DIALOGOS › EL MOVIMIENTO NACIONAL CAMPESINO INDIGENA, EL OTRO AGRO DE LA ARGENTINA
No producen soja, no son “el campo” de los agronegocios ni de las grandes estancias. Relacionan la dictadura militar con su actual denuncia por los saqueo de recursos naturales, la concentración de la tierra y el éxodo del campo. Son quince mil familias de siete provincias que viven de lo que producen, resisten desalojos y toman fincas improductivas. Hoy, cientos de ellos marcharán con sus reclamos por la ciudad de Buenos Aires.
› Por Darío Aranda
desde Quimilí, Santiago del Estero
Quimilí, en el centro de Santiago del Estero, es un pueblo tranquilo, de casas bajas y ranchos humildes. Transformado en la última década en región sojera, de agronegocios y con extensos latifundios, cuenta con una justificada particularidad que deviene de la lucha y lo hace epicentro de cientos de visitantes al año: allí se encuentra una de las históricas centrales del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase-Vía Campesina). Luego de trece horas de micro desde Buenos Aires, en la rotonda de entrada a la ciudad, se dejan ver un tinglado (la cooperativa metalúrgica de la organización), una rectangular y extensa casa rural (con galerías en sus cuatro lados, habitaciones y salón abierto para las asambleas) y una antena de 52 metros: la FM del Monte, una de las radios comunitarias de la organización. Es día de reunión del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI), conformado por 15.000 familias de siete provincias. Una veintena de delegados debaten la problemática campesina en la sede del Mocase y acaban de designar a tres de ellos para que sean, sólo para esta entrevista, la voz del Movimiento: Ramiro Fresneda (Movimiento Campesino de Córdoba), Ariel Méndez (Red Puna, Jujuy) y Diego Montón (Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Mendoza). En el patio de tierra, plena tarde santiagueña, se arma la ronda: sillas de madera, mate recién armado y un grabador que es mirado con recelo.
–Existe una gran variedad de organizaciones que se autodenominan “el campo” de Argentina. ¿Qué es el Movimiento Nacional Campesino Indígena y qué lo diferencia de otras organizaciones?
Diego Montón: –Para entender qué nos diferencia, primero habría que explicar que el Movimiento viene de un largo proceso de lucha, intercambio, discusiones. No es algo que nació ayer de la nada. No surge de que un día se juntaron en una pieza diez delegados y fundaron el Movimiento. Han sido muchos años de caminar juntos para conformar lo que hoy es el Movimiento. Los cimientos son las distintas familias y comunidades de las provincias: Jujuy, Salta, Mendoza, Santiago del Estero, Misiones, Córdoba y un trabajo bien interesante en Buenos Aires, con sectores marginados, con la idea de la vuelta al campo, con el horizonte de volver a un campo poblado por los sectores populares. Estos cimientos son organizaciones de base que luchan por sus territorios, ya sea resistiendo desalojos o retomando tierras. Otros ejes fuertes: la lucha por el agua, que sea un bien social, y por todos los recursos naturales. Ahí entra la defensa de los bosques, contra la desertificación, contra las mineras, contra las pasteras; como cuestiones muy simbólicas donde el capital nacional y transnacional está depredando los bienes naturales, atenta contra la comunidad y el ambiente.
Ramiro Fresneda: –Nos hemos ido encontrando en las prácticas concretas, en lo que tiene que ver con fortalecer los lazos solidarios, los lazos participativos, la misma forma de ver y de mostrar que los sectores populares podemos pensar y actuar sobre nuestro propio destino. Tiene que ver con una forma de entender la cuestión, que como población rural tenemos el derecho de buscar otro camino, que no sea el camino del desierto verde de soja, no una forma de producción sin campesinos, no la tierra como una mercancía. Nada de eso, para nosotros la tierra es un bien natural que nos pertenece a todos.
