DIALOGOS › DAVID YALLOP, ESCRITOR INGLES, CRITICO ACERRIMO DE LA IGLESIA
Vino a Buenos Aires a presentar su último libro, El poder y la gloria, un estudio lapidario del reinado de Juan Pablo II. Es un experto en la Iglesia como institución del poder, de sus complicidades y de funcionarios como Pío Laghi, el nuncio durante la dictadura, “que no sé cómo hace para dormir con su conciencia, no debe tener una”.
› Por Washington Uranga
Para David Yallop no hay mayor diferencia entre Benedicto XVI y Juan Pablo II. Es más. Asegura que el Papa actual “es la prueba patente de que existe la vida después de la muerte”. Sostiene que “Ratzinger es Wojtyla sin carisma” y esto no representa ningún elogio para el Papa actual, si se tiene en cuenta el crítico perfil que el escritor británico hace de Juan Pablo II, como un hombre ambicioso de poder. “La Iglesia es una organización carente de ambición política; en secreto, sin embargo, y a veces no tanto, invariablemente tiene una agenda política”, escribió Yallop en su último libro, El poder y la gloria. Juan Pablo II: ¿santo o político? Verborrágico, Yallop habla, argumenta, pregunta y se contesta aportando datos y refiriendo anécdotas mientras saborea un té (“por favor, con leche fría”), elogia a Buenos Aires y se queja de los fotógrafos que “me sacan a pasear y todos quieren una foto especial, cada una más extraña”. Teme que el próximo Papa sea “del Opus Dei”, aunque él preferiría que sea “del Tercer Mundo” o, mejor aún, “una mujer negra”. En el diálogo salen los temas más diversos: teología de la liberación, pedofilia, homosexualidad, celibato, las dictaduras latinoamericanas, Ronald Reagan y Leonardo Boff. Pero todas las alusiones giran en torno de la Iglesia y el poder.
–En varios de sus trabajos usted vincula de distintas maneras a la Iglesia Católica Romana con el poder. ¿Por qué insiste en el tema del poder en relación con la Iglesia?
–Una famosa expresión respecto del poder dice que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe en forma absoluta”. Yo creo que de eso se trata cuando uno observa a la Iglesia Católica Romana: de la búsqueda del poder a través de muchos cientos de años. Después de haber perdido los estados pontificios, el poder terrenal de la Iglesia quedó reducido a unas tierras del tamaño del parque St. James de Londres. Desde 1927, cuando se firmó el Tratado de Letrán con Italia (que dio origen al Estado Vaticano), creo que la Iglesia quiere compensar la falta de territorio extendiendo los brazos y aliándose con quienes tienen poder. Es el típico ejemplo que cito en el libro acerca de la relación entre el papa Juan Pablo II y Ronald Reagan, cada uno con su propia agenda. En algunas áreas, pero no en todas, la filosofía de ambos coincidía. Por ejemplo, respecto de Polonia o en relación con la Teología de la Liberación, ambos coincidían. Justamente la teología de la liberación y el apoyo del Papa a las políticas de Reagan en los años ’70, fueron las principales razones que me movieron a escribir este libro. Porque como resultado de esa alianza y de que el Papa haya hablado públicamente a favor de lo que Reagan estaba haciendo, mucho más cientos de miles de personas murieron asesinadas en Centro- américa. Es un crimen perfecto. A diferencia de los asesinatos y de los homicidios de Ruanda, esto es algo que no se ha reconocido. Creo que antes de este libro nadie estableció la conexión entre la bendición del Papa y lo que implicaba esa bendición. Parte de las pruebas son documentos que no han visto la luz antes. Por ejemplo: entré a la biblioteca de Reagan y encontré tres cartas que prueban lo que digo. Me llama mucho la atención el abuso del poder que hacen los gobiernos y la falta de democracia que se desprende de esas acciones.
–Si observamos el escenario mundial podemos ver que cada vez más el ejercicio del poder está vinculado con discursos religiosos, no sólo católicos. Hay muchas acciones relacionadas con el poder que se apoyan en justificaciones religiosas de distinto signo. Bush utilizó argumentos cristianos para avanzar sobre Irak. Si esto es así, ¿por qué solamente elegir al Papa y a la Iglesia Católica Romana?
