DISCOS
Thelonious Monk en vivo y en uno de los puntos altos de su carrera
En 1964, el gran pianista y compositor tocó con su cuarteto en el Club “It” de San Francisco. Se editó la versión completa.
› Por Diego Fischerman
Thelonious Monk, como Charlie Parker o Billie Holliday, carga con su leyenda. Hay una historia trágica detrás y eso, al mismo tiempo que lo convertía en personaje literario, desdibujaba la importancia de su música. Hace aproximadamente un mes –el 17 de febrero– se cumplieron veinte años de su muerte. El hecho de que en los últimos años de su vida apenas pronunciara monosílabos, de que viviera en lo de una especialista en refugiar desquiciados –la misma condesa Pannonica Koenigsberg que había albergado a Parker– y sus muecas diarias en una esquina de Nueva York (hoy llamada Thelonious Sphere Monk Circle) eclipsan la formidable originalidad de su manera de componer y de tocar. Como en tantos otros casos, para escuchar a Monk (para volver a escucharlo como si fuera la primera vez) hay que salvarlo del mito que él mismo ayudó a crear.
Su estilo pianístico, ya se sabe, oscila entre la modernidad de la armonía, las disonancias y el uso casi percusivo de los acordes y la antigüedad de ciertos fraseos, de ese estilo stride que había sido característico en Fats Waller. Pero esa oscilación, más que en equilibrio precario, permanece en el nivel del máximo desequilibrio tolerable. La música de Thelonious Sphere Monk es una música de tensiones y asimetrías. De angularidades. De golpes más que de caricias. Ya una balada (y una de las baladas más hermosas de la historia del jazz, por añadidura) “Round Midnight”, muestra con precisión hasta que punto la contradicción es constitutiva del estilo. Este tema fue compuesto por Monk casi en sus comienzos –según él entre 1939 y 1940–, fue grabado por primera vez por la orquesta del trompetista Cootie Williams (que se atribuyó la coautoría- y fue popularizada varios años después por versiones inmortales como las del propio Monk (dos de ellas, extraordinarias, con Gerry Mulligan en un caso y con Sonny Rollins en el otro), las de Miles Davis, la de Rollins con Herbie Hancock o, más cerca, la de Paul Motian o la de Lee Konitz con Brad Mehldau y Charlie Haden. Allí, la apariencia de cierta placidez (ese aire modal que empieza en la exactitud entre las notas iniciales y el comienzo de Preludio a la Siesta de un Fauno de Debussy) está quebrado una y otra vez por irregularidades rítmicas y acentos extemporáneos.
Monk grabó muchísimo y, curiosamente, casi siempre lo mismo. Todos su discos son, en alguna medida, muy parecidos y, sin embargo, es casi imposible descartar alguno a la hora de elegir. Brilliant Corners y sus grabaciones con John Coltrane están, por cierto, entre lo imprescindible. Pero tal vez lo más representativo de su carrera esté en los registros del cuarteto que lo unió con su compañero de ruta más prolongado, el saxofonista Charlie Rouse. Con él tocó durante todos sus álbumes para el sello Columbia y la historia del grupo incluyó el cambio, en 1964, de contrabajista y baterista. Butch Warren y Frankie Dunlop reemplazaron a Larry Gales y Ben Riley. El 31 de octubre y el 1 de noviembre de 1964, Monk tocó junto a los dos últimos (y Rouse en el saxo, claro) en el Club “It” de San Francisco. Las noches fueron memorables pero, debido a algunos problemas técnicos, la edición, en un álbum doble, llegó recién en 1982. Sin embargo, ésta incluía apenas una parte de esos conciertos en donde Monk y Rouse parecen comunicados telepáticamente. El nivel de interacción, de elaboración conjunta de materiales; la manera en que cada uno toma del otro motivos, células rítmicas, giros, a veces hasta el gesto o la intención de una frase, es asombroso. La nueva edición en dos CD, de 1996, además de presentar una remasterización sumamente cuidadosa (ninguna de las grabaciones en vivo de Monk suena tan bien) ofrece por primera vez el material completo de esas presentaciones con la única excepción de “Sweet and Lovely”, cuyo registro original tenía fallas insalvables. El repertorio de esas dos noches incluye la repetición del tema con el que el pianista cerraba prácticamente todos sus conciertos: “Epistrophy”. La comparación entre las dos versiones es, por supuesto, uno de los placeres que reserva esta edición del sello Sony. La belleza e intensidad de “BlueMonk”, “Misterioso”, “‘Round Midnight”, “Evidence” y de algunos temas ajenos como “All The Things You Are” o “I’m Getting Sentimental Over You”, completan un cuadro perfecto para entender un estilo edificado sobre imperfecciones. En Monk no hay nada que lime las asperezas; nada que apunte a la fluidez o la facilidad. Y en estas grabaciones en vivo, esa suerte de astringencia militante puede valorarse en toda su intensidad.