Ariel Méndez: –El Movimiento recoge la historia de sentimientos, memoria que queda latente en el corazón de los campesinos, la dignidad, el sentimiento de libertad, de la necesidad de quererse, vincularse con otros y que no puede ser que unos nos dominen a otros. Acá también estuvieron y están presentes rastros que estaban guardados en viejos y viejas del monte por el hecho de las luchas anteriores, del mestizaje, pueblos indígenas. Gente de mucha lucha y mucha resistencia. Había un rastro latente que los dominadores no habían asesinado del todo. Y de por sí el hombre del campo tiene el sentimiento de libertad, de que no quiere trabajar con patrón, ser peón rural. El campesino es una familia de una característica particular: yo vivo de mi propia producción. Y además no recurre al consumo, el consumismo, no entra a la racionalidad mercantil, con su gran cuota de consumo inventado.
–¿Por qué suelen remarcar que los diferencia la forma de organizarse?
D. M.: –Un principio que se da desde la práctica misma: estamos convencidos de que ninguna estructura, ya sea de gobierno o cualquier organización ajena al territorio, será la que salve a las comunidades que están sufriendo las consecuencias del modelo. Serán las mismas comunidades organizadas las que pueden y deben hacerle frente para avanzar en otro modelo de desarrollo. Desde la práctica misma hemos visto cómo avanzan las comunidades una vez que se organizan, han logrado recuperar territorios, han logrado formas de comercialización justas, han recuperado sistemas de salud ancestrales y lo han vinculado con la medicina oficial. Organizadas, las comunidades van haciendo su propia historia.
A. M.: –De las organizaciones que componen el Movimiento, cada una tiene su dinámica propia y se aborda para trabajar sobre una problemática integral: salud, educación, género, derechos humanos, producción, comercialización, jóvenes. Y cada organización tiene distintas áreas de trabajo para abordar en el territorio de forma integral. Y esto se trabaja igual a nivel nacional. Además, hay una conciencia de las bases, que deciden su propio destino, creo que eso nos diferencia de muchas organizaciones: no hay una estructura piramidal que decide. Los mandatos van de abajo hacia arriba, con dificultades, hay que reconocerlo, pero con una verdadera democracia de base.
–En el día a día ¿cómo se toman las decisiones?
R. F.: –Hay una gran autonomía de cada comunidad y organización, con su dinámica, sus tiempos y su democracia de base. A ninguna comunidad el Movimiento Nacional puede decirle qué tiene que hacer. Los lineamientos los decide la propia comunidad después de muchas instancias colectivas. Nunca un compañero va a decidir para dónde vamos. Todo está relacionado a los procesos de discusión colectivos que nacen de las comunidades y que van subiendo a nivel provincial y nacional. De ahí hay equipos de compañeros que van implementando eso que se decidió. Muchas veces el Movimiento pareciera ser un poco más lento, pero porque las líneas de acción se dan siempre luego de un proceso de debate en las comunidades, encuentros, reuniones, es bastante dinámico y por eso lleva tiempo. No hay un estatuto, no hay presidentes. Hay delegados que van rotando.
–El Estado Nacional tiene superávit y se exporta como pocas veces. Desde los sectores tradicionales del campo igualmente se reclaman mejoras. ¿Cómo evalúa el Movimiento la situación actual del campo?
D. M.: –Está claro que nosotros no somos parte de ese “campo” con cosechas record y superávit, ese “campo” de empresarios y ricachones de entidades tradicionales que nunca han metido las manos en la tierra y que explotan a nuestros compañeros. Aclarado eso, en el campo se está produciendo un saqueo, por el modelo económico en sus diferentes expresiones: sea la soja, sean las mineras, sean las pasteras. Tiene que ver con modelos productivos que extraen aquí para subsidiar a los países del primer mundo. Y también están los capitales nacionales, como para no echarle toda la culpa al de afuera. El peso de sostener esa injusticia recae sobre las comunidades campesinas e indígenas, sea malvendiendo su producción porque no le queda otra o siendo mano de obra explotada de esos grandes productores. Y la forma de vida se deteriora cada vez más, produce cada vez más expulsión del campo y crecen las ciudades con sus barrios miseria.
