por su cargo, y había logrado dos horas por semana. Propuso hacer un programa nuevo y ahí surgió el nombre de Los 7 Locos (por eso digo que este programa tuvo suerte, tantas cosas se cayeron y en mi vida también, que era una suerte que esto quedara en pie). Y volvimos, esta vez a Canal 7. Tomás Eloy Martínez ya no estaba, se había ido a Estados Unidos, y como no me animaba a salir sola propuse a Carlos Ulanovsky, él muy contento y así salimos. Tomás Eloy había tenido la idea en Canal 13 de llamar el espacio Los 7 Locos. Yo quise seguir con el mismo título para mantener la idea de continuidad. El título estaba registrado como propiedad de los herederos de Roberto Arlt. En la sucesión estaban peleados pero los abogados arreglaron con el canal el pago de un derecho. Nos echaron de Canal 7 y otra vez estábamos en la calle. Lo llevé al cable porque lo quería seguir haciendo y lo produje yo.

–¿Tiene idea de cuánta gente entrevistó en estos años?

–No tengo idea y no tengo registro. Tampoco sé cuántos programas hice. A veces me preguntan. Se puede estimar. Por año hacemos casi cuarenta programas, salimos durante nueve meses... Bueno, multipliquemos 39 programas por 27 años, son... 1053, digamos que fueron alrededor de mil programas. Gente, no sé, viene mucha... Algunas personas se destacan más que otras, algunos libros son más recordables que otros, es natural. Hay gente que no vino nunca, especialmente en los primeros años. Gente que no quería aparecer en la televisión. Por ejemplo, Marco Denevi no vino, Silvina Ocampo tampoco quiso venir...

–Es de suponer que la experiencia dicta la práctica, que el conocimiento del sistema y las personas hacen más fácil decidir para dónde va un programa, pero... ¿cómo se seleccionan los libros para un programa?

–Es una edición de la realidad. A mí me llegan muchos libros y uno adquiere el ojo. Tengo que haber aprendido a esta altura del programa qué es lo que puede interesar y qué hay que descartar. No es tan difícil, pero es duro. Los libros de la gente que viene al programa los leo de punta a punta. Eso es un compromiso que tengo asumido desde hace mucho tiempo y a veces termino leyendo y corriendo, pero lo hago. Cuando vienen tres o cuatro personas a una mesa en general es por un tema, no es por un libro en especial. El programa tiene cuatro bloques: el último lo cierro yo. En los tres bloques anteriores puede ser un libro, pero también empecé a incorporar teatro, cine y artes plásticas. Hice un programa sobre cine argentino para el aniversario de treinta años de democracia. También hice programas sobre treinta años de literatura, treinta años de artes, de medios. En esos casos no es cuestión de un libro que tenga que leer, pero en cada programa hay tres bloques de entrevistas. Los libros de gente que viene al programa los leo íntegros, no hay otra forma de hacer esto. Hay muchos otros libros que no los leo, los miro un poco. ¿Cómo elijo? Eso es subjetivo, el programa lo hago yo. Otro va a elegir diferentes libros. Yo trato de pensar siempre en la persona que me está mirando. La televisión es para el que mira, no para hacerles favores a los amigos. Trato de llevar lo que me parece interesante y parece de mejor nivel. A veces llevo gente grande, que está mal, que le cuesta hablar bien pero es muy inteligente. Ahí me siento y remamos para que la nota salga, pero no me fijo en llevar personajes mediáticos. Hay muchos casos.

–¿Por qué no se repite el programa en otros horarios..? Sale de 8 a 9 los sábados. Hay que tener fuerza para levantarse y seguirla.

