Lun 22.02.2016

DIALOGOS  › DAVID BELTRáN NúñEZ, GLOSADOR DE LA MURGA LOS MOVEDIZOS DE VILLA CRESPO

“Somos la constante reconstrucción de lo que se va perdiendo”

“La murga es genuinamente porteña”, señala, como diferencia con otros carnavales, como el andino en el Norte o el de Gualeguaychú. “Aunque hay murgas que tiran para el macrismo”, subraya la identidad del bombo como instrumento peronista y la tradición popular que representa.

› Por Patricio Porta

Villa Crespo es, entre otras cosas, el barrio de Pugliese y de Atlanta. En febrero, además, es el barrio del Carnaval. Buenos Aires tiene la particularidad de volver esta celebración sinónimo de murga. Desde que fueron declaradas Patrimonio Cultural de la Ciudad, las murgas lideran los corsos, exhibiendo en las calles un trabajo continuo de todo el año.

Con una historia marcada por la identidad barrial, la hibridación cultural y la tensión entre el reconocimiento y la negación oficial, el Carnaval porteño está frente a un interrogante: cómo hacer para abrir el juego a las nuevas expresiones identitarias contenidas en la geografía de Buenos Aires sin desproteger esa tradición heredada de los grupos que llegaron a la ciudad entre los siglos XIX y XX desde diversas latitudes, contenida en las murgas.

En San Bernardo, célebre café villacrespense, David Beltrán Núñez, uno de los fundadores de la murga Los Movedizos de Villa Crespo y organizador del Carnaval en el barrio, reflexiona en voz alta sobre el origen de las murgas, el desarrollo de las agrupaciones en la última década y los prejuicios que persisten entre sectores de la clase media porteña.

–¿Qué significa el Carnaval en una ciudad como Buenos Aires?

–Primero significa historia, porque siempre estuvo presente. El Carnaval en Buenos Aires arrancó con la colonia y siguió en la etapa nacional. Siempre hubo Carnaval y también negación del Carnaval, lo cual no significa que estuviera ausente. El Carnaval estaba desaparecido, entre comillas. Es una fiesta popular con inclusión, donde hay una propuesta para que la gente lo tome y haga de él lo que quiera. Suele haber una asociación entre murga y Carnaval, y la murga no es el Carnaval, es parte del Carnaval. Lo que pasó es que los murgueros peleamos por el feriado de Carnaval, para traer a los corsos de vuelta. Pero pienso que la murga ya hizo suficiente, que debería haber algo más en Carnaval. Que vuelvan los bailes a los clubes y que la gente tome la calle y se apropie de la fiesta. La primera patada en estos últimos 15 años la dieron los murgueros. El Carnaval debería ser algo más amplio, la pelea está dándose ahí. Con Los Movedizos de Villa Crespo, y como administradores del corso del barrio, tratamos de que no sólo haya murga, sino tango, folklore, cumbia, rock. Además, en Buenos Aires se trata de una reconstrucción. En Argentina somos la constante reconstrucción de lo que se va perdiendo y la búsqueda de una identidad. La búsqueda de la murga es la búsqueda de una identidad.

–¿Y cuál es esa identidad que se busca?

–La murga es genuinamente porteña. Como el tango, formado por un cruce de culturas. La murga como la conocemos hoy, con esta formación de desfile, canciones y trajes, trae ecos de la negritud argentina, de la cultura afroporteña, de los tanos que llegaron con el grotesco, el arte callejero y la pantomima. Que trae ropa del siglo XIX. La galera y la levita las usaban los ricos. En Carnaval los pobres se disfrazaban como ellos. Guarda también la palabra como poesía. El glosador, que presenta la murga con una poesía y escribe lo que pasa, estaba en el tango. La murga guardó dentro de sí una manera de manifestarse culturalmente propia de Buenos Aires. La murga uruguaya tiene un estilo más español, canta en varias voces. En la murga argentina hay un tipo que canta y otro que responde, muy similar al canto de la cancha. Esta zona no es demasiado expresiva en determinadas cuestiones, somos un poco pacatos y cerrados. El porteño canta sólo en la cancha o en las fiestas, que es algo más íntimo.

–Durante la última dictadura, por ejemplo, se prohibieron los festejos de Carnaval. ¿Por qué pensás que hay algo de esa fiesta que podía llegar a incomodar al Estado?