R. F.: –El peor daño es la invasión de nuestros territorios por el monocultivo, sea de soja o pino, y las mineras y el agua. Estoy convencido de que así como hoy nadie puede discutir el genocidio de la dictadura, en 30 años va a pasar lo mismo con el tema del saqueo de los recursos naturales.
–¿Qué tipo de modelo plantea el Movimiento?
A. M.: –El Movimiento trabaja sobre la soberanía alimentaria, y se lo reclamamos al Estado argentino: la posibilidad de que el país tenga su propio proyecto alimentario y no que vengan las multinacionales a imponernos qué debemos producir. Romper con la división internacional del trabajo, Argentina no más como productor de granos y materia prima. ¿Por qué? ¿Por qué Latinoamérica tiene que producir sólo granos y carnes para el primer mundo? Nosotros decidamos qué y cómo producir. Y eso no significa que no sigamos produciendo carne o granos.
–Los sectores tradicionales del campo sostienen que la soberanía alimentaria es imposible a nivel nacional.
D. M.: –Eso es mentira. La soberanía alimentaria entiende que para que un pueblo sea soberano debe poder tomar las decisiones que lo afectan, decidir entre todos qué necesitamos comer y poner el territorio en función de eso. Esto es democracia pura, y la democracia real no es imposible. Pero desde hace tiempo pasa que el Estado toma esas decisiones a favor de la rentabilidad de las empresas. Y la rentabilidad sólo mide cuánto dinero puedo sacar de un lugar. En cambio el modelo campesino indígena no es tan cuantitativo sino que tiene que ver con lo que produzco, que yo cuido eso porque vivo de lo que produzco. Las comunidades tienen derecho a decidir qué comida sana quieren comer, de qué quieren vivir, qué producción diversificada desean. Tratamos de hacerlo todos los días, a nivel local, y creemos que puede haber un modelo nacional de ese tipo.
R. F.: –Otra de las cosas que más nos separan del modelo actual es la relación que las comunidades tienen con el territorio. Para los campesinos indígenas el territorio, el agua, la tierra, no son una mercancía. Los políticos, las empresas y la Justicia lo ven como mercancía y propiedad privada, pero para nosotros es una historia, una cultura, nuestros ancestros, no es una mercancía. De ahí la lucha tan fuerte por estos bienes, no es algo discursivo, tiene que ver con defender una forma de vida que sentimos propia. Y luchar por eso es luchar por mantener mi forma de vida, la de mi viejo y mi abuelo.
–¿Qué política proponen para la problemática de tierras?
R. F.: –Hay que crear un espacio amplio y plural donde se ponga en discusión la cuestión de la tierra. Eso no lo hace ningún gobierno. Lo que hacen son políticas compensatorias, asistencialista, banco de tierras para que les tiren algunas pocas tierras a los campesinos o indígenas. Nosotros creemos que se tiene que debatir un proyecto de ley, que redactamos con las comunidades, y que tenga varias etapas: moratoria al desalojo de campesinos e indígenas y revisar lo que se vendió. Luego una redistribución y un plan de mediano plazo para lograr la permanencia y producción en esas tierras. Pero no hay voluntad política de hacer algo así porque ellos saben que la frontera agropecuaria avanza, con títulos truchos y con capital financiero, que tiene un poder de acción que no se detiene. Los guasos tienen de todo: vehículos, radios, topadoras. Entonces la disputa hoy no es con la Sociedad Rural, aunque estamos en veredas opuestas, sí con las grandes empresas de agronegocios. Nuestra idea es que la tierra se reciba colectivamente, nada individual. Esto garantizará que no se venderá al mejor postor sojero.
