Lun 04.01.2016

DIALOGOS  › MARCELA ALSTCHUL, PSICOPEDAGOGA Y PSICOANALISTA DEDICADA A LA INFANCIA

“Acompañar a los chicos hasta que puedan ‘arrancar’ la libertad”

La idea de que la libertad surge como una construcción interna de los niños según la forma en que van creciendo es central en el pensamiento de Alstchul, que diferencia autoritarismo de autoridad en la relación entre niños y adultos.

› Por Sonia Santoro

“A ese chico le faltan límites.” La vecina, el abuelo, el verdulero parecen compartir un saber sobre la crianza y sentenciar por lo general que el problema de un chico inquieto, malhumorado o desobediente es la falta de límites. En el libro Límites jugados, Marcela Alstchul, psicopedagoga y psicoanalista, desarma ese lugar común e invita a repensar la crianza de niños, niñas y adolescentes. “Hay una mirada de que los límites son algo que se impone de afuera. Entonces uno ve a diario en los medios propuestas que tienen que ver más con un entrenamiento: desde una planilla en la heladera para evaluar si el chiquito desayunó bien, se bañó sin rezongar, proponiendo poner puntaje y hasta premios si lo cumplió, como si esto fuera a construir algún tipo de recurso interno en el chico”, dice Alstchul. “Si un chiquito ‘se porta mal’ no lo hace porque tiene ganas o le produce placer, a todos los chicos les produce más placer ser reconocidos, ser recibidos en cualquier lugar amorosamente y ser bienvenidos. Algo está pasando si hace algo diferente”, explica.

–¿Esto es algo generalizado? ¿Por qué?

–Por un lado, históricamente hace muy poco tiempo que se diferencia a la infancia como una etapa con características propias. En las sociedades hasta no hace mucho tiempo se creía que el niño era un pequeño adulto. Con otra máscara, otro encanto, estamos viendo una tendencia parecida: niños adultificados, chiquitas vestidas con ropas muy parecidas a las mamás, chicos que son valorados por dominar una cantidad de información y que seducen con esto poniéndose más a la par de un adulto, compitiendo por el saber, que en el lugar de niño.

–También menciona en el libro la herencia de la última dictadura.

–En Argentina hay un temor particular a que se confunda la autoridad con autoritarismo. Y la autoridad bien comprendida es una figura referente que protege. La autoridad, a diferencia del autoritarismo, es otorgada por otro en reconocimiento a un saber, a una experiencia, a que nos genera confianza: que podemos entregarnos a su mirada y a su criterio sin temor a correr riesgos. Y me parece que acá todavía estamos viendo algunos resabios del proceso militar en el que se escucha muchas veces a los padres que no quieren ser autoritarios entrando muchas veces en una zona bastante pantanosa. Incluso escuchamos muchas veces “yo quiero que mi hijo sea libre, por eso no le pongo límites”. Es exactamente al contrario. Para poder ser libre, uno tiene que haber aprendido un montón de recursos, a manejar una cantidad de situaciones y ahí poder apropiarse de la libertad. Una psicoanalista francesa, Maude Mannone, decía “la libertad no se entrega, se arranca”. Entonces, nuestra función como adultos es acompañar a los chicos en este proceso de desarrollo para que en algún momento estén en condiciones de arrancar la libertad. Si a un chiquito de dos años lo estamos dejando decidir qué va a comer, a qué hora se va a ir a dormir, que es lo que tiene que hacer la familia en cada momento del tiempo libre, eso no es otorgarle libertad sino que linda más con una situación de abandono, de desprotección.

–Dice también que hay una confusión entre el derecho a ser escuchado y en otorgarles a los chicos poder de decisión sobre temas que los exceden.

–Históricamente en Argentina coincide la vuelta de la democracia y a la adhesión a la Convención de los Derechos del Niño. Hay seis años de diferencia. Y uno de los artículos centrales declama que el niño tiene derecho a ser escuchado pero en función de su edad y su nivel madurativo. Entonces, no podemos darle el mismo poder de decisión a un bebe, a un chiquito de cinco años o a un adolescente de 17. Insisto en esto. Poner límite y asumir uno las decisiones es un acto de protección, no de autoritarismo ni de avasallamiento de derechos.

–¿Cómo es la relación entre la falta de límites y la cultura de la inmediatez?

