DIALOGOS • SUBNOTA › ¿POR QUE GIOVANNI SARTORI?
› Por J. M. C.*
“Todo lo que pienso lo digo. Ya no tengo edad de tener miedo a nada”. Giovanni Sartori se siente libre. Libre para decir lo que quiera, aunque irrite o escandalice. Cumplidos los 81 años en mayo del año pasado, y después de haber escrito más de treinta libros, decenas de ensayos y cientos de artículos, este estudioso de la ciencia política y la comunicación puede opinar que George W. Bush es “el peor presidente de EE. UU.” o que la posición de Jacques Chirac en la crisis que condujo a la guerra de Irak fue “una vergüenza”. “Siempre estuve al margen de la corrección política. Hubo momentos en los que me costó mucho seguir adelante; en Italia estuve veinte años en la lista negra de la izquierda, no me invitaban a recepciones. Me mantuve en mis posiciones, la historia cambió y ahora me consideran más. Por ejemplo, sobre inmigración y multiculturalismo, Massimo D’Alema (ex primer ministro y presidente de Demócratas de Izquierda) dijo que probablemente yo tenía razón. Si lo dice D’Alema...”.
Provocador por naturaleza y de tan buen humor y buena salud como para beberse un vaso de vino a mediodía, Sartori –florentino que alterna su tiempo entre Italia y EE.UU.– no para de trabajar “porque si uno lo deja, envejece”. Además de viajar para dar conferencias y recoger premios, “mantengo vivos mis treinta y tantos libros: prólogos para nuevas ediciones, apéndices, revisiones. Y escribo cosas nuevas: ahora estoy con la continuación de Mala tempora, que vendió 70.000 ejemplares, se va a llamar Mala Costituzione e altri malanni. Son artículos del Corriere della Sera, del Espresso... “Hablo sobre todo de la mala reforma constitucional en Italia; la verdad es que decir que es mala es un eufemismo. Es pésima. Y estoy editando la edición en inglés de mis escritos de lógica y metodología”.
Libros, y libros, y más libros en su apartamento de Nueva York, un piso 27 desde el que se disfrutan los árboles de Central Park. “Aquí es donde tengo la mayor parte de mis 20.000 ejemplares, así que es aquí donde vengo cuando quiero trabajar en serio, cuando tengo que escribir”. En el despacho, se sienta ante su mesa italiana del siglo XVII, estrecha y larguísima. A su espalda, la vieja máquina Olivetti Lettera 32. Enfrente, las traducciones a todos los idiomas de todas sus obras. A la izquierda, un viejo teléfono con fax y carpetas con artículos sobre una estantería. A la derecha, las ventanas sobre el parque desde las que ven los rascacielos de Manhattan.
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