D. M.: –Nosotros creemos que la reforma agraria la estamos haciendo, como dicen el MST, en la medida en que hay millones de hectáreas de donde no nos han corrido. Nos han desalojado pero hemos vuelto a tomar el campo, por el simple ejercicio del derecho. No hemos esperado que un juez nos devuelva la tierra. Nosotros nos hemos organizado, hemos ido y hasta hemos desarmado a los paramilitares y retomado la tierra. Además estamos haciendo un trabajo silencioso para que se pueda volver a la tierra y hacer tomas de predios y latifundios improductivos o especulativos.
–Desde distintos sectores políticos y económicos se impulsan los agrocombustibles. La mayoría de las organizaciones del campo acompañan esa nueva tendencia. ¿Por qué el MNCI los rechaza?
D. M.: –Nosotros creemos que será una nueva herramienta para que nuestra región subsidie a los países del primer mundo. Los agrocombustibles serán tan nefastos como la soja, las pasteras o los yacimientos mineros a cielo abierto. Una vez más, desde el exterior impulsan un modelo energético que beneficie al primer mundo y todos nosotros pagaremos los costos: pérdida de territorios, pérdida de bienes naturales y de trabajo. Además habrá mayor concentración de tierra, agua, renta y poder. Claro: también habrá más pobreza y destierro campesino.
A. M.: –La mayor producción de agrocombustibles encarecerá los alimentos, pondrá en peligro la soberanía alimentaria y agravará el problema del hambre en el mundo. Con la cantidad de cereales que se necesitan para llenar el tanque de una camioneta se puede alimentar una familia por mucho tiempo.
–Los impulsores del agrocombustible aseguran que es menos contaminante que los derivados del petróleo.
R. F.: –Esa es otra gran mentira. Se impulsará aún más el monocultivo y el uso de agroquímicos, con lo que se degradarán mucho más los suelos y el resultado ambiental ya comienza siendo negativo. Además, en la creación de este tipo de combustible hay que tener en cuenta todo el proceso de producción y todos los costos, y ahí se nota claramente que se miente sobre la contribución que el etanol hace en materia ambiental, ya que la mayor parte de esa “energía producida” se consume durante el cultivo y procesado (riego, maquinaria y transporte) de la materia prima. Hasta puede resultar un saldo negativo de energía.
D. M.: –Las industrias y gobiernos del Norte necesitan que la producción sea en los países del Sur, en parte porque no disponen de tierra o no quieren usarla para esto, y porque asumen que en esos países los problemas ambientales son obviados por gobiernos que hablan de “inversión” extranjera y de promover la agricultura intensiva de exportación. Con los agrocombustibles habría que hacer una pregunta muy simple: ¿usar los alimentos para llenar millones de autos o para millones de estómagos?
–¿Cómo es la relación con el gobierno nacional?
D. M.: –El andamiaje para que todo este modelo avance comenzó con la dictadura militar y Menem lo perfeccionó. Y el actual gobierno no ha tomado medidas que reviertan la situación. Continúan las mineras, continúan las pasteras y sojeras y no hay nada que parezca que vaya a modificarla. En el discurso, vemos que alguna gente del Gobierno tiene coincidencias con lo que nosotros decimos, pero la mayoría de las veces es sólo discursivo. Y ellos saben que con los discursos no se resuelven los problemas, sí con las acciones concretas. En lo concreto de hoy, pensamos que en la actualidad con la correlación de fuerzas existente es difícil avanzar más, pensamos que nuestro problema está más en las masas populares que en el Estado, ya que organizaciones de masa autónomas y conscientes son las que pueden transformar el modelo. Aclarado eso, reconocemos que el actual gobierno ha avanzado en la política de derechos humanos y en acercar algunos programas a las organizaciones, pero no podemos dejar de señalar que el pueblo sigue siendo explotado, los recursos naturales, saqueados y la riqueza prácticamente sin repartir.
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