DIALOGOS › JULIO MURRAY, PRIMER AFRODESCENDIENTE EN SER PRESIDENTE DEL CLAI
El obispo anglicano, de nacionalidad panameña, plantea el rol del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI) en procesos de “nuevas democracias”. En ese sentido lo define como de anuncio y denuncia. Reivindica el recuerdo de Omar Torrijos y defiende los procesos electorales en Venezuela y Nicaragua.
› Por Washington Uranga
–¿Es la primera vez que un afrodescendiente es presidente del CLAI?
–Sí. Mis antepasados son afrodescendientes que llegaron desde Barbados y Jamaica con la construcción del ferrocarril y del canal de Panamá. Trajeron con ellos su práctica religiosa. Vengo de un tronco de familia anglicana episcopal. En Panamá la Iglesia Anglicana Episcopal se ha radicado por más de 154 años. Mi familia es una de las fundadoras de una de las congregaciones en el área de Río Abajo, Ciudad de Panamá. La comunidad anglicana episcopal en Panamá es hoy una iglesia nacional, con rostro panameño: no solamente los afrodescendientes o los norteamericanos sino también campesinos e indígenas y de otras culturas que viven y radican en Panamá. Somos una iglesia que tiene rostro panameño.
–¿Qué significa que tiene rostro panameño?
–Que la Iglesia Episcopal en Panamá está enraizada en los problemas sociales y políticos, con voz profética y planteando el Evangelio de una manera que pueda verse y entenderse con acciones concretas, que promuevan la vida. Una voz profética en función de enseñar valores que se han dejado de practicar.
–¿Por ejemplo?
–La integridad, el respeto, la inclusión versus la discriminación y el racismo y la exclusión, acompañar en la búsqueda de salvación y salud. Cosas concretas. El rostro panameño significa que la iglesia no va a ser en contra o desde afuera y que sus líderes van a emerger desde el suelo panameño. Mis antepasados son afrodescendientes, pero yo soy ciento por ciento panameño, que es ser centroamericano, latinoamericano. Desde esa perspectiva hacemos el trabajo de la misión y visión de la Iglesia.
–Esto genera tensiones con la vida política, social. ¿Cuál es el nivel de relaciones que la Iglesia mantiene con otras organizaciones sociales, políticas?
–Desde los sesenta-setenta en Panamá fue surgiendo, primero como un grupo de amigos, lo que hoy es el Comité Ecuménico. El arzobispo de la Iglesia Católica Romana, monseñor Marcos McGrath, y el primer obispo panameño de la Iglesia Episcopal de Panamá, Lemuel Shuley, eran excelentes amigos y ellos comenzaron a invitar a otros amigos. Así, en el diálogo, se va formando y forjando el Comité Ecuménico, que acompañó diferentes procesos de toma de decisiones a petición del gobierno.
–¿Cuáles?
–En el tiempo de la presidenta Mireya Moscoso (1999-2004) participamos en la Comisión de la Verdad que tuvo la responsabilidad de revisar y acompañar los procesos de militarización en Panamá. Monseñor Shuley y monseñor McGrath asumieron la responsabilidad de acompañar al gobierno en la toma de decisión y en la firma de los tratados canaleros. Tuvieron la oportunidad de ser partícipes y acompañar esos procesos. Desde el movimiento ecuménico la Iglesia Episcopal va calando en su participación y acompañamiento en decisiones muy importantes como la que acabo de mencionar relacionada con los tratados Torrijos-Carter de 1977.
–¿Qué significa, a su juicio, Omar Torrijos en la vida de Panamá?
–La iglesia tiene la responsabilidad de ser la voz profética, indistintamente de quién sea el mandatario. Con el general Torrijos el pueblo panameño consolidó un proyecto de país en función de la soberanía del canal de Panamá. Todo esto comienza en el ’64 con el asesinato de los estudiantes que quisieron enarbolar la bandera panameña en lo que era la “zona del Canal”. Con el general Torrijos se consolidó ese sueño de soberanía que efectivamente se da en el ’77 y que culmina el 31 de diciembre de 1999. Entramos al nuevo milenio siendo totalmente soberanos.
–¿Qué parangón o que relaciones se pueden hacer entre Omar Torrijos y el actual presidente, Martín Torrijos?
–El presidente Martín Torrijos está buscando acompañar al pueblo en todo proceso de desarrollo. Si con el general Torrijos el pueblo se consolidó en torno de un proyecto de soberanía, en estos momentos el pueblo está buscando ser solidario y consolidarse alrededor de un proyecto de país. No se trata únicamente de tener el canal en Panamá sino utilizar de manera más responsable lo que representa nuestro sitial o nuestra situación geográfica para las Américas y para el resto del mundo. El desarrollo pasa también de manera transversal por la educación, por la justicia, la economía, pero sobre todo por ver cómo se sostiene en el tiempo este país y su desarrollo, promoviendo más y más servicios, pero también mano de obra local. El proyecto de país que queremos en este preciso momento con el presidente Martín Torrijos involucra mucho la participación de los grupos ciudadanos.
–¿Con Omar Torrijos no era así?
