Lun 28.09.2015

DIALOGOS  › GERARDO CAETANO, HISTORIADOR Y OBSERVADOR AGUDO DE LA POLíTICA URUGUAYA

“Los gobiernos progresistas han generado sociedades más demandantes”

Enclavado en medio de dos gigantes, Uruguay es percibido como un territorio atado a la suerte de Argentina y Brasil. En estas líneas, Caetano subraya los retos estratégicos de Uruguay a largo plazo, el presente de su sistema político y las difíciles relaciones con sus socios del Mercosur.

› Por Patricio Porta

–¿Qué diferencias hay entre José Mujica y Tabaré Vázquez?

–En primer lugar, son dos figuras que manejan el centro presidencial de manera antagónica. Vázquez es un planificador, Mujica entiende la política como un ensayo y error. Vázquez es más cauteloso, Mujica mucho más audaz. Vázquez tiene un perfil de mayor moderación. Mujica también es un pragmático neto, pero Vázquez tiene una mayor capacidad de ejecución. A Mujica no le gusta ejecutar, no le gusta mandar. Vázquez tiene una vocación presidencial y Mujica, en realidad, llenó el lugar presidencial de política, porque le gusta hacer política. A Vázquez no. Pero lo que marca la diferencia es que el país, el mundo y el Frente Amplio son muy distintos en relación a 2005, cuando Vázquez asumió su primer gobierno. El Frente Amplio gobernó diez años con bonanza, como casi toda Sudamérica. Estamos en el decimotercer año de crecimiento económico ininterrumpido, pero hasta 2014 con un promedio cercano al seis por ciento. Ahora empieza una desaceleración que tiene que ver con el contexto internacional, y las previsiones son de entre un 2,5 y un 2,8, de acuerdo a la Cepal. Entonces el Frente Amplio debe demostrar que tiene el libreto para épocas que no son de abundancia. Este segundo gobierno de Vázquez comienza a desplegarse. Pero las señales que ha dado son contradictorias. Las pautas salariales para el sector privado fueron muy rechazadas por el movimiento sindical, que le ha hecho un paro muy importante. Las pautas salariales para el sector público han sido mucho más aceptables. Uno advierte que este gobierno no se ha instalado, que conviven dos enfoques. Uno cauteloso, liderado por el equipo económico, que busca una adaptación al nuevo contexto de desaceleración, y otro más neodesarrollista, que intenta responder a esa desaceleración con la profundización de algunas reformas. Pero Vázquez cuenta con un libreto, que estuvo presente durante la campaña y que es exigente. El incremento del presupuesto educativo de un 4,5 a un 6 por ciento es un salto importante, aun cuando la transformación educativa va más allá de la inversión. Se ha anunciado un mega plan de inversiones públicas con fuerte orientación a la infraestructura superior a los 12 mil millones de dólares, que representa un quinto del PBI del Uruguay. Hay un planteo de aumentar la inversión en ciencia y tecnología al uno por ciento del producto, con el objetivo de cambiar la matriz productiva. Hay libreto, el tema es ver cómo se financia y cómo se orienta la perspectiva.

–Uruguay viene sosteniendo que se ve perjudicado dentro del Mercosur. Incluso Tabaré Vázquez coqueteó con la idea de un tratado de libre comercio con Estados Unidos. ¿Por qué piensa que el Mercosur está fallando para Uruguay?

–El Mercosur tuvo una etapa comercialista en donde creció en comercio e inversiones en los 90. Pero con la crisis de la convertibilidad no tenía muchas posibilidades de dar respuestas a esa crisis. Parecía atisbarse otro Mercosur, más integral, que discutiera otros temas además del comercio, como el financiamiento intrazona, políticas públicas regionales, complementación productiva. Esto está en los grandes planes de 2013, en el Acta de Copacabana y en el Acta de Buenos Aires. En el Plan 2004-2006 de la Cumbre de Asunción de 2003. Lo cierto es que los gobiernos progresistas no consolidaron ese otro Mercosur. Y más aún, profundizaron su nivel de incumplimiento. Para el Uruguay eso es particularmente perjudicial, porque necesita ampliar mercados. No tiene estrategia mercado internista. Uruguay necesita que el Mercosur sea un bloque que pelee espacios en un contexto internacional complejo.

–¿Qué debería cambiar entonces?