–Poéticamente te puedo decir que la alegría es peligrosa. Que la gente manifestándose en la calle no le conviene a ese tipo de gobierno. Además, desde la caída del peronismo hubo un deterioro constante de todo lo que fuera popular. A partir del 55 caen el tango y el Carnaval. Y esto se produce en parte por las corrientes culturales anglosajonas y por la música caribeña, a la vez que se acentúa el desprestigio de lo popular. Las manifestaciones de Carnaval están ligadas a la liberación de la gente, del pobre, del tipo que sin nada sale a la calle a divertirse, que se disfraza con lo que tiene a mano. El Carnaval viene antes del sacrificio de la cuaresma. Hoy comamos y bebamos que mañana ayunaremos. Ese espíritu de salir, ante la adversidad, a tirar la chancleta durante tres días y a manifestar lo que llevamos adentro, es el Carnaval. Eso es subversivo. O en algún momento lo fue.

–¿Creés que el festejo de Carnaval está arraigado entre los porteños?

–Todas las noches tenemos más de tres mil personas en el corso. Pero hay cuestiones culturales de los porteños, que son un poco timoratos. Es decir, esto no es Brasil o Montevideo. Por otra parte está relacionado con el ocultamiento del Carnaval durante muchísimo tiempo. No se podía andar por la calle porque te llevaba la cana. Hacer quilombo a la noche o ensayar en una plaza era imposible. Un ensayo de murga implica 40 personas bailando en una plaza. Hay que remarcar, no obstante, que fue la murga la que intentó traer el Carnaval de vuelta. Y dentro de la murga hubo tensiones. En sí misma, se deterioró mucho. Con el resurgimiento de las murgas en los 90, como parte del laburo de Coco Romero, viejo murguero, en el Centro Cultural Rojas, se comenzó a generar un nuevo movimiento. Esto hizo que las viejas murgas lo vieran con desconfianza. Algo muy similar con el tango, que siempre ha tenido una guardia vieja y una nueva. Cuando Osvaldo Fresedo hizo la Orquesta Típica, la guardia vieja decía que eso no era tango. Y estamos hablando de la década del 20. Ni hablar de las orquestas del 40, o cuando aparece Piazzolla. Otro punto es que la murga se identificó mucho con el peronismo a partir del 50. El bombo es un instrumento netamente peronista. Esa identidad peronista, por ser popular, hizo que sufriera un estigma.

–¿Qué pasa después de la caída del peronismo con las murgas?

–Luciana Vainer, que viene de ese grupo del Rojas, escribió un libro maravilloso sobre la historia de la murga entre los 70 y los 90. Ahí hay un hueco. Durante la dictadura, la murga es copada por las barras bravas del fútbol. Eso fue algo desastroso, si se tiene en cuenta que la murga cumple una función social, que es juntar a la gente del barrio para trabajar y darle una contención, y otra función artística. Uno quiere que su murga cante bien, esté bien vestida, sea creativa. En estos últimos años hay una mejor convivencia entre las murgas. Siguen estando las viejas, que tocan el bombo con platillo, y otras que parecen el Cirque du Soleil. Cuando comienza en la década del 90 ese camino de rescate e indagación de los elementos del Carnaval en Buenos Aires, la clase media estaba perdiendo muchas de sus posibilidades de generarse espacios o de expresarse culturalmente. Se le cerraban los clubes de barrio, como Ferro y Atlanta, donde había que empezar a pagar para hacer gimnasia o ir a bailar. Una gran cantidad de gente que no venía de la murga, se empieza a acercar. Poblaciones universitarias, grupos de teatro, gente de la música. Empieza a conformarse una asociación entre la murga y otros ámbitos. Además, aparece la figura del taller barrial. Los centros culturales barriales que surgen con el alfonsinismo, donde se da teatro, folklore y tango, dan también murga. Eso es importantísimo porque en los barrios se da un nuevo ámbito de acercamiento.

–¿Cómo fue el comienzo de Los Movedizos de Villa Crespo?

–Los Movedizos nace en el Centro Cultural Osvaldo Pugliese en 1997. Los elementos de la murga fueron llevados por la gente del Rojas, concretamente por Los Quitapenas, uno de los grupos más lindos de Buenos Aires. Uno iba a esos talleres a sacar lo murguero que uno tenía. Los Movedizos salimos de ahí. Ibamos a la plaza a ensayar, donde primero había muchas mujeres y muchos chicos. Después se acercaron los viejos murgueros, cuando vieron que había algo. De ese caldo de cultivo empieza a armarse un colectivo con peso. Pero el arribo de esa clase media que busca un espacio de expresión y de contención, le aportó a las murgas nuevos elementos, como el teclado, el bandoneón, el bajo. Esa génesis fue posible gracias a los talleres barriales, que a su vez generó una tensión con las murgas que ya existían. Eso fue algo muy rico.

–¿Por qué te acercaste a la murga?