–En este momento lo que prepondera es la falta de tiempo, queremos que todo suceda ya. Desde situaciones como que si te llaman por teléfono y no te encuentran te mandan un email, un WhatsApp, intentan por Twitter y tal vez es para arreglar algo para dentro de diez días pero no querían olvidar de decirte; entonces, en vez de anotar en un papel –procesos que uno habitualmente hacía, que tienden a la postergación– hay que evacuar inmediatamente. Y esto que vemos en la adultez se transfiere también a los tiempos de espera de desarrollo de los chicos. Y aparece también hay una cosa ilusoria de “qué fantástico, tiene dos años y maneja la Tablet”. ¿De qué nos habla esto? Aunque desarrollaran juegos que nos deslumbren, esto no habla de mejor calidad de de- sarrollo en la construcción de recursos más interesantes a nivel simbólico a futuro.

–También es muy difícil resistir al entorno. Pienso en la adquisición del primer celular, que es cada vez a una edad más temprana.

–Esto tiene que ver con lo bien plantados que tenemos que estar los adultos para decir “sí los chicos tienen celular, fantástico pero yo no estoy de acuerdo y no lo compro”. Es difícil de sostener esa posición porque a veces uno flaquea y dice ¿de verdad tiene sentido tanta pelea por esto? Que en algunos casos es importante y en otros no.

–El tema es determinar qué es lo importante.

–Sí. Yo hablo de pautas de crianza que ponen los adultos para que el chico pueda construir límites, que es una construcción interna. Pero si hablamos de límites frente a pautas de crianza, la primera pregunta es ¿para qué? Hace tiempo atendía a un chiquito de dos años y medio que los papás eran grandes, con una vida profesional de cada uno muy armada y poca disponibilidad para hacerse de nuevos tiempos. Entonces había cosas muy rígidas que en este chiquito fueron armando conductas obsesivas muy severas. Una de las pautas era que el chiquito volvía del jardín, tomaba una mamadera para hacer una siesta y se dormía en un sillón viendo la tele. Algo que los padres no podían admitir era que el chiquito pidiera que le volvieran a calentar la mamadera tirado en el sillón. Le decían: “si vos querés que te caliente la mamadera tenés que venir a traerla a la cocina”. Y una se pregunta ¿para qué? El objetivo era que durmiera la siesta, qué sentido tenía eso.

–O sea que es tan malo ser muy rígidos como muy laxos.

–Sí. Las pautas de crianza tienen que ser sostenidas de forma continua y sólida. Algo sólido no habla de rigidez. La solidez tiene un nivel de plasticidad. Además uno tiene que tener en claro que estas pautas van a ir cambiando en el día a día con cada uno de los hijos. Que la convicción de que puede haber un manual que me enseñe a poner límites, o programas de televisión, o terapeutas que entregan papelitos con tips de cómo hay que criar a un niño, en realidad van a tener poca utilidad. Porque cada niño en cada momento de su evolución va a necesitar otra cosa. Y cada padre tiene otro estilo. Entonces, esto es un trabajo absolutamente artesanal. Y que requiere mucho trabajo. Pero lo que se arme a partir de eso como recursos para el funcionamiento van a ser transferibles a otras situaciones que van a ser de por vida.

–La cuestión es cómo saber que lo que estamos haciendo está bien.

–Escuchando cómo repercute esto en cada hijo. Hay chicos que cuando son bebés empiezan a gatear y uno les dice una vez “en el enchufe no podes meter los dedos” y no los va a meter nunca. Y hay otro que va a ir, va a ir, va a ir. Y uno va a tener que usar otros recursos para que incorpore el no y que lo vaya internalizando. La cosa de que haya otros que nos puede dar tips es ilusorio. Esto funciona también para muchos profesionales de la salud que piensan que hay un manual que dice para tal síntoma yo ya sé cómo tratarlo. El síntoma es una luz roja de pedido de ayuda, ahora qué sucede en cada niño en cada momento para que haya aparecido este síntoma, que puede ser muy parecido al de otro chiquito, va a hablar de cosas totalmente diferente. Y con los hijos es igual, y uno tiene que ir encontrando una manera que permita que la familia, la casa, funcione con cierta armonía.

–¿Qué consecuencias tiene en el mundo interno de cada chico el no tener pautas de crianza claras?

