DISCOS
› “MUSICA Y DELIRIO”, LO NUEVO DE EMMANUEL HORVILLEUR
Un dolor que se puede bailar
En su primer experimento en solitario, el ex Illya Kuryaki hace uso de una rara pero atractiva combinación de poder musical y fragilidad emocional, expresada en un puñado de buenas canciones.
› Por Pablo Plotkin
Foto incluida en el librito de Música y delirio: Emmanuel Horvilleur en calzones, con un dije dorado y el corte del pelo del Chipi Barijho, levantando una pesa delante de un cuadro que retrata algún opaco valle argentino. La mirada desafiante y un amago de sonrisa a cámara. “Tengo el lomo como loco”, rapea Emma en “Baila (sobre mi lomo)”, una de esas canciones en que su voz se transforma casi en cada verso: aullidos principescos, arranques ragga, impostación nasal y dicción precisa. Podría parecer un gesto de autosuficiencia, pero la musculatura expuesta y la pose sexy se complementan con una fragilidad emocional de Cenicienta. Sobre ese tipo de ambigüedad –robustez musical y fragilidad sensitiva– opera el encanto del primer disco solista del ex Illya Kuryaki, una obra que congenia los métodos de producción del rhythm & blues (clásico y moderno) y la tradición autoral de cierto rock argentino, y que será presentada oficialmente el sábado 23 en el Ateneo.
No sería del todo justo hablar de madurez. En efecto, el humor de Emmanuel (compositor y productor) no es el mismo que en los noventa. Menos neologismos, menos omnipotencia orgásmica y menos hip hop. Pero el viraje no incluye solemnidad. El solista compone en muchos casos desde el dolor, pero nunca desde el dramatismo, y sus ejercicios de melancolía no terminan en autoindulgencia ni parálisis. Emma escribe sobre historias íntimas sin evitar el contexto, lo que suena en la radio (música y noticias) y el rumor de las bombas que estallan en la distancia. “Mientras me quemas, se acerca una guerra”, canta en “No!”, un funk que contiene gérmenes de los Neptunes (maestros de la nueva música negra) y del romanticismo testimonial de Fito Páez. El trasfondo bélico no se reduce a los planes del Pentágono (nunca explicitados en el disco, por otra parte): “Mi paz” es una balada visceral y detallista en la que Emmanuel se desdobla en cantautor dolido y diva de Motown. “Ahora vienes a matar mi paz/ y yo escapo a toda guerra”, rezonga antes de responder, esquizoide, como una corista de las Supremes: “Y no tengo paz, no queda más...”.
Música y delirio, autopsia festiva de un corazón roto (no necesariamente autobiográfico), combina la victimización del tango y la vitalidad lacrimosa del soul, pero nunca pierde de vista la sensualidad y la compulsión rítmica. Las lágrimas de cubierta de crucero se funden con el sudor de la discoteca, líquidos mezclándose en superficies resbaladizas. Pese a la trama de desamor que se plantea, el disco es decididamente “up”. La primera canción, “Soy tu nena!”, es un juego de seducción y transmutación sexual en forma de rock espejado y goloso. “Efervescente como sirena/ como la nena que viene y que pide más/ Más poesía yo no te puedo dar”, es lo primero que canta Horvilleur, un escritor de canciones que toma palabras arquetípicas del género y las usa de un modo personal. Astronomía, botánica y meteorología son las dimensiones metafóricas esenciales del disco. (“La que se vuelve espacial/ la flor que perfuma fugaz”, describe a una mujer en “La nada”). “Sicodélica cumbia”, cabalgata de bombo digital y voz filtrada, cita a Enrique Iglesias (“una experiencia religiosa”) y recupera cierto estilo lírico Kuryaki (“Tu culo es una estrella fugaz”). Suena más a David Byrne que a Antonio Ríos.
La composición de personajes ficticios, avalados por locutores AM apócrifos, le agrega “delirio” al debut. “Hermano plateado” reporta la muerte de un músico popular y promueve un jingle funk alusivo instantáneo. En “Otra virgen”, la guitarra acústica de Nico Ibarburu trepida sobre la fábula de una heroína de neón que baja del cielo y esparce su “psicodélica emoción” por la ciudad. Personajes y territorios paralelos se exponen a la mirada ahumada del autor, que por momentos se olvida de esos mundos imaginarios y compone escenarios privados de abandono y soledad. “Tengo sólo esta canción y un despertador/ que no quiere más, no quiere sonar”, canta en “Vuelve a mí”, una balada negra obsesiva que confluye enhipnosis, con Emma rogándole a alguien que vuelva “desnuda, vendada, herida, lastimada”. Como sea.