DISCOS
A pesar de la tiranía del compact, el vinilo goza de muy buena salud
En Buenos Aires existen entre 50 y 70 “cuevas” en las que el CD tiene la entrada prohibida. Un recorrido por la avenida Corrientes abre la puerta a un mundo de coleccionistas, audiófilos y renegados.
› Por Cristian Vitale
“Loco, mirá... está el primero de Génesis en versión japonesa.” Un pibe que no debe pasar los 20 años escarba las bateas de una disquería de usados y descubre el tesoro. Cuenta billetes y disputa hasta el último centavo con el disquero. Al final arreglan por 50 pesos. “El bondi me lo pagás vos”, le ordena al amigo que comprende poco su raro fanatismo. Dos cosas llaman la atención: una es la asimetría entre la edad del fanático y el disco que busca. La otra, que se está llevando un vinilo. “Sorprende la cantidad de jóvenes que viene a comprar material en ese formato, que se pensaba acabado. Muchos pibes descubrieron que pueden darles utilidad a bandejas abandonadas por sus padres”, supone Rubén, el dueño del local de Corrientes al 1200, tratando de explicar hábitos y costumbres recicladas.
Se calcula que existen entre 50 y 70 cuevas desparramadas por Buenos Aires dedicadas a los vinilos usados y, en menor medida, nuevos. “Por el conocimiento que tengo —prosigue Rubén, con 20 años en el rubro—, debe haber unos dos millones de LP pasando de mano en mano.” Lo que dice el comerciante contrasta con la tendencia a explicar el progreso de los formatos musicales aplicando “la supervivencia del más apto”, que supone que el CD se comió al disco de vinilo, éste al de pasta y así. “Es cierto que en los ‘90 el CD monopolizó el mercado y acabó con el casete..., pero no pasó lo mismo con el vinilo. Lo compruebo a diario”, apunta el disquero. Fernando Pau, dueño de Abraxas (Santa Fe al 1200) y Transilvania Récords (Santa Fe al 1400), aporta su punto de vista. “Ver CD pirateados en cualquier esquina, con la tapa escaneada, hace que uno los mire con menos cariño. Si a eso le sumamos que la industria está todo el tiempo sacando al mercado ediciones de CD con agregados de dudoso valor, y que en cada una de esas nuevas ediciones el metamensaje es ‘el que tenías antes no sirve más’, hace que la gente se canse y en algunos casos vuelva a un soporte intransferible, con personalidad y presencia, como el vinilo”.
Más allá de las clásicas, aquellas que pudieron resistir cuando se impuso el CD (El Coleccionista de Esmeralda al 500, Oíd Mortales de Corrientes al 1100, Brujas de Rodríguez Peña al 400, Jazz 46 de Esmeralda al 400, o “la sin techo” de Parque Centenario), muchas disquerías vinileras proliferaron en los últimos 5 años. Página/12 comprobó “el éxito” de este particular mercado retro en una recorrida por Corrientes entre Callao y 9 de Julio, donde se ubica el grueso. Allí hay un promedio mínimo de 10 o 15 personas por local, husmeando bateas. El fenómeno se explica de varias maneras: una es que ciertas multinacionales se lanzaron a editar tiradas reducidas de discos de vinilo para cubrir una demanda reducida pero exigente. “La industria de los países centrales –refiere Pau– descubrió que existe un nicho de coleccionistas, y en esos países se prensan cantidades limitadas.” Otra explicación es que existen compañías que licencian productos de las multinacionales para explotarlos con un marketing hecho a medida o “emprendimientos pequeños, hasta personales, que editan sin permiso, aunque con toda la onda, títulos que de otra manera hubieran quedado en el olvido”, informa el dueño de Transilvania.
Andrés Kasi, que regentea Bonus Track –disquería que cuenta con unos 15 mil títulos– reconoce que comprar vinilos se puso de moda. “Películas como Alta fidelidad convirtieron al vinilo en algo simpático, que las nuevas generaciones valoran y disfrutan. Sin embargo, muchos clientes son amantes de la música y buscan rarezas difíciles de encontrar en CD. También existen los audiófilos que aseguran que el sonido del vinilo es superior al digital, lo que es cierto solo en un equipo de nivel.” Para los fanáticos del formato, el arte de tapa tiene importancia capital. “La nostalgia, la fijación por el pasado juega el papel más importante”, define Kasi, que tiene el local en Corrientes al 1200. La causa menos “afectiva” de la vinilomanía tal vez tenga que ver con el apogeo de la música electrónica. Aún no se ha inventado un formato capaz de reemplazaral soporte vinílico para el lucimiento de los DJ. Son los ya impuestos maxis para discotecas, material indispensable para agitar pistas.
Los amantes del vinilo buscan variedad: lo más caro son las rarezas o los discos descatalogados del rock criollo de los ‘70 –el de La Barra de Chocolate, banda de Pajarito Zaguri, cuesta 300 pesos–, y también discos de bandas punk-dark de los ‘80. “Lo más caro varía según las épocas. Hoy cotizan bien algunos títulos de rock nacional, que en casos especiales alcanzan las 3 cifras en dólares”, apunta Kasi. En España, donde los discos de rock argentino se venden como agua, La Biblia de Vox Dei y Beat Nº 1 de Los Gatos cuestan 120 pesos. Las ofertas (4 discos por 10 pesos, o 10 por 20) se definen de dos maneras: “Cuando el disco pasa un mes sin que nadie lo compre”, informa Rubén. O cuando un disco fue sobrevalorado, se editaron muchas copias y después dejó de importar: cualquier experto se cansa de pasar discos de Raúl Porchetto, Heart o Duran Duran por un peso. “Todo lo que sea rock, desde Elvis en adelante, es lo que más se busca”, agrega Pau. “Y a veces no interesa si está en CD, porque el coleccionista busca a sus artistas predilectos en todo formato. El precio lo define la rareza del disco y su estado. Se presta la misma atención al interior que a la tapa.”
Los canales mediante los cuales se acopia material son otro matiz interesante. Desde avisos en los diarios, revistas o sitios web hasta la compra de material a coleccionistas desilusionados o con problemas económicos, pasando por viajes a países limítrofes, ferias o remates, se configura un stock en el que la calidad supera a la mera acumulación. “Por simple aglomeración de títulos se consigue material para llenar un galpón”, afirma Kasi. “Pero preferimos hacer la más difícil, conseguir cosas buenas. Tenemos secretos que no pensamos revelar.” Los vinilos de calidad son los importados, ingleses y estadounidenses. Pero los japoneses, como el de Génesis de 50 pesos, son verdaderas joyas. “En materia de sonido, son insuperables”, remata.
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