–Hay tres ejes centrales. Uno va a ser la organización del aparato psíquico, que va a dar lugar a la construcción del pensamiento a partir de la experimentación, al juego, a las vivencias, junto con información pero con la articulación que pueda construir saber. Al mismo tiempo un bebé nace con un organismo físico, biológico, que va a transformarse en cuerpo en la medida que exista vivencia del propio organismo en articulación con el psiquismo para que él se apropie de ese organismo y se constituya en cuerpo. Todo esto sucede a partir del nacimiento y los primeros años de vida. Entonces, cuando estos procesos suceden de forma fallida por diferentes circunstancias, se ven efectos de simbolización, de no poder armar hipótesis propias de las cosas, de las situaciones. Todo lo que tiene que ver con la abstracción y el mundo del pensamiento. Por otro lado lo que tiene que ver con el cuerpo, que cuando uno trabaja con chiquitos con ciertas dificultades, un chiquito se presenta como una cabeza con un cuerpo que le es ajeno que pende de esa cabeza. Uno percibe claramente que ese no es su cuerpo. Es como si fuera objeto de intervención del otro.

Y el tercer eje, que es el vínculo con el afuera, es que a partir de ese límite que me diferencia a mí como sujeto del entorno, yo puedo vincularme con otros. Si yo no estoy diferenciado del afuera, va a ser absolutamente indiscriminado. Esto puede aparecer en situaciones de un exceso de movimiento, de no registro del peligro, mucho retraimiento y desinterés.

–Habla de lo necesario que es para los chicos la previsibilidad. ¿Qué función cumple?

–Si lo llevamos al plano de los adultos, si uno pensara que cada día que uno va a ir a trabajar se va a encontrar con una situación absolutamente diferente, que no tiene idea de quién va a estar a su lado, qué se le va a pedir, si va a contar con los recursos para hacerlo o no, si va a tener los elementos concretos, se nos tornaría intolerable.

La previsibilidad corre por este mismo lado en los chicos. Permite anticipar que van a suceder determinadas cosas en determinado orden.

Por supuesto hablamos de un nivel de flexibilidad. Si el chiquito sabe por ejemplo quién lo retira en la escuela, esto le va a permitir que algún día llegue de sorpresa la abuela en vez del papá porque hubo un imprevisto, y que lo pueda tomar con alegría. En muchas situaciones en que no hay previsibilidad para los chicos, cada una de estas cosas que se salen de agenda son intolerables, ponen en riesgo la propia estructura porque es: si se desorganiza el afuera, yo corro riesgo también de derrumbarme. Me desorganizo yo. Cuando se da falta de organización en la familia también tiene un costo alto para los adultos que dejan de tener tiempo o de soledad o de pareja para leer un libro, para mirar una película. En definitiva este costo también va para el chico. Picasso decía “aprende las reglas como un profesional para poder romperlas como un artista”. Esto mismo. Uno tiene que tener algo en claro para después separarse de eso. Entonces, acá vamos de vuelta con eso de aprender la libertad, si no hubo un aprendizaje previo de hábitos, de pautas organizativas, lo que aparece es el caos, no la creatividad.

–Propone decir “no, pero esto otro sí”. ¿Cómo es eso?

–Una oferta sustitutiva. El no es organizador, porque si está bien comprendida, la figura de crianza es de protección. Es decir “no, por ahora no podés jugar con esto porque es riesgoso o puede resultar aburrido incluso”, pero tenemos todo este abanico de posibilidades. Cuando se trata de salud física, por ejemplo, “chocolate no podés, si querés te preparo un puré de manzana que a vos te gusta”, esto es una oferta sustituta. Pero esto no queda tan claro a nivel de salud mental. De pensar: “estoy preservándolo”. Aparece muy claramente con algunos videojuegos con un nivel de violencia tremendo y como los compañeritos lo juegan cómo le voy a decir que no. Pero es tan importante sostener estas pautas a nivel de salud mental como lo hacemos a nivel de la salud orgánica.

–¿Cuando los padres no acuerdan los chicos sienten que son causantes de la discusión?

–Es bastante habitual que no acuerden ambos padres en el criterio o en la modalidad con la que puso el límite el otro. Y aparecen muchos enojos de “me desautorizó, yo dije algo y puso cara de que era una estupidez; después le dijo no importa, hacelo igual”. Este es un tema entre los adultos, la cuestión es en qué posición queda el niño. Porque se juega muy fuertemente un tema de lealtades hacia los padres y de una mirada egocéntrica, el mundo pasa a través de ellos, entonces “si ellos se están peleando es porque algo malo hice”; más si es por un límite que le pusieron al chiquito. Entonces se juega una situación de cómo hago para no serle desleal a ninguno de los dos cuando los dos plantean cosas opuestas. Esto puede llegar a situaciones de inhibición del pensamiento (renuncio a pensar cualquier cosa y repito lo que creo que el otro debe esperar de mi) o momentos de estancamiento absoluto del aprendizaje. Porque antes de arriesgarme a dar una opinión propia que puede dar lugar a conflicto, mejor me llamo a silencio.