–Eso hay que preguntarlo en Canal 7. Ellos se portaron bien conmigo, porque siempre tuvieron muy buena actitud. Muchos otros programas se levantaron. Por lo menos me dieron ese horario. Yo pregunté, ¿quién me va a ver a las 8 de la mañana?, y ahí descubrí el gran número de gente que ve tele a esa hora de la mañana. La gente es rara, no se me modificó la audiencia. Nunca tuve un rating alto, pero tengo un piso, la gente sigue mirando. Hay que pensar que si un libro vende mil, dos mil, ejemplares y el programa lo ven cien mil personas, es un abismo de diferencia. Pero es la diferencia que marca la situación en todo el país. La gente no compra libros, pero se levanta, yo no me levanto, pero la gente pone la tele un sábado y me escriben mientras desayunan, ya están acostumbrados.

–¿Usa Internet, mucho... poco?

–Hemos cargado en Internet y vamos a seguir eso despacito, los programas viejos que están en un archivo que ya es impresionante. Hay que pensar que cuando yo empecé con esto los escritores no iban a la tele porque no había espacio para escritores. Por lo tanto, hay pocas notas y muchos escritores y las pocas por lo general las tengo yo. Son parte de una historia importante. Despacito estamos subiendo el material a la web. En el espacio ya hay como quinientos notas, no los programas enteros, subidos. El Canal 7 sube, desde hace un par de años, el programa entero y lo de ahora yo lo replico. Está en Internet, el que quiera ver que vaya a ese sitio. Hasta ahora es obvio que la gente lo ve más por la tele que por la web. Pero hay que pensar que la tendencia es ir a Internet.

–¿Dedica tiempos específicos para la lectura y también al archivo de su material?

–Yo leo todo el tiempo, en cada oportunidad. A veces se acumula la lectura pendiente... pero trabajo con mucha libertad. El domingo trabajé y quizás el martes no trabaje. Lo hago en los ratos que tengo. Leo mucho, preparo el programa, hay que pensar los diálogos. Es un compromiso que tengo, me ocupo. Todos sabemos que a esta altura del ejercicio yo me puedo sentar a la mesa, conversar, entrevistar, sin haber leído nada más que la solapa del libro y si no leí la gente no se va a dar cuenta. Pero también estoy segura de que se nota que uno ha leído, porque surgen otras preguntas, otras formas de encarar el diálogo. Yo hago pocas cosas pero a las elegidas les dedico mucho esfuerzo. Este programa sobrevivió tantos años porque tuvo suerte. Otros programas que hice no sobrevivieron. Lo bueno de Los 7 Locos es ser un programa que no se agota nunca. Dos cosas quiero dejar en claro: una es de cuando nos echaron de Canal 7 con Carlos Ulanovsky en el año 1990. Ya nos habían rajado del Canal 13 y en el ’90 nos echaron de acá. Entonces yo le dije a Ulanovsky que quería seguir, pero había que producir otra cosa. La producción no le interesó tanto a Carlos. En ese momento había unas veinte editoriales argentinas, veinte. Ahora, ¿habrá dos? Fui a pedirle a cada editorial que me apoyaran el programa para llevarlo al cable. Me apoyaron todos. Decidí que todos ponían lo mismo, los grandes y los chicos, una cifra baja... Yo quería seguir manejando el programa, que no hubiera influencias, que no me presionara nadie. Logré muchos auspicios. También me auspició la Secretaría de Cultura, donde estaba Pacho O’Donnell, me apoyó el Laboratorio Bagó. Fui a Cablevisión, que en el ’90 no era muy grande, y conseguí un espacio y comencé a producir y a bancarlo. Conseguí un estudio y me hice cargo de los gastos. Yo también vivía de eso. Segundo, en el cable pasó algo muy especial. Permanecí en el cable toda la década de los noventa, y Cablevisión creció, y el programa también (tenía como cinco repeticiones semanales). También contraté espacio en otros cables, VCC, Multicanal y otros. Cuando comenzó Canal (á) me ofrecieron ir ahí, hice un arreglo de coproducción, lo levanté de los otros cables. Canal (á) empezó a salir. Llegamos cuando se fue Carlos Menem, cuando subió Fernando de la Rúa y yo quería volver al Canal 7 porque este programa no es un negocio, fue pensado para la televisión pública y es un servicio. No fue tan sencillo. Estaba Darío Lopérfido, después vinieron Albino Gómez y Daniel Larriqueta, entonces yo volví en medio de la crisis de 2001 y para cuando logré firmar contrato ya estaba Eduardo Duhalde.

