DISCOS
› ¿HA NACIDO OTRA ESTRELLA NEGRA?
Alicia en el país
Alicia es Alicia Keys, cuyo disco debut vendió tres millones de copias en Estados Unidos. Para la industria, es la sucesora de Whitney Houston.
En 1985, una joven cantante negra revolucionó el negocio de la música en Estados Unidos, al publicar un álbum debut que se disparó en las ventas hasta convertirse en historia viva. Los 14 millones de copias vendidas en los siguientes 24 meses convirtieron a Whitney Houston en una estrella del nivel de Michael Jackson, con sus mismas complejidades. Pero, como Jackson, Whitney entró en pánico: grabó poco, apenas cuatro discos en los siguientes 16 años, no arriesgó en lo artístico, ingresó en la vorágine absurda del culto a la imagen por la imagen en sí. Pudo haber sido una especie de Madonna negra, una artista de ruptura, y quedó atada a su voz, a sus mohínes, a sus vestuaristas y peluqueros. No utilizó a MTV, sino que fue utilizada por MTV. Se llenó de millones, como en la superficie de la historia de Cenicienta, pero su vida fue un infierno, sobre todo a partir de su matrimonio con el rapper Bobby Brown. La chica que se cuidaba de todo quedó en el medio de escándalos al por mayor: denuncias de palizas, detenciones en aeropuertos por tenencia de sustancias prohibidas, rumores a granel sobre su estabilidad mental. La única vez que se presentó en Buenos Aires, en 1994, a caballo del éxito comercial del film El guardaespaldas, parecía en medio de un circo ajeno, pero era el suyo.
Desde que Jackson y Houston le demostraron a los ejecutivos que existía un mercado para negros aceptables para los blancos, los productores probaron docenas de recetas, sin acertar nunca. Para el sitial debe descartarse a los rappers, obviamente. Lo que se busca es un negro que conozca la tradición del gospel, es decir la música de las iglesias, que se desempeñe bien en el soul, que pueda ser funk si es necesario y que coquetee con el rock, pero vuelva. Negros del reggae, abstenerse. Negros electrónicos, a otra cosa. Hay un público universal que espera negros buenos, negros que no parezcan surgidos de una película de Spike Lee, negros que no den miedo. Hace dos años, la salida del primer disco de Macy Gray fue un guiño, pero algo de su descontrol general parecía desentonar con las expectativas del negocio. El segundo de Macy, The Id, un arrasador viaje hacia el soul de los 70, con su poder lisérgico, terminó por desbaratarlas. No, no será esta negra desmañada, despeinada y gesticulante la nueva reina del pop. Es demasiado inquieta, demasiado personal.
Y ahí aparece al final del 2001 Alicia Keys, con un disco debut, Songs in a minor, que produjo una explosión que parece remitir a aquella de 1985. Keys vendió tres millones de copias en las primeras l2 semanas, un caso excepcional para una debutante, y llegó con holgura al primer puesto de ventas en los Estados Unidos. Es joven, es hermosa. Está fogueada. Acepta que le produzcan el sonido una serie de tiburones de estudios. Logra que Prince le escriba un tema, “How come you don’t call me”. Pero, ay, Alicia se las trae: toca el piano ella misma, para su primer video, Fallin, elige la historia de una chica, que visita a un negro preso, tiene unos gestos inconducentes de rebeldía en la voz. “Piano”, el tema que inicia el disco, es un claro objeto de la tensión entre las aspiraciones de Keys y el sonido a que sus productores la impulsan. El resultado es muy llamativo.
Simultáneamente con la aparición de Songs in a minor, BMG lanzó al mundo un nuevo disco de Houston. El mejor que consiguió extraerle: es un grandes éxitos, llamado Love, Whitney. En Whitney se nota Bobby, un montón.