–¿Y cómo ve la participación masculina en la crianza?

–En las generaciones más jóvenes se ve con más naturalidad. Pero los padres de treinta y pico para arriba cuando se dedican más que las mujeres a la crianza tiene que ver con un momento de crisis laboral y sigue habiendo un sesgo de “yo te ayudo con esto”. “Como ahora tengo más tiempo te doy una mano.” Y que en el discurso de la mujer también aparece mucho “mi marido es muy colaborador”. Pero si es colaborador damos por sentado que era una tarea de ella. Todavía son casos extraordinarios en los que realmente fluye con naturalidad y se da sin pase de facturas. Cuando se da –tanto en parejas heterosexuales y en homosexuales– el efecto en los niños es exactamente el mismo que si la mamá dedica más tiempo. Yo insisto en hablar de figuras de crianza. La cuestión es que tenga la energía y la disponibilidad para hacer un acompañamiento amoroso y sosteniendo pautas de crianza sólidas, constantes y flexibles.

–Menciona en el libro que hoy se da incluso que padres nos sentimos culpables de dejar que nuestros hijos/as jueguen o se duerman solos.

–Sí ,tiene que ver con la teoría del apego, de la que soy crítica. Yo soy crítica de cualquier fanatismo, de cualquier fundamentalismo. Uno de los temas de la teoría del apego es que los chicos nacen con algunas conductas predeterminadas para generar una respuesta en el adulto. Sería maravilloso que eso suceda porque sería mucho más fácil la crianza. Desde mi perspectiva, creo que no, que el chiquito nace con unas potencialidades maravillosas pero requiere mucho trabajo para lograr un nivel de organización que implique autonomía. Y que esto hay que acompañar muy de cerca. Ahora lo que sí estamos viendo con muchos colegas, como repercusión de esta cuestión casi fundamentalista son escenas que bordean con situaciones extrañas como el bebe permanentemente a upa hasta los dos o tres años o niños que toman el pecho hasta edades indeterminadas. Entonces, si hay una noche de tormenta y el chiquito se va a la cama con los papas, esto no es colecho. Pero estamos viendo familias en las que no se arman habitaciones de los chicos porque la cama es la cama familiar.

Es cierto que en este momento la demanda de carga laboral de todos es muy desmedida pero tenemos que tener en claro que dormir con un chiquito no suple el tiempo que no pasamos con él en vigilia, jugando, compartiendo, haciendo cada uno una actividad pero cerca.

–Paradójicamente pareciera que estamos mucho más encima de los chicos que antes.

–Habría que pensar dónde estamos poniendo el acento. Cada límite o cada pauta que le damos preguntarnos para qué: ¿de verdad tiene sentido prohibirle esto? A veces me toca trabajar con padres –sobre todo madres–, que dicen “estoy agotada, soy una especie de remisera, voy y vengo todo el día”. Pero en esos viajes cuando llegaron a la casa ya están hartos de haber discutido todo el trayecto al salir de la escuela –que si podemos ir al kiosco, que si puedo hacer programa, que si tenés tarea–. Entonces se desgasta un montón de tiempo y energía en temas que no aportan mucho al vínculo y cuando llegamos al momento en que podríamos estar tal vez diez minutos compartiendo, tomar la leche juntos, ya no tenemos ganas, ni el chico ni el adulto. Escuchamos que hay muchos papás preocupados porque no les falte nada a los chicos desde lo material. Esto parece un lugar obvio. Pero ¿en qué les va a cambiar que tengan tal o cual modelo de celular? Sí les va a cambiar si pudieron construir un vínculo con los padres en el cual pueden preguntar realmente lo que necesitan y llegar a la adolescencia con este permiso abierto. Que haya un vínculo realmente basado en el encuentro entre las figuras de crianza y los niños y no en los objetos de intercambio. Sí me parece que esto es paradójico porque parecería que los adultos estamos mucho más atentos a la crianza. Y a veces nos vamos en flor, dedicándonos a cosas que son secundarias. No estamos dedicándonos a ver si las raíces están bien nutridas sino si luce bonita la flor que apareció ahí.

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