–La agenda del Mercosur es paupérrima. Ha sabido decir que no cuando era necesario. Le dijo no al ALCA y fue muy importante. Pero no pudo construir una alternativa en términos de expansión comercial. En un mundo de mega concertaciones comerciales, donde Estados Unidos impulsa un acuerdo transpacífico y transatlántico, y China hace lo suyo en el sudeste asiático, tiene el peligro de quedar aislado. En ese sentido, Uruguay y Paraguay necesitan un Mercosur mucho más dinámico. El problema es que Argentina y Brasil tienen políticas muy proteccionistas, y han mantenido una dinámica del mercado interno y del mercado regional con preferencias arancelarias que Uruguay no puede tener. Entonces reclama más vigor. Ahora Brasil se suma a ese reclamo, porque la era de las commodities se ha acabado. La iniciativa norteamericana de un TLC con Uruguay en 2006 tenía como único objetivo poner una cuña en el Mercosur. En términos comerciales, Uruguay no es nada para Estados Unidos. Sin embargo, aquello parecía la tormenta perfecta, porque Uruguay tenía el contencioso con Argentina, que no eran solamente las pasteras. Eran los puertos, las políticas cambiarias, el turismo, el dragado de los ríos.

–¿Cómo ve la relación entre Argentina y Uruguay, que se muestra muchas veces como de amor-odio?

–Durante el período de Mujica se dio una situación rara. Mujica ha sido el presidente más filoargentino de la historia del país. Entre otras cosas porque la filosofía histórica que genuinamente tiene construye una historia rioplatense. Esa idea de una nación y dos estados. Cuando Mujica dice que Argentina y Uruguay no son hermanos, sino gemelos que nacieron de la misma placenta, dice de manera muy gráfica su visión de la historia del Río de la Plata. Esa visión no es mayoritaria en el Uruguay. Argentina, y sobre todo Buenos Aires, es el Otro del Uruguay. Eso no le daba votos a Mujica, y sin embargo apostó todos los boletos a construir una relación privilegiada con Argentina. La verdad es que no encontró el eco que esperaba. Cuesta no ver una responsabilidad importante en el gobierno argentino, cuando del otro lado tuvo un interlocutor como Mujica, obsesionado por reconstruir el vínculo entre los dos países. Ahora es más difícil, porque Vázquez tiene otra visión. Perdimos una gran oportunidad. Pero insisto en que más allá de los vínculos de amorodio, Argentina y Uruguay tienen muchos vínculos virtuosos como para estar condenados al enfrentamiento. Uruguay y Argentina son mucho más que sus gobiernos.

–¿Y cómo evalúa la relación entre Uruguay y su otro gran socio, Brasil?

–Lo de Brasil es lo más preocupante en estos momentos en América latina. Aunque suene descabellado, hay una hipótesis golpista. La democracia está en peligro. No creo que prospere, pero el hecho de que estemos hablado de un movimiento pro impeachment contra Dilma Rousseff, de una corrupción generalizada que afecta al gobierno y al PT, es muy grave. Porque la región ya tiene focos de crisis política que erosionan la solidez de las democracias. Pero Brasil es el país más importante de América latina. Allí una desestabilización, más allá de la caída del PT, sería un golpe mortal para los gobiernos progresistas de la región. La corrupción no es de derecha ni de izquierda. Pero el impacto de un hecho de corrupción en un gobierno de derecha es una cosa, y en un gobierno de izquierda es otra. Para la izquierda es algo devastador, porque pierde toda legitimidad. A esto se suma una crisis económica importante. En el corto plazo implica una recesión muy fuerte para este año. Los gobiernos progresistas han generado sociedades más demandantes. Ahí está su éxito, pero también representa un compromiso.

–Usted ha escrito sobre la partidocracia y su papel en la construcción del Estado uruguayo. ¿Cree que luego de diez años de gobiernos del Frente Amplio los partidos tradicionales están algo desorientados?

–A nivel internacional, el concepto de partidocracia no tiene buena prensa, aunque en realidad es la idea de un sistema político en el que los partidos serían los actores centrales. Creo que ese ha sido y sigue siendo, en buena medida, una de las virtudes de la democracia uruguaya. Esto es, que los partidos sean fuertes, que no se fragmenten y que tengan solidez. De todas maneras, no cabe duda alguna de que hay uno de esos partidos tradicionales que hoy está siendo muy desafiado, que es el Partido Colorado, históricamente un partido de gobierno en el Uruguay. Después de la crisis de 2002 ha caído en un pozo político y electoral muy hondo del cual no está pudiendo salir. En la elección del 2004 sacó un diez por ciento, en la de 2009 un 17 por ciento y en la del año pasado un 13 por ciento. Para un partido cuya peor performance histórica había sido del 30 por ciento, y que tenía vocación de gobierno, es una situación muy grave. El Partido Nacional (Blanco) ha estado entre guarismos muy bajos de 22 por ciento, pero por lo general está en un 30 o más, mientras que el Frente Amplio está entre un 48 y un 50. El desafío de supervivencia lo tiene el Partido Colorado.

