ECONOMíA › OPINION
› Por Andrés Fontana *
En un artículo de estos días, Francis Fukuyama sostiene que, junto con algunas de las más famosas firmas de Wall Street, “ha colapsado una cierta visión del capitalismo”. Se refiere al ciclo de predominio de ideas liberales iniciado con la presidencia de Reagan, a lo largo del cual lo que fue inicialmente una respuesta práctica acertada –frente a la crisis del Estado de Bienestar de posguerra– se transformó en una “ideología sacrosanta”.
Sus dogmas son conocidos: bajos impuestos, cero regulaciones, libre comercio –no importa cuán baja sea la competitividad de la industria local– y, sobre todo, libre circulación de capitales a nivel global, dentro y fuera de las fronteras de cada Estado. La novedad, argumenta Fukuyama, es que lo que no funcionó para las economías más débiles ahora ha destruido la credibilidad de lo que llama “la marca americana”, el modelo americano de capitalismo, cualquiera sea su versión, actual o futura.
Tal es el impacto de la explosión de Wall Street sobre el modelo aplicado por Reagan y Thatcher, luego transformado en el llamado “Washington Consensus”. Lo que queda por delante es no sólo la desaceleración de la economía global, la pérdida de empleos y la baja de los precios de las commodities, entre otros efectos, sino el inicio de una era de recuperación del valor del Estado, de su intervención en la economía, de la regulación de los mercados y del equilibrio fiscal basado, esencialmente, en la recaudación impositiva, más que en el control del gasto.
Varios analistas han señalado, sobre todo en lo primeros días de la crisis cuando se discutía el bailout en el Congreso norteamericano, que la operación propuesta por el presidente Bush es una vuelta a las políticas de intervención e, incluso, cercana a un proceso de socialización, como sostuvo con ironía Joseph Stiglitz. Resulta paradójico que un presidente visto y apreciado por sus seguidores como un conservador de pura cepa haya puesto en marcha un proceso de estatización de alcance histórico y destruido, al menos para su era, la credibilidad de las ideas que gobernaron el mundo a lo largo de casi tres décadas.
* Decano de Estudios de Posgrado Universidad de Belgrano.
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