DISCOS
› SE EDITO EL NUEVO DISCO DE CASSANDRA WILSON
Jazz desde el sur profundo
La gran cantante redobla la apuesta de su anterior CD, yendo a los orígenes rurales de un género que creció en las ciudades.
› Por Diego Fischerman
Entre cantantes de hotel de lujo, señoritas cuyo atributo mayor son los mohínes (o las piernas) y emuladoras a repetición de Ella Fitgerald, Billie Holiday o Sarah Vaughan, el panorama femenino del jazz vocal, aparentemente, no ha ofrecido demasiado en los últimos años. Pero, en este caso, aparentemente es la palabra más importante. Porque si bien es cierto que las empresas discográficas y sus esbirros periodísticos se empeñan en dorar los productos más mediocres y en disfrazar de cantantes de jazz a intérpretes pop sin mayores virtudes, entre las grandes glorias aún en actividad (Shirley Horn y Abbey Lincoln a la cabeza) y algunas de las nuevas, las cosas son bastante mejores que esa sopa de sacarina que festeja el mercado. Y si no, ahí está el último disco de Cassandra Wilson para demostrarlo.
Después de su viaje (interior y exterior) al sur profundo del álbum anterior (Belly of the Sun), en Glamoured se mantiene en ese mundo estético y, de alguna manera, lo profundiza. Más allá de la declaración en el folleto interno, donde la cantante habla de la raíz etimológica de la palabra “glamour” y la emparienta con “encantamiento”, el título y alguna foto son, obviamente, concesiones a ese doble papel que las cantantes de jazz –y no sólo ellas– muchas veces han cumplido, a mitad de camino entre el objeto de arte y el erotismo soft. No se sabe por qué una cantante debe ser sensual, pero así están las cosas y Cassandra Wilson se las arregla para hacer bastante más que eso, empezando por construir un mundo estético en cada canción. El repertorio es, como desde que recaló en el sello Blue Note, ecléctico e incluye alguna pieza del universo de afuera del jazz reciclada de manera sumamente creativa, como Fragile, de Sting, y Lay Lady Lay, de Bob Dylan. También hay revalorizaciones de zonas poco prestigiosas de la canción, como Crazy, de Wilie Nelson, o paseos por las tradiciones de otras músicas negras (Honey Bee, de Muddy Waters). Un homenaje a Abbey Licoln –su Throw it Away– y varios temas de la propia Wilson completan el material con el que se construye el disco.
Glamoured continúa la línea tímbrica ya característica de Cassandra Wilson, donde las guitarras acústicas priman sobre el piano. El hecho de que el único instrumento de viento sea una armónica (tocada por Gregoire Maret en Height of Time y I Want More, ambas compuestas por Wilson) da una pista, por otra parte, del color general, más cercano al folk (o al blues primitivo) que al jazz. La propia cantante toca guitarra acústica en algún tema, junto a Fabrizio Sotti y Brandon Ross (que también incorpora banjo en Broken Drum), el contrabajista en la mayoría de los temas es Reginald Veal (un viejo compañero de ruta de Wynton Marsalis), alternando con Calvin Jones, Jeffrey Haynes toca percusión en dos temas, la notable baterista Teri Lynne Carrington participa en cuatro y Herlin Riley (otro nombre asociado a Marsalis) es el baterista de dos canciones y, en Honey Bee, toca tabla de lavar. Que el disco haya sido grabado en Jackson y que la instrumentación nunca exceda lo que podría considerarse un mundo sonoro privado (voz, guitarra, armónica, banjo) resulta, eventualmente, tan significativo como la indudable raigambre sureña de los músicos. Cassandra Wilson parece buscar la esencia del jazz en aquello que está incluso antes del jazz. De alguna manera, retrotrae al ámbito rural una música que, durante el siglo XX, creció en las grandes ciudades.
Las particularidades de Wilson, aquello que la separa de las entretenedoras de hotel, tiene que ver, en principio, con ese estilo y con esa búsqueda. Con esa manera de norteamericanizar el jazz haciéndolo parte de un paisaje cultural que incluye a Joni Mitchell, a Dylan, a los cantos de trabajo, al blues carcelario recopilado a mediados del siglo pasado por Alain Lommax y a los timbres que el jazz fue dejando de lado. Pero está, también, su voz. Los graves profundos, el color aterciopelado, la densidad de interpretaciones que juegan con los acentos y que se deslizan por el ritmo, la ubican en una genealogía demarcada por las figuras de BettyCarter y Nina Simone. De la primera, Wilson toma esa concepción según la cual la línea del canto no está separada del acompañamiento y la cantante es una integrante más de la banda a cargo de otro instrumento: la voz. De la segunda esa forma de entender la interpretación por la cual la voz, más que tomar las notas de una melodía, las invade y prolifera dentro de ellas hasta hacerlas propias.