Vie 24.12.2004

DISCOS  › EL DOMINGO, CON PAGINA/12, UN IMPERDIBLE DE VILLEGAS

El nuevo Mono tributo

Grabado en vivo en 1964, con Jorge López Ruiz y Eduardo Casalla, Al gran pueblo argentino, ¡pianos! constituye una pieza única que recupera una personalidad mayor del jazz.

Corría julio de 1964: en el Teatro Astral estaba Enrique “Mono” Villegas sentado frente al piano, encorvado, con los brazos despegándose de sus costados y el pelo revuelto dándole el preciado honor a su sobrenombre: el tremendo Mono Villegas llevó ese mote no sólo por su manera desprolija y poderosa de tocar. El nuevo disco que edita Página/12 este domingo, Al gran pueblo argentino: ¡pianos!, tiene, además de su calidad musical, características históricas. Se trata de la grabación en vivo del recital que el trío de Villegas dio en el Astral el 6 de julio de 1964 con Jorge López Ruiz y Eduardo Casalla. Los temas de siempre (But not for me de George Gershwin, The preacher de Horace Silver, Blue waltz de Boby Timmons, Profundamente enamorado, Indostan de Wallace Weeks), entre otros, se alternan con las presentaciones del Mono, con humor, cinismo, su crítica tan despiadada como precisa y el poder de observación que lo caracterizó.
En el librito que acompaña al CD, titulado El verdadero Mono tributo, el crítico Diego Fischerman cuenta que “la de Villegas es una historia hecha de retazos, de recuerdos incompletos y de mitologías. Villegas fue un notable pianista de jazz, por supuesto, pero también fue, incluso mientras vivía, una leyenda”. Villegas solía contar que muchos, al verlo, decían “ese pianista es un fenómeno” y no lo habían escuchado nunca. El personaje Villegas era tan o más poderoso que el músico. Se sabía que existía y era uno de los mejores, así como Borges era el mejor escritor argentino. El personaje se la pasaba todo el tiempo en el cine, mientras que el músico siguió sonando aún después de muerto. Ahora, con la edición que saldrá a la venta este domingo, existe la posibilidad de recuperarlo.
El músico Villegas encontró en el trío como formato, la célula básica de la expresión en el jazz. Allí descansaba, para él, la esencia del swing, el desarrollo rítmico y la sutileza armónica. Más allá de sus históricos discos para el sello Trova (hay uno inolvidable junto a Paul Gonsalves) lo que lo distinguía era su presencia en vivo. Era un infatigable “charlista”, difícil de encasillar, que incursionó también en el tango, la música clásica y el folklore. Falleció hace 18 años y, en ese entonces, un amigo del Mono, el contrabajista Ferio, le mandó un telegrama desde Mar del Plata: “Que descanses en jazz”. “No se murió, se cansó de ser libre”, escribió por esa época un entrañable del pianista llamado Hermenegildo Sábat. Su velorio estuvo lleno de intelectuales, músicos, gente del barrio, pero había también colectiveros y tacheros que se habían hecho feligreses de su armonía y su carisma.
El Mono Villegas decía haber nacido porque no lo consultaron antes, en una casa en Charcas y Libertad en 1913. Su papá fue dentista, escribano, abogado y después largó todo para dedicarse a criar gallos de riña. Su madre murió joven, de un ataque cerebral, cuando hablaba por teléfono. Enriquito tenía seis meses. Como lo criaron unas tías, decía haber hecho “todo lo que se me dio la gana, toda mi vida”. El Mono creía que su vida había terminado a los 7 años. Desde entonces, sólo se había dedicado a tocar el piano y a leer. A esa edad, ya tocaba Mozart correctamente.
Era “un tipo inteligente, músico de raza y de nacionalidad pianista”, decía de sí mismo. Llegó hasta el cuarto año del Colegio Nacional Mariano Acosta donde se hacía la rata para ir a estudiar piano. Su primer trabajo fue en el Alvear Palace y en radio El Mundo, alrededor de 1935, donde ganaba muy bien. En el hotel también comía. Se tuvo que ir de la emisora cuando afirmó que la muerte de Ravel era mucho más importante que la del Papa y se armó un escándalo. “Soy un loco y vicioso”, repetía a los periodistas. “Porque me gusta vivir con el piano donde sea. Y porque me desvivo por tocar en cualquier momento.”
Viajó a Nueva York por primera vez en 1955, empujado por un amigo que creía que el músico conquistaría a los norteamericanos y él se alzaría con unos dólares. Pero después de grabar con el contrabajista Milton Hilton, y el baterista Cozy Cole, la Columbia quiso obligarlo a hacer boleros de Ernesto Lecouna y él se opuso. Se dedicó a mirar películas, a tocar enpequeños bolichitos y a frecuentar a Cole Porter, Count Basie, Nat Cole y Coleman Hawkins, genios del jazz.
Había escuchado a Duke Ellington en Cleveland en 1957 por primera vez. “Gracias a él, empecé en el jazz”, decía. Y aseguraba sentirse identificado porque “jamás repetimos la música aunque toquemos los mismos temas. Estamos convencidos de que el jazz, como la conversación, debe ser espontáneo”. Esa era, para el Mono, la causa de su fracaso en los ocho años en que vivió en Estados Unidos.

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