–Me acerqué buscando una identidad. Yo me hice murguero en Brasil. Siempre fui muy inquieto. Yo soy de acá, soy porteño rioplatense y a partir de ahí me voy extendiendo. En Bahía veía cómo los tipos de los blocos ensayaban en la calle con su tambor, y el chico miraba eso y lo reproducía en una latita. No iba al taller a que se lo enseñaran. Quizás no sabían que eso que hacían venía del centro de Africa, pero era algo muy propio. ¿Por qué eso no estaba en Buenos Aires? Tenemos una ciudad con una cultura muy fuerte. Y cuando llegué y vi esto me dije acá está, es esto. La murga nació acá, es un producto porteño. Es Olodum en el Pelourinho. El aporte de los inmigrantes está ahí, es mucha historia. Tiene un desarrollo similar al tango, que nace en los márgenes y empieza a ser aceptado por la clase media. Desde hace unos años hay un jurado en el Carnaval, que evalúa cómo estás vestido, cómo cantás, si desafinás, cómo tocás, la puntualidad, y te dan un puntaje. Si no se supera un piso, no salís al año siguiente. En realidad tenés que volver en noviembre y demostrarle al jurado si corregiste ciertas cosas y estás mejor.

–¿Quién establece ese jurado?

–Eso lo instituyó la Comisión de Carnaval de la Ciudad, integrada por gente del Ministerio de Cultura y por murgueros que se acercan. Este jurado ayudó a mejorar esa expresión. La potencialidad de la murga es muy grande, porque tiene desfile, calle, baile, canción. Estamos trabajando para hacer linda a la murga, para que la gente se vaya sacando los prejuicios.

–¿Qué diferencia al corso de Villa Crespo en relación con otros barrios?

–Básicamente en que laburamos mucho por la diversidad. Invitamos a las colectividades del barrio a que pusieran stands con comidas. En el Carnaval oficial hay una murga de estilo uruguayo, agrupaciones de percusión estilo bloco brasileño, otra de tipo Carnaval andino. A veces se complica por la falta de tiempo. Actualmente hay 120 murgas que pasaron la puntuación del jurado. Afuera, queriendo entrar, hay unas 200 más. Es muy difícil poder mostrar todo en cuatro fines de semana al año. Pero en nuestro corso tratamos de meter otros elementos, porque creemos que el Carnaval no es solo murga. Todo necesita de la diversidad para poder ser mejor en todo nivel.

–En Buenos Aires el Carnaval encontró su expresión en la murga, pero en otras partes del país es muy distinto, como es el caso del norte.

–El Carnaval genera que la gente se encuentre y se exprese. Uno sale solo, pero se encuentra con los amigos. Y se pone a cantar, a caminar, se disfraza y van formando agrupaciones. En el siglo XIX, los negros, que tenían sus tres o cuatro días de libertad, se juntaban y sacaban lo que tenían, que era candombe porteño. Hasta la primera década del siglo XX había agrupaciones de afroporteños. En cada lugar, el Carnaval tiene desarrollos políticos y socioculturales diferentes. En el norte tenés miles de año de cultura andina, de magia y de relación con la tierra que no es la que hay acá. Acá tenemos 200 años de cultura inmigrante. En Gualeguaychú es algo distinto. Está la cercanía con el tremendo Carnaval brasileño, que se impone, y un aparato económico y turístico que pone una bocha de guita y genera esa idea del “Carnaval del país”. El Carnaval porteño está hecho a pulmón. Acá hay laburo de barrio, familiar, de amigos. Mis amigos uruguayos me dicen que la murga allá perdió la calle, que es una murga de escenario. La porteña es una murga de calle. Por eso rompe las pelotas. A alguno obvio que no le va a gustar. Que no se preocupen, es una vez al año.

–¿Le sigue costando a la murga romper ciertos prejuicios?

–Arrastra muchos prejuicios que vienen de esa época de deterioro de la propia murga, relacionada con la violencia y con la droga en los 70. La realidad está constantemente alimentando este trabajo de las murgas de querer sacar cabeza y ofrecerse. Con esto que ocurrió con las murgas reprimidas en el Bajo Flores, en San Juan y en Quilmes, la gente entiende que está pasando algo. Este año he visto un respeto importante en la gente. A esa historia sufrida se le está agregando calidad y laburo. Arriba del escenario ven una persona que canta afinado. La murga no te pide nada. No hace casting. Tenemos a Teté Aguirre, un bombisto de 82 años, un tipo de la vieja camada, luthier de bombos. Los murgueros se sacan fotos con él como si fuera Mick Jagger. La identidad de ese viejo con su laburo, y que se lo reconozca, es muy importante. Es un músico genuino, de calle, que encontró en la murga su expresión. El niño que ve a su padre tocar el tambor en Bahía lo aprende ahí, en la calle. Nosotros, unos heroicos giles, tuvimos que ir a buscar eso a un taller. Hoy hay muy pocos de estos talleres, ya no hacen falta. Cuando ensayamos los sábados en Parque Los Andes, estamos tocando y vemos a pibitos de dos años que empiezan a imitar. Ya está. Los murgueros hemos reconstruido ese sentimiento de cultura popular. Hoy se aprende a bailar tango. En la década del ‘40 nadie iba a aprender, lo veían de sus mayores. Hoy la murga logró eso, algo que casi se pierde en Buenos Aires. La llegada de la democracia lo posibilitó. En el 97 éramos 35 murgas, después fuimos 60 y hoy somos 120 las que participamos del Carnaval. La murga siempre estuvo, pero había que darle un empujón.

