Lun 24.03.2008

DIALOGOS • SUBNOTA  › ¿POR QUé LILIANA HERRERO?

Hablar como quien canta

› Por Mario Wainfeld

El reportaje contiene la aclaración (ríe) muchas veces, pero no da cuenta de todas las ocasiones en que ríe Liliana Herrero, a través de un diálogo de tres cuartos de hora. Se consigna que se emociona un par de veces, pero no se mensura cuánto se embronca, cuán tangente es su pasión con el llanto. Todo eso en una charla informal, que no recorre emociones epidérmicas pero sí temas que la apasionan.

El cronista la llama para pedirle la entrevista y le pregunta “¿con quién se está peleando ahora?”. Siempre está peleando, pero no es la suya una indignación tarifada, standard. Por lo pronto selecciona adversarios no convencionales: la llamada cultura masiva, los medios de difusión más conspicuos. Y también contra un extendido sentido común antipolítico, impregnado por la lógica de los medios.

Hoy y aquí proliferan los indignados profesionales. Los hay frente al teclado, la cámara y el micrófono. Se indignan un rato, en general contra los representantes democráticos, hablan en nombre de otros. No agregan valor, no transmiten belleza. En cualquier momento, ceden el paso al humorista o al desfile de modelos que distiende y habilita chistes estereotípicos. Lógica que reproducen esas fiestas familiares que sublevan a Liliana Herrero, por tener todo prefijado.

La fiesta no es así, propone la intérprete que coloca los mejores momentos de su vida en los lejanos ’60 y ’70. Y en el escenario, en las guitarreadas.

En el escenario, describe, el que piensa pierde. Fuera del escenario la intérprete piensa, lee, agrega a su formación profunda y dispersa.

No le cabe al cronista (profano en eso, mero espectador agradecido) sino anoticiarse de que Herrero es una cantante única, repulsivamente original. Quizá pueda atreverse a decir que es, sigue siendo, una intelectual notable, aguda, crítica, sublevada.

Liliana Herrero canta el reportaje como ninguna. Se compromete y deja todo, como cuando interpreta música en un escenario. En ese trance puede conmover a japoneses que no conocen su idioma ni su cultura, ella lo cuenta y cómo dudarlo. El cronista agradece poder compartir su lengua y vivir en su mismo país, cosa de tener una conversación que discurre de la filosofía a la historia, de ésta a la crítica cultural. Es poco usual hablar con alguien que se tome las cosas en serio, que las dé vuelta, que se apasione, que crea lo que dice, que ponga tantos tópicos ramplones patas arriba. Mucho más exótico es encontrar un personaje así que, por añadidura, ejerza el trabajado don de transmitir gozo y belleza como lo hace Liliana Herrero.

Por eso esta nota.

Nota madre

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