–Bueno... con Omar Torrijos usted entraba a una oficina pública y veía indígenas, negros, al panameño común. El no hacía distinciones en ese sentido sino que daba la oportunidad para que las personas pudieran tener acceso a las instancias públicas. Pero con Martín Torrijos lo que se pretende es invitar a la mesa de diálogo a la sociedad civil organizada. Invitar también a los partidos políticos –que tienen la opción o no de participar de la mesa–, a la empresa privada, a los grupos de iglesia, al Comité Ecuménico, a los profesionales, al campesino, al común del panameño, para que todos podamos participar de ese diálogo.
–Entre Omar Torrijos y Martín Torrijos está el general Manuel Noriega. Hay muchas lecturas sobre Noriega. ¿Cuál es la suya?
–Hay tantas lecturas como panameños. Algunas personas ven a Noriega como aquel que pudo mantener controlada la problemática de la drogadicción. Panamá vive en este momento una situación que está controlada, pero se siente que en el tiempo de Noriega lo estaba mucho más. Otra lectura del general Noriega es que quiso caminar en los zapatos del general (Torrijos) pero tenía otra agenda. Otra: fue el hombre de los Estados Unidos en Panamá. Ellos lo entrenaron, ellos lo crearon y cuando se le pidió que lo saquen lo sacaron. Pero yo creo que el general Noriega ha representado para Panamá una etapa de la historia que también vivieron nuestros hermanos y hermanas en América latina: la época del militarismo. Es una etapa que no podemos obviar y muchos menos olvidar, pero a la que no debemos regresar.
–América latina vive un momento de alternativas en lo político y en lo social. ¿Cómo analizan desde el CLAI esta situación?
–Yo percibo que en este momento el CLAI siente un claro desafío de ir acompañando a las iglesias en este nuevo tiempo de América latina en función de cómo hacer misión y evangelización en un tiempo tan convulsionado, en el que se están gestando las nuevas democracias. Es un desafío. Porque hay una Palabra que proclamar, un mensaje de vida, una construcción del Reino que hay que hacer. No podemos ser meros espectadores, tenemos una tarea que realizar. El CLAI tiene que ir revisándose constantemente, porque nosotros como iglesia, agentes de constante transformación para la sociedad, tenemos que ir haciendo lectura y relectura de la coyuntura frente a la Palabra de Dios. Estamos viviendo procesos de democratización, pero nos cuestionamos por qué en vez de proclamar y promover vida todavía no se está logrando aterrizar con medidas concretas que estén efectivamente promoviendo vida. Hay muchos intentos. Pero hay otros temas que nos preocupan.
–¿Cuáles?
–Los casos de corrupción que estamos afrontando, la no práctica de otros valores; vernos en una situación en la que el ser humano se ha convertido en un individuo, en un número, y ha dejado de lado todo lo relativo a ser persona y estar en relación unos con otros. Y de importarle al otro. Desgraciadamente parece ser que sólo los desastres nos van cohesionando y convocan a buscar la unidad. El desafío que se plantea a nuestras iglesias es cómo hacer misión en medio de eso. El CLAI quiere acompañar como voz profética a estos gobiernos que están trabajando en estas nuevas democracias. En algunos lugares, específicamente en Panamá, nosotros decimos que el sistema ha colapsado en función de poder proveer más y más oportunidades. No hay que ponerle parches al sistema, sino que hay que confrontar al sistema para decirle: ya basta a la corrupción, basta de impunidad. Hay que buscar respuestas para que el pueblo tenga confianza pero también para que tenga la posibilidad de tener acceso a la vida. En muchos de nuestros países tenemos problemas económicos porque desgraciadamente todavía está sobre nosotros el péndulo de la deuda externa. Muchos de nuestros países son ricos en recursos humanos, en recursos naturales. Pero hablemos de la distribución de la riqueza. Totalmente desigual. El combate a la pobreza tiene que ver y pasar definitivamente por cómo está distribuida la riqueza en nuestros países. El CLAI tiene que colaborar con las iglesias en esa agenda a través de sus programas, proponiendo temas, para que las iglesias puedan atender con eficacia ese acompañamiento profético.
–¿Podemos hablar de Nicaragua? ¿Hay dos Daniel Ortega? ¿Uno es el del ’79 y la revolución sandinista y otro éste de hoy?
–Como lo dije anteriormente, la coyuntura ha cambiado. Y quizás el estilo de liderazgo también ha cambiado. No creo que hoy el gobierno de Nicaragua esté alejado de todos los esfuerzos que se hacen en América latina hacia una mayor participación. Cada contexto, cada realidad, requiere su propio análisis y su propia respuesta. Ha sido muy interesante observar que Nicaragua y Venezuela, que acaban de tener elecciones, han llegado a la decisión de que éstos son sus dirigentes. Esto se hizo en un marco democrático de participación ciudadana. Hay quienes quedaron conformes y quienes no, pero creo que cada país va a tener el enorme desafío de responder desde su realidad. Hay algunas cosas que no son aparentes. Por ejemplo el hecho de que tú participaste de este modelo y ahora estás participando de este otro. ¿Podemos confiar en ti? Esto por un lado. Sin embargo yo creo que la recomposición, la reconstrucción, no va a depender únicamente de los líderes en el gobierno, sino de la capacidad que tenga el pueblo de ser gestor y artífice de lo que hay que escribir en la historia de nuestros países.
