Vie 25.04.2008

ECONOMíA  › OPINION

El otro corner

› Por Alfredo Zaiat

Los ministros de Economía ya no son lo que eran. O, en todo caso, ya no son lo que eran durante la administración kirchnerista. Incluso Roberto Lavagna, el primero de la gestión que comenzó en mayo de 2003, nunca tuvo el espacio de ministro todopoderoso, aunque tuvo más juego propio que sus sucesores. Felisa Miceli, Miguel Peirano y Martín Lousteau no pudieron a su turno mostrar su perfil de técnico entendido en la materia ni imponer cierta impronta a su tarea. Han quedado atrapados de una lógica de ejercer el poder que no ubica al ministro como asistente del Poder Ejecutivo, lugar lógico luego de décadas donde el titular del Palacio de Hacienda compitió con el poder del Presidente, sino que fueron simplemente funcionarios secundarios de una estructura ministerial. Esa limitación estaba señalada en la igualación de su capacidad de decisión al nivel de un subordinado, en este caso el secretario de Comercio, Guillermo Moreno.

Como en tantas cuestiones de la historia económica y política argentina, el péndulo de los procesos va de un extremo al otro. A lo largo de los últimos 50 años del siglo pasado, los ministros de Economía asumieron el rol estelar en los gabinetes nacionales al mismo tiempo que las crisis se iban extendiendo y reiterando. Se confundían los roles por la excesiva e interesada influencia del establishment en la (de)formación de consensos sobre lo que hay que hacer para ser un “país normal”. Pero ahora se ha pasado al otro corner. El ministro ha quedado totalmente desdibujado. Ni todopoderoso, ni poderoso ni influyente. Pero cuando emerge una crisis, como la precipitada por el desafío de un sector del campo o cuando empieza a ser más evidente que existe un problema con el alza de precios, la figura de un funcionario encargado de la Economía resulta importante, al menos para manejar las expectativas de la sociedad. La gente necesita, dicen los entendidos en política y en comportamientos sociales, un referente que le brinde seguridad de que un especialista se está ocupando del tema. Y, ya sea por la incapacidad de Lousteau para liderar la gestión, que se manifestó en la deficiente presentación del mecanismo de retenciones móviles, o ya sea por el estilo de conducción del kirchnerismo, lo cierto es que el ahora ex ministro no era un hombre que se había ganado esa confianza ni se había mostrado competente en la tarea de persuasión. A diferencia de lo que pide el establishment, que aspira a tener un presidente subordinado al ministro de Economía para aplicar las recetas tradicionales, lo que se necesita ahora es un ministro (Carlos Fernández) que no sea desafiado permanente en su autoridad para poder avanzar en la resolución de ciertas cuestiones que no son sencillas, como el Indec y la inflación.

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