–Hace unos años, usted afirmó que el Frente Amplio había hecho una “renovación política sin renovación ideológica”. ¿A qué se refería?

–Esto tiene que ver en buena medida con el desafío de las izquierdas y de los progresismos en América latina. Las izquierdas no han tenido renovación ideológica. Aquello que decía Marco Aurélio Garcia: antes teníamos muchas ideas y pocos votos y ahora tenemos muchos votos y pocas ideas. El pragmatismo es una parte de la renovación ideológica, pero no es todo. Por ejemplo, Uruguay se encuentra ante desafíos importantes, como la revolución en el sector agropecuario, con un incremento muy vigoroso en la tasa de inversión. Pero la tasa de inversión ha crecido básicamente por la inversión extranjera directa. Y la revolución productiva en el sector agropecuario requiere de una diversificación de la matriz productiva. Si se quiere dar un salto en el desarrollo, la intensificación productiva sustentable no basta. Para esa cuestión el Frente Amplio todavía no avizora grandes cosas. Y lo que necesita es financiar la continuidad de la era progresista. Pero por otro lado se ha autocercenado la posibilidad de discutir impuestos. Hay un reforma fiscal importante que ha dejado al gran capital por fuera, entre otras cosas porque el país necesita inversión extranjera. Pero eso supone demandas importantes.

–También podría pensarse que las demandas de la sociedad son más fuertes.

–Hay una sociedad que se ha vuelto mucho más demandante, y ese es uno de los éxitos del Frente Amplio. Cuando llegó al gobierno en 2005, el movimiento sindical tenía 100 mil trabajadores afiliados. Hoy tiene 400 mil. Hay una vieja dialéctica en el Uruguay, que es impulso y freno. Y un movimiento transformador que se detiene a mitad de la jornada termina anquilosándose. Esta falta de renovación ideológica tiene que ver también con debates como el del nuevo modelo de inserción internacional, sobre todo con la participación de Uruguay en el TISA, que es la negociación plurilateral impulsada por Estados Unidos y la Unión Europea para definir reglas en términos de servicios. Ahí hay un debate muy fuerte, sobre todo dentro del Frente Amplio. Hay además un debate respecto a temas cruciales como la intensificación de la producción con cuidado medioambiental. El tema de la megaminería durante el gobierno de Mujica fue crucial y este gobierno dejó afuera ese proyecto. Pero a la demanda de renovación ideológica se le suma una demanda ineludible: la tríada de liderazgo que orientó al Frente Amplio para este crecimiento electoral y para el ejercicio del gobierno está viviendo su último partido. Mujica tiene 80 años y Vázquez y Danilo Astori tienen 75.

–Pero hay toda una nueva generación de dirigentes dentro del Frente, como Constanza Moreira, Mónica Xavier, Sendic hijo y Daniel Martínez, muchos de los cuales ocupan cargos importantes.

–Liderar el Frente Amplio no es una tarea fácil. Son nombres que están lejos de concitar los apoyos necesarios como para liderar una fuerza política que es tan extraña. Nació como una coalición y un movimiento en el 71, se ha convertido en un partido de coalición, tiene tensiones importantes y hasta ahora las ha administrado bastante bien. Pero las ha administrado con liderazgos fuertes. ¿Quién sustituye a Mujica en términos de la construcción política permanente, en la captación electoral? ¿Quién sustituye a Vázquez en el ejercicio del gobierno, en esa capacidad de decisión? ¿Quién sustituye a Astori en ese rol complicado y poco amable de marcar los equilibrios en términos de una política macroeconómica sólida? No es sencillo y falta poco tiempo. Las próximas elecciones son en 2019, y hay por delante un gobierno en donde el Frente tiene que demostrar que puede gobernar en un ciclo económico no tan favorable.

–En su último libro, La provocación del futuro. Retos del desarrollo en el Uruguay de hoy, habla de “reforma permanente” y del espíritu de transformación. ¿Cuáles son los cambios estructurales que debe atender Uruguay en el presente?

