DISCOS
› “MAISON DE BLUES”
La vigencia de un sentimiento
La colección incluye nueve CD, en los que brillan leyendas del género.
› Por Fernando D´addario
A principios de la década pasada, una contagiosa indigestión blusera saturó las calles de Buenos Aires, ciudad genéticamente predispuesta a dejarse seducir por esa cadencia que descarga tanta aspereza como melancolía. Un terapéutico período de gracia, que confinó al blues a su histórico lugar de culto, permite hoy apreciar con mayor interés un nuevo desembarco masivo del género. No se trata de la apertura de decenas de pubs al estilo Samovar de Rasputín, ni de publicidades que redescubren súbitamente la sensualidad del blues, ni de productores que vuelven a hurgar en los pantanos del Mississippi a la caza de algún blusero nonagenario; en este caso, el desembarco sólo incluye la más exquisita materia prima, distribuida en un container generoso: la colección Maison de Blues, compuesta por nueve discos publicados en su momento por Verve/Polygram Jazz y ahora reeditados aquí por Universal. Los nombres que aparecen garantizan simultáneamente el respeto a la fe blusera y un abanico estilístico: Memphis Slim, Clifton Chenier, Clarence Gatemouth Brown y Roosvelt Sykes, entre otros.
Esta nueva irrupción, menos estruendosa, parece estar inscripta en otro target. No es que el blues haya cambiado. Sigue siendo, de alguna manera, guía espiritual de la música popular de los Estados Unidos, y su carácter fundacional lo inmuniza frente a los vaivenes del mercado. Pero para volver a posicionarse en otras plazas –la Argentina, entre ellas– debió aggiornarse en términos de packaging: obligados a satisfacer las exigencias de un público cada vez más estimulado y diversificado en sus gustos, los sellos comenzaron a pensar en colecciones temáticas, regidas por un tratamiento estético distintivo. Un poco a la manera de Putumayo Records, marca experta en globalizar las particularidades culturales, Maison de Blues ofrece un catálogo de próceres que responden a distintas épocas y escuelas bluseras, que confluyen aquí con amable naturalidad. Amparados en un cuidadísimo diseño de tapa –aunque con un déficit notorio en cuanto a información en el booklet–, desfilan las leyendas del género: ahí viene Clifton Chenier, héroe de Louisiana y divulgador privilegiado del zydeco, un estilo que acredita fuerte influencia francesa, con el acordeón bien al frente; casi en las antípodas, Furry Lewis, con su country blues a cuestas, su despojamiento esencial y un CD soberbio: Fourth and Beale; más acá Roosvelt Sykes, una gloria de Saint Louis que –injustamente– no suele ser incluido en el panteón de la música negra. Notable pianista (siguiendo la tradición de su ciudad), vale la pena escucharlo en The Honeydripper’s Duke’s Mixture. Professor Longhair, una suerte de crooner negro, también pianista, se presenta a través de uno de los mejores discos de su carrera, Rock’n’roll Gumbo, con un invitado de lujo: Clarence “Gatemouth” Brown, en guitarra y violín. El mismo Gatemouth se luce mejor en su propio disco, Gate’s on The Heat, que arranca con el clásico tema homónimo, instrumental, grabado junto con los Canned Heat.
Si de leyendas se trata, el primero en anotarse es Memphis Slim, que Maison de Blues presenta en tres discos distintos: con Canned Heat en Memphis Heat, con Roosvelt Sykes en Double-Barreled Boogie (inolvidables duelos pianísticos) y con el guitarrista Buddy Guy (el más conocido por el público argentino) y el armoniquista Junior Wells en Southside Reunion. McHouston Baker, en tanto, un estudioso de la música del delta del Mississippi (algo así como La Meca del blues, el lugar adonde hoy todos quieren llegar en busca de legitimación, y también –paradójicamente– el lugar de donde casi todos huyeron en su momento, en busca de progreso material), versiona a clásicos como Robert Johnson y Son House.
Dulzura, melancolía, aspereza, country blues, blues eléctrico, blues del Delta o de Louisiana. La diversidad desmiente el presunto carácter limitado de esta música, error sustentado en una revisión superficial de sus herramientas formales: los famosos tres tonos. Tres simples tonos que ayudaron a dinamizar la música popular del siglo XX.
Ultima advertencia: hoy –junio de 2005– se recomienda consumir con moderación este banquete de blues. Escuchar de corrido los nueve discos no es la herramienta más eficaz para conjurar estas jornadas grises y neblinosas.