Vie 13.06.2008

ECONOMíA  › RURALISTAS, TRANSPORTADORES DE CEREALES Y CAMIONEROS

Todos a la vera del camino

La espera de los camioneros. Los cortes y contracortes. Los que esperan que Buenos Aires sufra el desabastecimiento. La tensa calma en la que los distintos actores pueden juntarse amigablemente hasta que, un rato más tarde, un chispazo pone todo en peligro.

› Por Alejandra Dandan

Desde la autopista Buenos Aires-Rosario

Juan se animó a meterse en la trama de cortes permanentes con pueblos levantados en cada cruce como en estado de alarma. Dos días atrás, dejó su casa en Fraile Pintado montado a un poderoso Scania que debía llegar algún día al Mercado Central de Buenos Aires. En el Scania aún lleva tomates, berenjenas, zapallitos y pimientos listos para un día de viaje completo. No más. No un tiempo que a cada tramo se le hace más y más incierto. “Antenoche nos agarró el primer corte”, dice reconvertido en una guía de turismo peregrino del lockout. “Primero nos pararon en Rosario de la Frontera y nos tuvieron hasta el otro día; después nos agarró el corte de Pozo Hondo en Santiago del Estero, después el de Malbrán, también de Santiago, y al final otro en Arrufo cuando entrábamos a Santa Fe.” Ahora el Scania paró a la altura de Rosario. Quedó congelado en medio de la autopista de la Ruta 9 que une el sur de Santa Fe con Buenos Aires, en una hilera larga de camiones fornidos que les meten presión a unos cincuenta ruralistas y transportadores de cereales que se apropiaron del peaje. No pasarán, les dicen. Los camioneros aceptan el reto. Esperan un momento suspendidos en sus amuletos de carga, pero no van a aguantar mucho más.

Los camioneros se trasformaron en los nuevos actores de la protesta que se apoderó de las rutas del interior del país en los últimos 90 días. Habían logrado escaparle al cerco que los hombres del lockout fueron tendiendo sobre los que llevaban cargas de cereal y de hacienda hacia los puertos de Buenos Aires y de Rosario. Después del lunes pasado, las cosas cambiaron. Desde entonces, cerealeros y ruralistas “autoconvocados” están parando a los camiones de alimentos. Aquellos con leche, combustible, huevos y verduras cuyo destino es el abastecimiento de los pueblos del interior del país, pero también y sobre todo las góndolas de Buenos Aires. Porque ahí, esperan, es donde algo “tiene que estallar”.

–¡Es para que Buenos Aires sienta la protesta! –explican abiertamente–. Y para que la gente salga a las calles a protestar.

–¿Y eso cuándo va a pasar?

–Y... cuando sientan el desabastecimiento, lamentablemente, eso es así.

–¿Acá están preparados para mucho tiempo?

–Estamos preparados para largo.

–¿Como con Botnia?

–Así es.

Juan es el que no está preparado para tanto. Bajo el Scania, se cruza con otros camioneros hartos con la situación. Primero avanza con unos diez. Después, veinte. Después una horda de hombres protegidos por sus coches bestiales son los que van adelante, decididos al parecer, a ir hasta donde haga falta.

“¡Ellos pueden aguantar el paro un año completo, si quieren, pero nosotros no porque somos los que vivimos al día!”, se escucha. En las inmediaciones, los camioneros también estudian alternativas. En los últimos días cada uno vivió una pesadilla para llegar a destino. Algunos están horas frente a los cortes, hasta que los piquetes se liberan durante una o dos horas. Otros optan por tomar rutas alternativas. Pero la mayor parte no puede porque los circuitos están protegidos por seguros y satélites que no les permiten hacer desvíos.

“Es que en el viaje pasado no nos pasó nada de esto”, dice Juan, al costado del Scania. “Ahora, uno escucha la radio antes de salir y la radio dice que el corte se levanta, así que todos salimos a trabajar: yo acá voy a porcentaje, sino laburás no comés. Ahora venimos renegando por el gasoil, pero también porque no somos dueños ni de parar para bañarnos porque cuando te dejan pasar tenés que seguir adelante.”

O no.

El corte de la autopista Rosario-Buenos Aires tiene piquete y contrapiquete. Cuando los camioneros sintieron el cerco, atravesaron por primera vez una de sus moles de fierro en medio de la ruta para que ya nadie pueda pasar. Ni ellos, ni los otros ni nadie. Si hasta ese momento, los productores les cortaron a los cerealeros y los cerealeros a ellos, ahora ellos le cortan al resto. Como en un juego de apuestas, ¿quién dará más? Al mediodía, y hasta las dos de la tarde, dejan de pasar coches, micros y, casi casi, ambulancias.

–Y ahora –grita uno–. ¡Que por lo menos nos traigan una pelota!

A Marcelo de Castro le costó algo de esfuerzo llegar ahí. El lunes a la mañana salió con una carga de aluminio desde Caseros en Buenos Aires, pero como no había cortes, a las cinco de la mañana había llegado hasta Córdoba. Ahí descargó el aluminio, descansó y se metió otra vez en la ruta con tan mala suerte que a las once y media de la noche se topó con un corte. Ruta 12 y la 18, y terminó a los codazos: “Yo me había apurado porque me habían dicho que el corte iba a empezar a las doce de la noche, resulta que llegué y había empezado antes: a las cuatro de la tarde lo pusieron”.

Como nadie abrió las compuertas de salida, Marcelo no esperó las negociaciones. A la mañana siguiente, se subió cansado a su Ford Semi 1722 y, como otros, embistió contra el piquete agrario. Esa es, al fin y al cabo, otra de las modalidades de las modernas resoluciones de conflicto que ganan espacio en las rutas: los empujones. Durante horas puede no pasar nada y camioneros pueden juntarse amigablemente con ruralistas en un rincón y un rato mas tarde, un chispazo pone en peligro todo.

En una de las banquinas, Jorge González lleva horas sentado a la espera de que se alce la barrera. Salió de Ledesma con 29 toneladas de azúcar para un viaje a Buenos Aires que normalmente le toma entre 28 y 32 horas, pero ahora lleva tres días de viaje y todavía anda en Rosario. Primero lo pararon en Malbrán, después en Arrufo, Centeno, San Genaro, Ruta 12 y 34, Rosario. Pero el punto más inexplicable, dice, no son los piquetes, sino esa especie de cacicazgos con los que se va topando a cada paso. “Bronca siento porque cuando paso, uno no es el local, uno es el de lejos, pero por más que ellos sean locales, son poquitos, pero igual nos tenemos que bancar.”

Antes de los días y de las noches del camión, Javier Leiva cosechó durante años aceitunas en Catamarca. Era uno de los trabajadores golondrinas de la provincia que iba a ponerles el cuerpo a las bolsas de enero a abril de cada año. Un año atrás empezó a dedicarse a los camiones de carga para mejorarse la plata: ahora lleva naranjas de Catamarca a Campana, por doscientos pesos el viaje. En las últimas dos semanas descargó un solo camión. Dejó la carga el viernes pasado en Campana y a las ocho de la noche de ese día empezó a volver a sus pagos. Ahora está tendido en uno de los cortes de la circunvalación de Rosario, pero en su caso hace base con los cerealeros, como hermanado con los dueños del corte en este otro enlace. Hace dos días nació su hijo, un varón del que todavía no sabe nada.

–Cuando llegue, ¿va a salir de nuevo?

–¡Noooo! –dice él–. Le clavo el camión ahí, apenas me cruce con el dueño.

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