DISCOS
Canciones de buena madera, en la voz de un cantante llamado Andrés
El nuevo disco de Calamaro apela a nueve canciones ajenas y tres propias para dibujar un mapa exquisito, con modos del flamenco.
› Por Eduardo Fabregat
Los que prefieren organizar la historia de la música de acuerdo con pautas rígidas lo presentarán así: El cantante es el regreso de Andrés Calamaro a los modos “usuales”, grabado y producido en un estudio más o menos hi tech, y también sometiéndose al proceso conocido de anuncio de prensa-lanzamiento oficial-venta masiva en cadenas de disquerías y afines. Un esquema del que Calamaro había hecho uso por última vez en 1999 con Honestidad brutal, antes de lanzarse a la aventura low fi del registro inmediato, la edición del quíntuple El salmón y el uso de Internet como herramienta propia de difusión. Todo eso es al cabo cierto, pero no define por sí al nuevo disco del solista argentino, doce canciones en plan delicado, ejecutadas con instrumentos nobles como la guitarra acústica, el piano, el cajón, el violín. Tal como advierte el arte general del disco, todo en El cantante tiene el encanto de la buena madera.
El título anticipa y acompaña el contenido: Calamaro apeló a nueve canciones ajenas y tres propias, lo que define las cosas como un proyecto de intérprete. Y Andrés, esto se sabía de antes, interpreta bien. Por eso se vuelve inútil el posible debate sobre la elección de las canciones, porque al cabo es la comodidad y disfrute del intérprete al cantarlas lo que inclina la balanza. Por eso no extraña que el artista, un profundo conocedor de la música de varios palos de este país, a la hora del tango haya elegido clásicos bien clásicos como Malena, Sus ojos se cerraron o Volver. Podría haber rastrillado en el repertorio hasta encontrar una buena perla negra, pero para Calamaro, un tipo habituado a coquetear, lidiar y convivir con la popularidad desde hace tiempo, también hay desafío en revisitar terrenos muy populares. Y, al cabo, ambas versiones tienen encanto: la imprescindible melancolía de Volver, por ejemplo, encuentra una nueva luminosidad en las percusiones de Piraña, el acordeón de Javier Colina y las guitarras del Niño Josele –exquisito flamenquero de Almería– y el mismo Calamaro. Nada de tango for export para el abuelo de la nada.
Y así, paladeando las palabras, el cantante hace lo suyo. Y se permite darle a El arriero otra visión desde el rock, bien diferente de la inolvidable electrificación, Yupanqui plus Hendrix, realizada por Divididos. Andrés cruza a Atahualpa con el flamenco, una pieza deliciosa que sirve para condensar con precisión todo el buen gusto que derrocha el productor Javier Limón en su visión de las canciones. Pero, además, el disco se interna en zonas con menos “consenso” que Yupanqui: ahí está nada menos que Voy a perder la cabeza por tu amor, canción escrita por Alejandro/Magdalena en 1979 para Julio Iglesias. Y ahí está también La distancia, de los hermanos Roberto y Erasmo Carlos, que sonó más de una vez en Mau Mau y otros boliches yés de aquellos ‘70. Pero en todos resuena el disfrute, disfrute palpable como en ese cierre de El cantante, declaración de principios con todo el sabor que puede tener una página de Rubén Blades.
Claro que el disco incluye también material de Calamaro, y allí descansa uno de los mejores momentos. Estadio Azteca ya había sido revelada en la web, pero aquí se presenta en una versión bella y emotiva, que llama al coro y recuerda que el cantante es además compositor de peso, y su filo no se deterioró ni un poquito –como podría dictaminar ese mismo análisis del comienzo– en la ya citada etapa low fi. La libertad pone a Andrés en colaboración con un compañero de larga data, Gringui Herrera, y quizá por eso allí resuena esa marca Calamaro que hace que sus canciones sean siempre de la misma familia, pero nunca aparezcan clonaciones. Finalmente, y bien infectada de flamenco, Las oportunidades dispara que “Hay que caminar antes de empezar a correr”, y que “la culpa es un invento muy poco generoso, y el tiempo tremendo invento sabandija”. En estas canciones sin tiempo, decididamente generosas, Andrés Calamaro pone con naturalidad otro eslabón en su historial de artista que ama y respeta la música, y por ello no puede menos que honrarla de un modo u otro en todo lo que intenta. El cantante, entonces, tiene canciones de buena madera. Y una voz que les hace justicia: como bien dice el texto de Yupanqui incluido en el disco, tal vez alguno se acuerde de que aquí cantó un argentino.