DISCOS
“Jobim Sinfónico”, mucho más que unas canciones infladas con tuba
En 2002, la Sinfónica de San Pablo realizó una relectura del notable músico brasileño que va más allá del maquillaje de arreglos.
› Por Diego Fischerman
El 9 y el 11 de diciembre de 2002, miembros de la Orquesta Sinfónica del Estado de San Pablo, junto con un grupo integrado por Paulo Jobim y Mario Adner en voces y guitarras, Marcos Nimrichter en piano, Duduka Da Fonseca en batería y percusión y Zeca Assumpçâo en contrabajo, más algún invitado como Milton Nascimento, tocaron en la Sala Sao Paulo. El proyecto, conducido por Paulo Jobim, se había originado en una investigación realizada por el Instituto Antonio Carlos Jobim y destinada a recopilar las partituras y arreglos orquestales originales de Tom Jobim y las que para sus discos habían realizado Claus Ogerman, Nelson Riddle y Eumir Deodato. El concierto fue registrado en un álbum de dos CD’s, recién editado localmente por Random, llamado Jobim Sinfónico. Y la historia resulta pertinente para ahuyentar cualquier sospecha de sinfonismo falsojerarquizante, a la manera de los engendros pergeñados por el mercado con músicas como las de Pink Floyd o Jethro Tull, entre otras parejamente perjudicadas por el revestimiento orquestal.
No se trata, en el caso de esta excelente edición, de canciones infladas con tubas y trombones. No más, por lo menos, de los que el propio Jobim o sus orquestadores oficiales utilizaban. Sólo, en algunos de los casos, la escritura original, prevista para orquestas pequeñas, fue adaptada por su hijo Paulo para una formación sinfónica, con el suficiente criterio como para no alterar el carácter. El material incluido, por otra parte, además de la previsible Garota de Ipanema arreglada por Deodato en 1970 –que cierra el álbum– bucea, sobre todo, en la producción de Jobim más cercana al mundo de la música clásica. La distinción es, por supuesto, frágil, ya que Jobim buscaba, en sus canciones populares, incorporar recursos compositivos de la tradición clásica occidental y, en sus obras sinfónicas o de cámara, mantenerse fiel a motivos y materiales reconocibles de la tradición popular. Aun así, existen algunas obras desconocidas –o casi–, como su Preludio para piano, escrito en 1956, o aquel vals compuesto a los 18 años, a la manera de los de Chopin –Jobim llamaba a estos ejercicios “preludios gasta-papel”–, que mucho después y con letra de Chico Buarque se convirtió en Imagina.
Y hay, obviamente, piezas más ambiciosas, tanto en extensión como en procedimientos formales, como Brasilia, Sinfonia de Alvorada, Orfeo de Conceiiçâo y dos obras que ya estaban en la exacta frontera entre la herencia del compositor Heitor Villa-Lobos y la propia de la bossa nova. Matita Peré –algo así como una canción ampliada, con notables audacias, en ese contexto, desde el punto de vista melódico y armónico– y A Casa Assassinada –una suite en cuatro movimientos–, ambas incluidas originalmente en el disco Matita Peré, de 1973, marcan, en todo caso, el grado de marginalidad y, particularmente, de interés musical, de la obra de Jobim. El antiguo alumno del compositor y musicólogo Hans Joachim Koellreuter, introductor del dodecafonismo en Brasil y líder del movimiento Música Viva, y de la pianista Lucía Branco –profesora también del genial concertista Nelson Freire– navegaba allí, literalmente, a dos aguas. Matita Peré, un homenaje a Guimarâes Rosa, Carlos Drummond de Andrade y Mario Palmerio, tres de los escritores más importantes de Brasil, aparece aquí cantada por Milton Nascimento. La versión es extraordinaria, sobre todo porque a esa suerte de cualidad genérica anfibia que la canción ya tenía de origen, se le agrega la memoria posterior, la de continuaciones estéticas como, precisamente, las del propio Milton, que recorrió ese camino a fines de los setenta.
El compositor y cantante de Minas Gerais se reencuentra aquí con su mejor perfil, el de discos exquisitos como Minas o Clube da esquina y el de los experimentos con la forma y el modelo de la canción popular. Matita Peré, cantada por él, parece una canción de Milton y eso no está mal. Muestra, eventualmente, hasta qué punto el camino de Jobim se continúa imperceptiblemente en otros caminos. O, mejor, hasta dónde la línea madre plasmada por Villa-Lobos y recorrida por él es la columna que articula una de las músicas artísticas de tradición popular más ricas, desafiantes, originales y seductoras de todo el siglo XX. Una música en la que la popularidad en el doble sentido de su raigambre y, también, del reconocimiento popular jamás estuvo reñida con la modernidad y hasta la vanguardia.