Alicia Entel, maestra de varias generaciones de comunicadores en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Entre Ríos, y sabia en leer las huellas de la crisis en el espacio urbano, mira la ciudad desde nuevas perspectivas. Directora de la Fundación Walter Benjamin, que junto a la Universidad Autónoma de Barcelona dicta aquí una maestría en Periodismo y Sociedades de la información, camina y reflexiona sobre la ciudad y el conurbano bonaerense con la visión de quien busca al transitar respuestas a los nudos gordianos del presente: rastrea desde la crítica comunicacional cómo se construyen los miedos en la ciudad. Su primer libro, La ciudad bajo sospecha, se adelantó, observando las formas de protesta ante las privatizaciones a fines de los noventa, a un proceso que no se detuvo. Entel es capaz de contarnos cómo pasamos del miedo a perder el trabajo, a un miedo casi exclusivamente al otro. El miedo confundido con la inseguridad urbana y, por fin, el miedo como lo que consagra la exclusión son la materia con la que Alicia Entel pone luz sobre procesos complejos de contar.

Entel es una intelectual con resonancias de territorio, aun cuando hace más de dos décadas que es una referencia entre los intelectuales que estriban entre la política, la comunicación y la cultura. Escuchar a los actores sociales de varios barrios de la ciudad, del conurbano y del Gran Paraná, le permite leer los estallidos de furia y la mano propia usada a mansalva para la venganza en los territorios actuales de la exclusión social. Con frecuencia los criminólogos se vuelven casi los únicos puestos a discutir, desde las tribunas mediáticas, las causas y los efectos de lo que se dio en llamar la inseguridad urbana, esa abstracción que Entel propone desarmar hasta que se torne materia. ¿Dónde quedó el miedo a la naturaleza? ¿A las hambrunas? ¿A las inundaciones?, se pregunta para graficar una enormidad de miedos que han terminado subsumidos en el miedo a los propios seres humanos.

Ahora, Entel no se queda tampoco en el borde de la clase media asustada, de la construcción del enemigo joven-pobre-inmigrante obvia también en el proceso que ya avanzó hasta hacerse carne, de manera para nada metafórica en los barrios en los que la indigencia le ha ganado por robo a la pobreza. “Grandes sectores viven las 24 horas en violencia”, dice. Y explica cómo se vuelve lógica la segregación de los pobres de un barrio ante los que han caído en el umbral de la extrema miseria. Entonces podemos ver cómo mientras los vecinos de Lucas Ivarrola se esfuerzan por diferenciarse del indigente vecino buscando una resto de ciudadanía en su diferencia, la clase media porteña sufre de un sentido de comunidad tan débil, que Entel lo califica de “acontecimental”.