–Porque el Papa tiene más seguidores que todos los demás juntos. Durante gran parte de mi vida, y antes todavía más, y admitiendo que esa realidad está cambiando hoy, la influencia de la Iglesia ha llegado muy lejos. Y esa influencia en muchos casos ha sido contraproducente y destructiva. Con toda pasión sostengo que los dos grandes males a los que yo he estado expuesto durante mi vida son el nacionalismo y el fundamentalismo religioso.
–¿No hay posibilidad de procesos de liberación vinculados a fenómenos o experiencias religiosas?
–Depende de quien conduzca esas experiencias religiosas. Por ejemplo: distinto sería si el padre Leonardo Boff hubiera sido Papa. Creo que con esto ya le contesté la pregunta. En mi fantasía el Papa debería ser alguien así, como Leonardo Boff. En una entrevista me preguntaron ¿quién le gustaría que sea el próximo Papa? Contesté: una mujer negra. Se rieron. Sé que me estoy yendo del tema, pero insisto en que sería bueno tener un Papa del Tercer Mundo.
–El Papa y la Iglesia institucional criticaron la Teología de la Liberación. Usted lo marca en el libro. Pero también hay muchos cristianos comprometidos en procesos de liberación y en procesos revolucionarios como el de Nicaragua.
–Pero ya vio lo que pasó con eso. El Papa silenció la cosa...
–Es verdad. Pero en Nicaragua además del cardenal Miguel Obando existe también Ernesto Cardenal, que también es cristiano.
–Absolutamente cierto. Usted está abonando mi teoría. Por oposición a este Papa “mala cabeza”, una gran parte del movimiento de liberación en América latina era cristiano. Pero el Papa nunca lo aceptó. El quería control, no creía en la democracia. De hecho más de una vez se lo ha escuchado hablar en contra de la democracia, señalándola como una forma inferior. Después de todo él rige un estado totalitario. Pienso que las acciones de la Iglesia no hablan de crecimiento sino de una implosión. Es la destrucción de la Iglesia. Y creo que esto no es del último tiempo. Tengo 70 años y he visto la declinación del poder de la Iglesia a lo largo de mi vida. Es impresionante. La gente deja de ser católica para hacerse evangelista porque considera que, bien o mal, esa estructura les brinda más libertad. El Papa actual, en una actitud que demuestra qué lejos está de la realidad, ya ha condenado por lo menos en diez ocasiones al rock como algo demoníaco. Yo veo todos los días la cantidad de menores de 25 años que dejan de ser católicos. Esto trae más y más destrucción.
–En el libro usted establece relaciones entre Iglesia Católica, dictaduras, narcotráfico y centros de poder mundial. ¿Qué es hoy entonces la Iglesia Católica Romana? ¿Una suerte de cobertura de la alianza entre todos esos factores?
–Una multinacional. Hay un capítulo en mi libro que se titula “Vaticano Sociedad Anónima”. Hay intereses que se comparten entre la Iglesia, el narcotráfico... con el apartheid en Sudáfrica, por ejemplo. El régimen sudafricano de ese momento invirtió mucho en el Vaticano y el Vaticano, a su vez, invirtió mucho en el régimen a través del banco del Vaticano. Cuando uno piensa en el apartheid y piensa en los principios de la Iglesia, no se lo puede explicar. Albino Luciani (Juan Pablo I) quería volver a los principios del cristianismo. Lamentablemente lo callaron antes de poder dar el primer paso. El comportamiento de la Iglesia actual es muy poco cristiano si observamos los principios de los orígenes del cristianismo.
–En varias ocasiones usted se refirió críticamente al cardenal Pío Laghi, que fue nuncio en la Argentina y que ha sido seriamente cuestionado aquí por sus relaciones con la dictadura.
–Varios regímenes de derecha en América latina fueron alentados por cardenales como Jorge Medina (Chile), Angelo Sodano (n. de r: ex nuncio en Chile), que después se convirtió en secretario de Estado, y Pío Laghi. A ellos hay que agregar el cardenal alemán Hofmann. Este grupo convenció al Papa de la peligrosidad de la Teología de la Liberación. Si uno mira las relaciones de Pío Laghi en la Argentina queda clara cuál era la intención. Lo mandaron a la Argentina en los setenta, en el momento pico de la represión. Como nuncio papal tuvo actividades inusuales mientras estaba en Buenos Aires. En 1976 habló ante la Armada y justificó, desde la perspectiva de la Iglesia Católica, la idea de la guerra justa. Laghi es un hombre que se opone a la teología de la liberación. No me puedo imaginar cómo puede vivir con su conciencia. Yo creería que no la tiene.
