ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por Alfredo Zaiat
Al mismo ritmo sostenido del crecimiento de los precios internacionales de los granos en los ya largos 120 días de conflicto, los representantes del campo privilegiado han ido sumando argumentos para cuestionar los Derechos de Exportación móviles de cuatro cultivos clave. Estudiar el extraordinario proceso que vive el sector agropecuario permite ir eludiendo esas sucesivas trampas al conocimiento, siendo una de ellas la que identifica a las vulgarmente denominadas retenciones como una medida que fomenta la concentración de la tierra. Como en tantas otras peculiares alianzas que se han podido observar en esta disputa, han coincidido en esa idea uno de los reyes de la soja en tierras arrendadas, Gustavo Grobocopatel, y el titular de la Federación Agraria Argentina, Eduardo Buzzi. Así, ambos agregan una cuota más a la confusión de una población rehén de una crisis que no termina de entender. En los últimos quince años, el proceso de transformación en la forma de organización y de desarrollo técnico-productivo del campo ha provocado una acelerada concentración de la producción y no así la de la tierra. Esta ya se encontraba históricamente en pocas manos y no fue precisamente por la existencia de retenciones a las exportaciones.
En la producción agraria se produjo una revolución tecnológica, que en la región pampeana empezó a verificarse desde mediados de la década del noventa, basada en la siembra directa y las semillas transgénicas. Este nuevo patrón productivo generó una fuerte caída de los costos, una reorganización de los modos de cultivar y el surgimiento de nuevos actores económicos en el sector. Este cambio tecnológico demanda mucho menos trabajo manual y mucho más capital. Se necesitan millonarias inversiones en maquinaria para siembra directa, que son distintas a las tradicionales. Por eso mismo surgieron contratistas –la mayoría son además medianos o grandes productores– que van por los predios con sus maquinarias a realizar el trabajo, que en la agricultura tradicional podía llevar de uno a dos meses, según la extensión, y hoy se realiza en uno o dos días. A la vez, los transgénicos exigen la utilización creciente de agroquímicos, como herbicidas y fertilizantes, que elevan el rendimiento por hectárea. El profesor Horacio Giberti, uno de los mayores especialistas en política agropecuaria, explica en una entrevista realizada por Isaac Grober, miembro del Consejo Editorial de la Asociación Civil-Cultural Tesis 11, que “en la agricultura tradicional el chacarero araba, sembraba, lo que le demandaba un mes de trabajo en una chacra corriente y luego hacía algunos trabajos culturales, como en el caso del maíz, o ninguno, como en el trigo. No había defensa del cultivo, en el sentido de que no se aplicaban herbicidas, ni fertilizantes, de manera que el chacarero veía crecer bien o mal el cultivo. Luego venía el período de cosecha, lo que implicaba la cosecha en sí misma, el transporte y la comercialización. Ese era el trabajo, de tres a cuatro meses relativamente duros”. Hoy, la realidad es muy diferente. Con la soja, el trabajo es de un par de jornadas, y en muchos casos es subcontratando la labor.
Esa transformación productiva se desarrolló con un Estado que abandonó su tarea de intervención para ordenar esa revolución tecnológica y para brindar asistencia técnica a los pequeños productores. En ese contexto, aparecen los fondos de siembra –pools– que tienen el capital suficiente para comprar y aplicar ese nuevo paquete tecnológico en economías de escala. Pero son los tradicionales grandes propietarios de tierras más que los pools los que han avanzado en concentrar cada vez más la producción en sus manos. Y esto fue así porque los chacareros que no pudieron acceder a ese nuevo paradigma productivo-tecnológico les resulta mucho más rentable alquilar la tierra que trabajarla. Entonces, lo que se ha verificado es una enorme concentración de la producción sobre tierras arrendadas, lo que ha provocado una profunda alteración de la estructura económica y social del campo. La propiedad de la tierra sigue tanto o más concentrada que antes, fenómeno que no tiene nada que ver con el actual proceso de concentración de la producción. Y obviamente, ni en una ni en otra concentración, los derechos de exportación tienen influencia directa. El economista Eduardo Basualdo que está trabajando en este tema desde hace años y en la actualidad lidera un estudio al respecto en el área de Economía y Tecnología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), destaca que en la zona pampeana el 86,4 por ciento de la producción agrícola sigue en las mismas manos que hace un siglo y que esas familias y grupos tradicionales la realizan más de la mitad en sus tierras y el resto en otras que ellos mismos arriendan, que suman a las propias para mejorar la escala de producción.
Este complejo proceso permite acercarse a la comprensión de la actuación de la Federación Agraria en el conflicto, que ha desorientado a quienes todavía consideran que sigue siendo una entidad que defiende a los pequeños productores arrendatarios. La transformación productiva por la aplicación del paquete tecnológico siembra directa-semillas transgénicas alteró la estructura económica y social en el campo. Giberti ilustra que “el clásico chacarero arrendatario, la imagen tradicional del socio de la Federación Agraria, prácticamente desapareció porque muchos se transformaron en propietarios. Esa entidad era para los arrendatarios modestos una institución necesaria porque a través de su departamento legal les proporcionaba el apoyo jurídico necesario en su lucha contractual y legal con el propietario. Al transformarse en dueños, esos socios ya no tienen la necesidad de ese servicio”. Y muchos pasaron a ser arrendadores de los pools o de los grandes propietarios de tierras, lo que explica la indiferencia que manifestaron al proyecto de Ley de Arrendamiento y sólo se preocupen por la defensa de la renta sojera, que es la que le brinda el alquiler de sus tierras. Por eso Giberti señala que “ese cambio de estructura social hace que el chacarero típico de hoy tenga enfoques muy distintos del de antaño. Es un pequeño propietario, a lo mejor más conservador que el mediano o grande”. La FAA se ha convertido en una entidad que representa fundamentalmente a pequeños propietarios que no trabajan la tierra, sino que la alquilan para vivir de rentas. Como el arrendatario –pools y grandes dueños de tierras– apela al alza de los derechos de exportación para bajar la retribución del alquiler, esos pequeños productores rentistas se rebelan.
Una de las tantas paradojas del actual conflicto es que la forma de intervención de la Federación Agraria puede acelerar el proceso de concentración, no ya de la producción que se define con el modelo siembra directa-semillas transgénicas, sino el de la tierra. Las arengas dramáticas, exageradas y alejadas de la realidad respecto de la posibilidad de quiebra de los productores por una imprescindible medida de intervención de política económica pueden provocar un clima de confusión y desánimo entre pequeños productores. Estos, atrapados en una lógica de crisis que no es tal, pueden terminar convencidos de que el mejor negocio es vender sus campos pese a las fabulosas perspectivas de la actividad. Como se sabe, las crisis son el factor disparador de la concentración y centralización del capital.
Los valiosos aportes de Giberti y Basualdo, rigurosos y alejados de los intereses sectoriales en disputa, son fuentes donde deberían volver a abrevar dirigentes sociales, políticos y gremiales que durante años han luchado por la dignidad de los trabajadores y de los excluidos de un modelo injusto. De esa forma podrán recuperar la brújula y volver a identificar, como lo han sabido hacer en otros momentos, quiénes son los representantes e integrantes del poder económico emergente del nuevo siglo.
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