–Hubo un momento de crisis para el programa cuando levantaron su programa de libros y el de Osvaldo Quiroga...

–Volvimos a Canal 7 a comienzos de 2002 y en el 2004 nos echaron. Hubo tanto revuelo que un día me despedí y a la semana ya estaba de vuelta. Fue la semana más intensa de mi vida. Emocionante. Salió al aire Alberto Fernández a pedir perdón, dijo que había sido un error. El canal fue un sitio muy caótico porque había dos direcciones enfrentadas. Por un lado estaba Ana de Skalon, una muy buena persona que luego falleció, y otra línea muy diferente. Se pelearon entre ellos por los espacios y un día me llama Ana de Skalon y me dijo que tenía que levantar el programa. Pensé que estaba bromeando. Me dijo que no tenía los espacios. Finalmente acepté que era cierto pero expliqué que algo tendría que decir. No podían levantar así nomás los dos únicos programas culturales, el otro de Osvaldo Quiroga, sin comentario alguno. Fui a grabar mi despedida una semana antes de lo impuesto, que era el 25 de mayo, que es el cumpleaños de mi hija Violeta, y yo decidí que no iba a trabajar ese día para cerrar un ciclo. El 18 de mayo salí al aire, conté que se levantaba, que me quedaba en el canal y esperaba volver en unos meses porque eso me lo había asegurado Ana de Skalon. Yo acepté el corte porque la comprendí a ella, pero dije que no estaba de acuerdo porque eran espacios que se pierden y no vuelven. El alboroto fue impresionante, el contestador telefónico de casa ardía. Los diarios y las radios levantaron el tema al día siguiente. Osvaldo Quiroga sugirió que hiciéramos el último programa juntos en el espacio de él. Vino Mercedes Sosa, que estaba muy enferma, que dijo: “Me levanté de la cama para decir acá que esto es una barbaridad”. Conclusión, estábamos en casa, en pleno cumpleaños, y sonó el teléfono y Ana de Skalon me anunció que los dos programas seguían. Los diarios dijeron que el presidente Néstor Kirchner se había interesado y ordenó que repusieran los dos programas. Era un escándalo. Fue una semana muy intensa. Me ilusioné con esta forma de “movilización”.

–¿Y fue vuelta a lo acostumbrado, nomás?

–Yo seguí haciendo el programa de siempre, que hago con absoluta libertad. Al programa viene todo el mundo. Jamás me pidieron que llevara o que no llevara a alguien. Yo agradezco eso. El horario será malo, pero es un espacio de libertad y siento que tengo que reflejar lo mejor de nuestra cultura, que se difunda lo más posible. Me siento responsable.

–Terminemos hablando de sus libros, ¿está escribiendo?

–El último que hice fue la vida de Leopoldo Lugones, que es del 2009. Los estoy subiendo a la web. Antes escribí sobre tres mujeres, Marta Lynch, Beatriz Guido y Silvina Bullrich. Empecé con Marta Lynch porque era un personaje que me atrajo por las contradicciones de su vida a medida que atravesaba toda la historia del país, a partir de Arturo Frondizi hasta Raúl Alfonsín. Además, Marta Lynch planteaba los temas más dramáticos, como el envejecimiento en la mujer, las cirugías estéticas, fue pionera en todo eso. Me interesaba mucho. Salió en el año 2000. Había un capítulo que se llamaba el “trío más mentado” y hablaba de Beatriz Guido, Silvina Bullrich y Marta Lynch y por eso la editorial me propuso que hiciera la historia. Esos tres libros funcionaron muy bien y la gente todavía me los pide. Los estoy subiendo a la web. Los libros que hice los quería hacer de alma. Tardo mucho en hacer un libro y debería pensar en otro ahora. Quizá la historia de Los 7 Locos. Da para una historia. Lo voy a hacer cuando me jubile.

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