–En su libro usted sostiene que el 20 por ciento de las promociones internas en el Vaticano tienen que ver con relaciones homosexuales. ¿Qué tiene que ver este tema con el estilo de gobierno de la Iglesia y con la institución del celibato?
–La conexión con el celibato es que el celibato es para otros. No para ellos. No sé si en este grupo al que se refiere hay una conexión de tipo político. Lo que tienen en común es la búsqueda del poder y la forma efectiva de conseguirlo es establecer una vinculación homosexual con un obispo o un cardenal o ciertos miembros destacados de la curia, de tal manera que esa persona se transforme en su mecenas. Y de esta manera se comienza a subir la escalera. Es el poder, otra vez el poder. Hace poco salió a la luz la situación de un monseñor del Vaticano que reconoció su homosexualidad y amenazó con decir todo lo que sabe sobre el tema. De hecho, si lo hace, le va a doler la garganta. No tengo ninguna objeción a la condición homosexual, lo que me importa es la hipocresía. Salvo en una marcha gay, nunca he visto tanta concentración de homosexuales como en el Vaticano y en las universidades americanas e inglesas. Entrar en el Vaticano es como lavarse en un mar de hijoputez. Juan Pablo II se paraba en la Plaza de San Pedro y a los gritos hablaba contra la homosexualidad, y en el mismo momento detrás de él la estaban practicando. Y cuando alguien estaba a punto de ser denunciado públicamente él los protegía. Es el caso del padre Marcial Maciel, mexicano y fundador de los Legionarios de Cristo. Cuando la gente lo denunció ante el Papa por pedofilia, a través de las declaraciones juradas de siete hombres, lo que hizo Juan Pablo II fue ponderarlo diciendo que era un hombre influyente para bien. Es muy perverso decir esto cuando se están aportando pruebas de que ese hombre abusa sexualmente de los jóvenes que llegan hasta él. Hay muchos amigos cercanos del Papa que eran pedófilos, muchos identificados públicamente, y sin excepción la actitud fue protegerlos, defenderlos, enojarse e injuriar a aquellos que los señalaban.
–¿Cuál es la diferencia entre Benedicto XVI y Juan Pablo II?
–Ninguna. Es la prueba latente de que existe la vida después de la muerte. Este es Wojtyla. Ratzinger y Wojtyla eran culo y calzón cuando Juan Pablo II vivía. Y este hombre lleva hoy adelante una agenda que es la de Juan Pablo II. Ratzinger es Wojtyla sin carisma. Al Papa le hicieron una operación y le sacaron el carisma. Lo que queda es una versión no carismática de Juan Pablo II. Lo que me preocupa es la fuerza creciente del Opus Dei en la Iglesia. Ellos son los que sostienen a Ratzinger y si no tenemos cuidado quizás ellos, los del Opus Dei, sean el futuro de la Iglesia. Si no tenemos cuidado vamos a tener un Papa miembro del Opus. Quizás esto sería bueno, porque serviría para acelerar la destrucción que ya está en marcha.
–¿Usted es religioso?
–Me pregunta algo muy profundo. Es como preguntarme qué es la vida. Depende de lo que quiera decir “religioso”. Si por eso se entiende ir a misa, no soy religioso. No voy a misa. Soy una persona que creció en la fe católica, que fue a una escuela católica, con una gran influencia de mi madre católica. Pero no me es fácil contestarle. Durante muchos años dije que era agnóstico. Mi mujer no es católica, es presbiteriana. Ella me ha preguntado: ¿si te mueres, tengo que llamar un sacerdote? Yo dije: no estaría mal. Pero quiero que tengas la seguridad de que no es un reaccionario. Yo quiero un sacerdote con pensamiento liberal, democrático. Si ser religioso es intervenir, como un “buen samaritano”, en favor de una persona a la que alguien está atacando en la calle, me considero religioso. Si por religioso se entiende alguien ortodoxo, debo decirle que hay muy poco de ortodoxo en mi. Estaría muy contento de volver a la mirada de Cristo, esa que han abandonado los papas.
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