Lun 25.05.2009

DIALOGOS • SUBNOTA  › ¿POR QUE TULIO ANDREUSSI?

Una historia poco conocida

› Por Andrew Graham-Yooll

Tulio Horacio Andreussi, economista porteño de 40 años, estudió para una carrera de negocios en la Universidad del Salvador, y operó en el mercado de capitales. Todo eso parece normal en la vida de un hombre joven en una gran ciudad. La economía es su profesión, el arte su pasión. “Desde muy joven me vinculé al arte plástico, gastaba mi dinero en libros de arte, viajaba y pasaba la mayor parte del tiempo en museos, exposiciones, talleres de artistas. En las tardes iba con mi madre a una librería en Azcuénaga y Santa Fe, y leía libros de arte que me prestaba Peter, el dueño del local. Al anochecer llegaban sus amigos que eran profesionales y yo me quedaba escuchando, hasta interviniendo con cierto desparpajo, ya que era chico. Los escuchaba sobre la neofiguración, el Di Tella y otros que resultaron iconos de nuestra cultura. De más grande disfruté de la amistad y el consejo de la galerista Ruth Benzacar y del crítico Ed Shaw. Todo fue importante, aunque no suficiente para la tarea de gestionar la obra de una gran artista.”

Cuando hacía poco que había pasado los treinta años, dice Andreussi, por recomendación de Pierre Restany (1930-2003) conoció la obra de la escultora Magda Frank, que arrimaba a los noventa. Nacida en Hungría, ciudadana argentina y también ciudadana francesa, una década antes de este encuentro se había reinstalado en Buenos Aires, ciudad donde había vivido medio siglo antes. La preocupación de la artista era el futuro de su obra, reunida en su casa-taller en el barrio de Saavedra. La relación del curioso joven y la veterana artista creció en torno de este tema, hasta que ella propuso, y su familia accedió, que Andreussi se hiciera cargo de la colección. Así fue que en una época anterior a la crisis financiera mundial que ahora nos tiene ocupados, Andreussi compró el taller y la casa de la escultora. Por ahora parece que concluyó la búsqueda de un hogar para la obra.

Magda Fisher Frank, nacida el 20 de julio de 1914 en Kolozsvar, Transilvania, no es muy conocida por el público argentino. Sin embargo, tiene una sólida trayectoria en el país. Su primera exposición aquí fue en los comienzos de los cincuenta, en la galería Henry. En 1956 fue nombrada profesora de la Escuela de Artes Visuales. Obtuvo la medalla de plata en el Salón de Rosario y expuso en la galería Pizarro de la Capital Federal. El poeta y crítico de arte Cayetano Córdova Iturburu (1902-1977) fue uno de los primeros intelectuales que celebraron “la excelencia, el prestigio ya ganado” por la artista (en la revista El Hogar, en octubre de 1956). En 1957 representó a la Argentina (con otras figuras) en la cuarta bienal de arte de San Pablo. Google registra 1.800.000 entradas con su nombre.

El hecho de que la obra se radique en Buenos Aires ha causado comentario crítico en Europa, especialmente en Francia donde a Magda Frank se la considera francesa y en la escultura está entre “Las treinta glorias de Francia”, título de un libro del académico francés Marc Gaillard. Pero Buenos Aires va detrás. Tuvo un pequeño stand en ArteBa hace un año, pero falta conocerla mejor. Hoy, la anciana artista se halla enferma y muy frágil. Por eso este diálogo con Tulio Andreussi.

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