DISCOS
“Cardinal”: una notable apuesta de un artista en estado de ebullición
Antonio Birabent da una nueva vuelta de tuerca a su carrera musical. Otra vez en una multinacional, acaba de editar un disco relajado e íntimo, en que descuellan invitados como León Gieco y Gustavo Cerati.
› Por Esteban Pintos
Antonio Birabent representa un caso particular dentro del subgénero “los hijos de...”. Piénsese en los ejemplos del rock argentino al respecto. Dante Spinetta creció en público con Illya Kuryaki, de querubín rapper a sólido compositor de canciones, con una raíz negra única, capaz de hacer confluir el corazón lírico spinetteano con la locura creativa de Prince y, más allá, el clasicismo perenne de Stevie Wonder. Es una estrella, o va camino de serlo, a punto de editar su primer disco solista, mitad en inglés y mitad en castellano. Miguel García siempre esquivó la exposición pública, eligió recostarse en proyectos musicales realmente alternativos y no parece muy interesado en una “carrera”. Hoy está más dedicado a llevar adelante la sinuosa carrera de su progenitor, ordenar las cuentas y servir de tester privilegiado de nuevas canciones e intenciones, dos pisos más arriba de la casa paterna. Luciano Napolitano, hipotético tercer caso testigo, parece encaminado a seguir los pasos del hombre-leyenda que lo concibió. Tiene una banda de rock sucio y desprolijo, bautizada en consecuencia: Lovorne, se llama, en explícita referencia automovilística, un sello de familia. Toca por aquí y allá, pero pocos se enteran. Parece destinado a heredar el taller mecánico y la colección de guitarras, algún día. Poco más le debe interesar, además de las chicas.
Birabent, que es el hijo de uno de los hombres claves en la constitución del rock argentino (Moris, por si hace falta mencionarlo), llevó adelante varias vidas a la vez desde que llegó del exilio familiar español. Fue periodista, conductor televisivo, actor de televisión y cine, pero sobre todo músico. Por prejuicio, certeza o presunción, sus inicios musicales no fueron tomados muy en serio. Tuvo una carrera, en ese momento, a mediados de la década del noventa. Hizo dos discos que él mismo prefiere no recordar, editados por un sello multinacional y una respetable campaña de difusión alrededor. No le fue bien. Después, el vacío. Reapareció a la música reconvertido como compositor de living, con canciones íntimas y arreglos minimales, relacionados con la electrónica de salón. Paradójicamente, fue cuando realmente hizo ruido. Esas canciones, las de Anatomía y todo lo que vino después, revelaron un sensible hacedor de canciones y texturas sonoras, en un arco multigenérico que iba de la bossa nova al trip hop. Volvió a empezar, viviendo una segunda adolescencia de ediciones independientes, fechas programadas a pulmón y una casi nula difusión a gran escala. Le fue bien.
Ahora parece haberle llegado el momento de graduarse. Ahí está Cardinal, su primer disco para una multinacional (Virgin, esta vez), testimonio del inicio de una segunda etapa, la era de la madurez, el paso hacia adelante que dar cuando se rondan los 30. El living dejó de funcionar como espacio creativo para uno solo. Ahora el ámbito debe ser más grande, espacioso: una banda puede acompañar, las canciones se revelan hacia afuera y las letras retratan pequeñas situaciones urbanas, vividas por alguien que siempre fue considerado “hijo de...” o actor antes que músico. El permiso de conducir bien le puede ser otorgado con estas once canciones sencillas y cálidas. La música que sirve de banda de sonido para cualquier mañana de sol, a la hora de abrir las ventanas. Con participaciones estelares de León Gieco –con quien compone un magnífico dueto vocal en “Río en espiral”– y Gustavo Cerati (guitarras en la enigmática “Curvas”), y la curiosidad de la presencia vocal de la ex modelo Débora de Corral (en el mismo track), Cardinal revela el estado de ebullición creativa de un artista.
Las marcas de su crecimiento están flotando en este disco de sonido cristalino y desarrollo fluido. Las canciones se suceden y queda, de cada una, un sabor de dulce resaca que tarda un breve pero intenso instante en diluirse, para terminar superponiéndose una sobre otra. “Nadie me mira”, “Cardinal”, “Humor rojo”, flotan suavemente sobre una marea sonora que apenas se hace notar. Solo el estallido eléctrico que sobreviene a “Aminoácido” plantea una ruptura, en un disco que tiene mucho de esoaunque no se note. Tanto como no se ha notado, y debería, el futuro de alguien que trata de hacerse a sí mismo. Este disco es testimonio de esa transición, una pausa en el camino. Sabia pausa.