–¿Esto puede traducirse en pensar más en la participación del pueblo que en el protagonismo de los dirigentes?
–Pensar más en la participación organizada y que se dé la oportunidad para que eso genere el balance que se necesita.
–¿Cómo es el proceso para que emerjan nuevos dirigentes fieles a las bases?
–Yo creo que uno de los elementos fundantes es que haya acceso a la educación. Es muy importante la educación en nuestros países. En segundo lugar que haya acceso al trabajo. Creo que la iglesia hace una contribución muy grande cuando enseña, a partir de la fe, que es posible tener nuevos modelos. El valor que tiene la misión de la evangelización en estos días es singular. Porque el referente que usamos es el Evangelio. Un Evangelio que predica la paz, la búsqueda de la justicia, la inclusión, las relaciones fundadas en el amor y en el respeto hacia el otro y a la otra. Esos son los elementos fundantes con los que el pueblo participa. La Iglesia todavía es la voz de algunos que no tienen voz: mujeres, indígenas, discapacitados, afrodescendientes, jóvenes, familia. Estos son los grupos fundantes de nuestra sociedad.
–La relación Iglesia-Estado es siempre conflictiva. ¿Qué criterios manejar?
–He mencionado una y otra vez lo que significa ser esa voz profética. Y esa voz profética tiene dos componentes. De anuncio y de denuncia. Nosotros podemos hacer una serie de anuncios porque conocemos la Escritura. Pero las denuncias se harán en tanto y en cuanto entendamos qué es lo que está pasando en la coyuntura. Y esa realidad coyuntural siempre va a estar buscando un reflejo en lo que las Escrituras nos enseñan. La tarea de las iglesias siempre va a ser un desafío. Yo creo que es importante que la Iglesia pueda hacer el trabajo profético sin comprometer el mensaje del Evangelio.
–¿A qué se refiere con eso?
–No creo que las iglesias estén llamadas a ser partidos políticos. Pero sí tenemos una voz hacia los que tienen la responsabilidad de dar respuestas de vida a las mayorías comunes, o sea, los políticos. No creo que nuestra tarea sea tampoco la de predicar un Evangelio de soluciones rápidas que no tienen nada que ver con el presente, sino que te mandan hacia un futuro más allá del Sol, que no es donde tenemos que construir el Reino de Dios, sino en esta realidad en la que estamos conscientes y caminando. Y en esta realidad hablar de una situación de prosperidad es negar la capacidad de la gracia de Dios en medio de situaciones de desesperanza, es negar la posibilidad de ofrecer luces de esperanza. El desafío de la Iglesia en el acompañamiento a los gobiernos, a los políticos, en el acompañamiento de lo social, tiene que estar más y más y más, en hacer siempre la lectura y la relectura de lo que está pasando en la coyuntura y siempre mirando en la Palabra y en el Evangelio, esas buenas noticias. Y en comprometernos cada vez más en ser colaboradores de la construcción del Reino, que ya ha sido inaugurado, pero todavía no ha llegado a ser completado. Porque nosotros como cristianos, como iglesias, como organismos cristianos que aceptamos la fe en Jesucristo, vemos entonces por dónde van las luces, los caminos. Y no podemos comprometer el mensaje del Evangelio, un Evangelio que propone vida en abundancia, que propone relaciones de igualdad, que propone paz, producto de que haya un sistema de justicia en consonancia con esa búsqueda de la paz.
–¿Cuáles son las prioridades que surgen del CLAI para acción de las iglesias en América latina?
–Los lineamientos están apuntando al trabajo con familias, al trabajo con mujer, juventud, indígenas, negritud. Pero también en función del desarrollo, de economía y sociedad. Queremos acompañar a las iglesias para ayudarles a que sean mejores intérpretes de la coyuntura social en la que estamos viviendo y ser proponentes, desde el Evangelio, de los mejores testimonios que ayuden a promover la vida. Definitivamente levantar el aspecto de la década por la paz de América latina, América afro-latin-india tan convulsionada y ser cada vez más agentes transformadores hacia la paz.
–¿Qué significa, en dos o tres precisiones, ser agentes transformadores para la paz?
–Uno: buscar en primera instancia que nuestros hogares sean recintos donde se pueda convivir en paz. Esto no implica la ausencia de situaciones difíciles, de conflictos, sino manejarlos de tal manera que el resultado pueda ser uno con que uno pueda vivir. Segundo: que nuestras congregaciones, nuestras iglesias, sean también ejemplo de una convivencia en paz, donde haya participación, inclusión y donde podamos, a través de la Palabra, ser espacio de hospitalidad, de respeto y de honor. Y en tercer lugar: el impacto que hace la Iglesia acompañando a los gobiernos, a las instancias de toma de decisión, de tal manera que el mensaje sea un mensaje fundamentado en el Evangelio. Si nosotros logramos hacer eso estaríamos impactando positivamente en estas instancias con un mensaje que promueva la paz.
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