Mié 21.05.2003

DISCOS  › UN DISCO CON LAS CANCIONES MISTICAS DE BOB DYLAN

Es una experiencia religiosa

Un CD reúne, interpretados por grandes de la música religiosa estadounidense, los temas de sus raros años de conversión al evangelismo.

Por Diego Manrique

Gotta serve somebody: the gospel songs of Bob Dylan es un disco raro. En él, la plana mayor de la música religiosa negra se reunió para interpretar canciones procedentes de los dos discos publicados por Dylan durante su etapa como cristiano fundamentalista, Saved y Slow train coming. Al final de Gotta serve somebody, el propio Dylan interpreta “Gotta change my way of thinking” a dúo con su amiga, la excepcional cantante de gospel Mavis Staples.
Por temperamento, Bob Dylan (Duluth, 1941) es el tipo de artista que pone a prueba constantemente a sus seguidores. Pero ninguno de sus anteriores bandazos –la electrificación de su banda en 1965, el giro hacia el “country” de 1969– resultó tan chocante como la inmersión en el cristianismo. A finales de 1978, tras una gira agotadora, Dylan tuvo una visión de Jesucristo como Rey de Reyes en un hotel de Tucson (Arizona), una experiencia que luego reconoció como un momento de renacimiento espiritual. Un curso intensivo de tres meses en la Escuela de Disciplina de una organización religiosa californiana, The Vineyard Fellowship, consolidó sus creencias y lo transformó en un verdadero evangelista.
El difunto gran planeta Tierra, el libro de Hal Linsey, miembro de la misma iglesia, reafirmó una concepción apocalíptica: literalmente, Dylan pensaba que el mundo estaba en los umbrales de la Batalla de Armagedón, un conflicto global que comenzaría por Medio Oriente. Más específicamente: “Rusia atacará en Medio Oriente y China se presentará allí con un ejército de dos millones de soldados”. Con el ardor del converso (había sido educado en el judaísmo), Dylan se lanzó a componer, grabar e interpretar canciones que reflejaban la urgencia del momento. A pesar de su excelente banda, los conciertos religiosos cayeron en oídos sordos. Era duro asimilar que alguien tan individualista se transformara en correa de transmisión del pensamiento milenarista. Los sermones de Dylan entre tema y tema provocaban respuestas a gritos del público, como testimonia un libro, editado por el pintor Francesco Clemente, que muestra a un artista empecinado, inamovible en sus creencias.
Sin embargo, a partir de 1980, Dylan volvió a componer material profano y, para gozo de sus discípulos, su repertorio de directo recuperó “Like a rolling stone” o “Blowin in the wind”. Sus dos discos dogmáticos, Slow train coming (1979) y Saved (1980), quedaron arrinconados como una aberración momentánea. Sin embargo, dentro del contexto “gospel”, había allí poderosas canciones. Con la bendición de Dylan, su discográfica llamó a intérpretes de música religiosa estadounidense de primera fila y al gran Aaron Neville (el vocalista de Nueva Orleans recrea con regularidad clásicas de Dylan). Se trata de dar una segunda vida a canciones por las que su autor siente enorme aprecio: en 1997, cuando el presidente Bill Clinton le entregó en Washington el premio de Kennedy Center, Dylan insistió en la presencia de Shirley Caesar, la actual reina del “gospel”, para que recreara “Gotta serve somebody”.
La selección de figuras busca enfatizar la variedad del “gospel” y la flexibilidad del repertorio dylaniano: desde la exuberancia de The Mighty Clouds of Joy, en el estilo “shout”, hasta el toque rural de los Fairfield Four (presentes en la película Oh brother, de los Coen); desde el apoteósico Chicago Mass Choir a la desnudez de Rance Allen, confesándose con el único acompañamiento de un órgano. Si los invitados se toman ese cancionero muy en serio, la actitud de Dylan parece haberse relajado. Gotta serve somebody: the gospel songs of Bob Dylan se cierra con una vibrante versión de “Gonna change my way of thinking”, reescrita para la ocasión. Se oye a Dylan ensayando con su banda, se supone que entra en la habitación la ilustre Mavis Staples de visita, los dos intercambian bromas y arrancan con una interpretación apabullante. Lo que este momento deja claro es que el sentido del humor de Dylan parece seguir vivo. En estos días, ha vuelto a noquear a los dylanólogos al ceder una canción suya particularmente dolorosa (“Love sick”, del disco Time out of mind) para ilustrar un anuncio de la marca de lencería Victoria’s Secret. Escuchar “Love sick” mientras bailan modelos con alas de ángel puede representar para los fans un momento tan extraño como aquella conversión suya de fines de los ‘70 a una religión para cuyo Papa terminaría cantando, para la polémica, en los años noventa.

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