–El Uruguay ha tenido una década muy buena. El último informe del Banco Mundial pone al Uruguay entre los países de renta alta. Ha bajado la pobreza de un 40 por ciento en 2004 a un 9,7 por ciento el año pasado. Sin embargo, tiene retos estructurales que si no son enfrentados con éxito hará perder al país la capacidad de seguir avanzando desde la perspectiva del desarrollo. El primer reto es la transformación educativa con sentido igualitario. Es un país de escala pequeña, con 3,4 millones de habitantes, que siempre se quiso hijo de la educación. Pero la educación ya no es el instrumento de integración social que era, sino que por el contrario se ha vuelto un instrumento de desintegración. Los hijos de los ricos tienen rutas de incremento del conocimiento y de la formación muy buenas, y los hijos de los pobres tienen rutas contrarias. Ni los gobiernos anteriores a la izquierda ni la izquierda lo han logrado revertir. El segundo desafío es cambiar la matriz productiva. Uruguay sigue dependiendo de sus exportaciones del sector agropecuario en un porcentaje gigantesco. Tiene poca agregación de valor en términos de industrialización y complejos productivos y en términos de incorporación de ciencia y tecnología. Si eso no se consolida, Uruguay va a seguir dependiendo de las oscilaciones de los precios. Hace diez años no se plantaba prácticamente soja. Hoy hay océanos de soja en el territorio uruguayo. Hace diez años no teníamos un rodeo con trazabilidad. Hoy lo hay. Si no hay transformación en ese plano, es difícil imaginar que el Uruguay vaya a soportar ciclos económicos adversos sin generar impacto. Tercero: el modelo productivo rural ha estallado y existe una situación de infraestructura y de logística muy deteriorada. En cuarto lugar hay un reto en lo que tiene que ver con políticas sociales de nuevo tipo para profundizar la cohesión social. Ha bajado la pobreza pero tenemos todavía un sector importante de la población con vulnerabilidad importante.

–¿Dónde más observa esos problemas de inequidad?

–Uruguay es un país con perfil igualitario, pero tiene una injusticia de género terrible, que se ve en unos indicadores de violencia doméstica impresionantes. La participación política de la mujer en lugares clave de poder es muy baja. En el Congreso y en los sindicatos es bajísimo.

–El primer reto que enumera es la educación pública, un tema sobre el que usted tiene una postura muy crítica. ¿Piensa que la educación en Uruguay está en crisis?

–Es una crisis de largo aliento y multicausal ante la cual todos los partidos fracasaron. La educación en el Uruguay tiene una gran relevancia. Es un país pequeño que siempre ha apostado por desarrollar sus recursos humanos. Uruguay tiene los niveles de igualdad en la inclusión digital más altos de toda América latina. Sin embargo, la traducción de esa inclusión digital en términos de transformación educativa de los jóvenes no ha sido lograda. Y esto particularmente en la educación pública, porque si bien no hay grandes diferencias entre los desempeños en enseñanza privada y pública, a la privada van los hijos de los ricos y a la pública los hijos de los trabajadores en un porcentaje muy grande. Los barrios con niveles socioeconómicos más bajos tienen los desempeños educativos más bajos. Si se mejoran las condiciones económicas, se lleva a cabo una política redistributiva y se desarrollan nuevas oportunidades en base a una economía más sólida, pero no se transforman las capacidades de los ciudadanos, uno encuentra las dos rutas: los hijos de los ricos que ingresan tardíamente al mercado laboral, pero con mejores condiciones y mayor formación, y también tardíamente a los roles de la adultez, mientras los hijos de los pobres ingresan muy tempranamente, aunque en condiciones de extrema debilidad, en el mercado laboral y desertan rápido del sistema educativo. Esto genera reproducción de marginalidad y de pobreza. Políticas educativas de nuevo tipo y mayor presencia del Estado son los ejes de la transformación.

–¿Cuáles son los pros y los contras de ser un país pequeño?

–La escala siempre es relativa. En términos geográficos, no es tan claro que el Uruguay sea un país pequeño. Si estuviera en Europa no sería visto como un país pequeño. Pero está entre Argentina y Brasil, dos países gigantescos. Entonces, geográficamente, se autopercibe como un país pequeño. Pero sobre todo, el tema de la escala tiene que ver con la población. Uruguay tiene la misma población desde los años 60. Tiene, por lo menos, 600 mil uruguayos fuera de fronteras, una diáspora importante, con la cual tiene niveles de conectividad diversos, algunos virtuosos y otros no tanto. Ser un país pequeño da muchas posibilidades. Por ejemplo, permite ser lo que Uruguay ha sabido ser: una república experimental. En un país pequeño se pueden experimentar políticas públicas audaces, cosas que en países gigantescos cuestan todavía más. Se puede construir una cultura política que puede dar a funcionar por la escala. Hay muchas ventajas.

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