–¿Por qué la violencia policial recayó sobre las murgas en Bajo Flores, San Juan y Quilmes?

–Creo que empieza a haber un menosprecio de lo popular. Hay una política de Estado de achicamiento, de privatización, y la murga es algo espontáneo, del pueblo, no se puede privatizar. Podés profesionalizarla, pero no la podés controlar. Hay de vuelta una desvalorización de lo popular. Existe un prejuicio sobre determinados estamentos de la población de los que la murga se ha nutrido y una identificación de los murgueros con lo peronista, aunque hay murgas que van detrás del macrismo. La murga siempre jodió porque está asociada con el negro, con lo marginal. El tipo que entró a reprimir en la villa no sabía que los pibes eran de una murga, podrían haber estado jugando al fútbol. Reprimió porque ahora lo puede hacer sin darle explicaciones a nadie. Si la murga recibe un palo es porque está enmarcada en un ámbito social que está recibiendo palos. Inclusive la clase media.

–¿Qué otras influencias, además del tango, ves en el Carnaval porteño?

–Como parte del Carnaval, la murga recibió influencia de todo lo que había, de los africanos y de los inmigrantes europeos. Esa manera de bailar, ese baile de liberación de patadas, tiene su germen en las danzas africanas, que son muy parecidas. Hay relatos dentro de la murga que dicen que los tanos se mofaban de los negros y los imitaban. La murga es un ámbito de burla también. Si bien hay poco registro, hay mucha tradición oral. Tato Serrano, que es un viejo murguero, hizo una recopilación de canciones del Carnaval porteño desde 1870 hasta acá. El encontró que había muchas mujeres que salían a cantar sus propias canciones, muy picarescas. Hubo mucha influencia del tango, del pasodoble y la tarantela. Los estandartes vienen del Carnaval europeo. En los 60 ya encontramos influencias de la música caribeña, de los merengues y las primeras cumbias. La primera gran influencia musical del exterior fue la caribeña, a fines de los 50. Después arrancó la ola beat. Más adelante, viene el rock y la idea del frontman de la murga, la manera de plantarse en el escenario. Ahora hay una mayor influencia de la cumbia y, en algunos sectores y en lo que respecta al baile, del folklore boliviano. Estamos peleando para que en el corso haya Carnaval boliviano. ¿Y qué está pasando con los chinos? Yo personalmente quiero un dragón chino en el corso. Tenemos que pensar la idea de Carnaval donde la murga se relaje un poco.

–¿De alguna manera no creés que la murga encuentra resistencias en una sociedad que históricamente se concibió a sí misma como homogénea y europea?

–No vinieron de Europa los labradores dinamarqueses, vinieron los tanos con la tarantela. Vinieron más gallegos con la zanfoña que escoceses con la gaita. Es maravilloso que exista algo tan oculto hasta hoy y tan resistido como la murga, que es algo muy porteño. Para mí es un tesoro.

–¿Cómo ves el Carnaval de acá a unos años?

–La murga ya está aquí, dejémosla que avance. Va a crecer dependiendo de la cantidad de manifestaciones y de elementos que incorpore, en lo expresivo y en la composición. Es paradójico porque la murga va a crecer, pero no sé si el Carnaval va a hacerlo. No sé si habrá dragones chinos o candombe. Hoy muchos grupos están haciendo candombe uruguayo. Hablando con el Pata Corbani, productor y profesor de ritmos rioplatenses, que produjo a Jaime Roos y está en Los Quitapenas, me decía que la clase media hace tai chi, teatro, se anima a bailar cumbia, pero a la murga no llega. Determinado estamento se resiste a meterse con la murga. Creo que va a haber un enriquecimiento de la murga, porque el tiempo pasa y lo viejo va quedando. La murga tiene una historia de resistencia. Podrá venir lo peor pero habrá tres o cuatro pibes que se junten a hacer murga. El Carnaval es más complicado, más misterioso. El Carnaval tiene que ganar en diversidad y la gente se tiene que apropiar de él, cuando se dé cuenta de que puede salir a la calle a bailar, disfrazarse, comer, escuchar música.

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