Sáb 11.10.2008

ECONOMíA  › PANORAMA ECONóMICO

Los frentes

› Por Alfredo Zaiat

La angustia que expresan diariamente voceros del discurso dominante por la lejanía relativa de la economía argentina a los devastadores efectos financieros de la crisis internacional es notable. La Argentina quedó fuera de los movimientos desestabilizadores de los capitales especulativos por el default y la posterior reestructuración de deuda. La fase financiera de la crisis la encuentra bastante aislada, bienvenida instancia que provoca desencanto en cierto sector del establishment cuya elocuencia son los expertos en pronósticos errados que habitan la city. La emblemática economista inglesa Joan Robinson enseñó que “estudiar economía no es tratar de adquirir un conjunto de respuestas listas para satisfacer los interrogantes económicos: es aprender a no dejarse inducir a error por los economistas”. Un ejercicio contrafáctico ayuda a comprender ese concepto que tan magistralmente expuso Robinson, y así evitar las trampas de los discursos acerca de lo económico pretendidamente técnicos pero que son eminentemente políticos. El ex jefe del Area de Monedas del Banco JP Morgan, Alfonso Prat-Gay, del mismo modo que otros gurúes de la city, no se cansaron de advertir que la Argentina tenía que crecer menos y enfriar la economía porque el riesgo de no aceptar esa receta era el estancamiento con inflación. Como no se puede pretender saber el futuro de los acontecimientos económicos, aunque esa secta convence a la mayoría de que está en condiciones de hacerlo, la crisis internacional desacomodó esa recomendación. Si se hubiese seguido ese consejo de exitosos especialistas en finanzas internacionales quebradas, esa desaceleración habría ubicado a la economía en varios escalones menores en ritmo de producción al existente en la actualidad, lo que habría implicado enfrentar hoy un desagradable escenario de recesión. Instancia que está un poco más lejos precisamente por no haber desacelerado la economía antes, dinámica que empezará a notarse por la crisis externa aunque en una intensidad que es un misterio.

Resulta evidente que la impresionante explosión de la globalización financiera producirá transformaciones en el funcionamiento de la economía mundial. En ese proceso habrá tensiones que requerirán de la instrumentación de oportunas políticas domésticas para amortiguar los costos de la crisis. Pero las variables con las que se atormenta a la mayoría de la población (el precio de la soja, el dólar, las cotizaciones de acciones y bonos o el riesgo país) no son las más relevantes para acercarse a la comprensión de un escenario incierto.

El frente inquietante es el del sector comercial externo. Este se presenta como el de riesgo más visible debido a que la recesión en los países centrales derivará en excedentes de producción que buscarán colocar en otros mercados, con el peligro de generar desplazamiento de industrias locales. Las importaciones de esas economías en crisis y también de China, el gran proveedor mundial que intentará ubicar la mercadería que las potencias dejarán de consumir, pueden ser un potente factor desestabilizador de la producción doméstica y, por lo tanto, del empleo. Por lo tanto, la tarea de la Aduana y de la Secretaría de Industria, por ejemplo analizando con celeridad las denuncias de dumping, serán claves como amortiguadores de los vientos huracanados de la crisis internacional.

Brasil es el otro frente que puede generar situaciones inestables. El modelo económico que ha merecido ascender a la categoría investment grade (grado de inversión) otorgada por las incalificables calificadoras de riesgo internacional se ha revelado frágil en el campo financiero. El constante ingreso de capitales especulativos durante los últimos años, dinámica que motivaba el elogio de analistas de la city, derivó en una impresionante apreciación del real que se tradujo en una inflación muy baja. Ahora esos capitales están a la fuga provocando una devaluación de proporciones e incertidumbre en el sector productivo, y desnudando la debilidad del sistema bancario que supo contabilizar las ganancias más elevadas de su historia. El ajuste violento del tipo de cambio y el menor ritmo de crecimiento puede provocar un incremento de las exportaciones brasileñas con destino a la Argentina. A diferencia de los productos que pueden venir de zonas en recesión, con Brasil existen instrumentos institucionales del bloque de integración regional que permiten abordar esos desequilibrios temporales. El Mecanismo de Adaptación Competitiva del Mercosur facilita enfrentar los desajustes cambiarios con impacto en los flujos comerciales. El alza administrada del dólar en la plaza local que intranquiliza a muchos es una prudente estrategia defensiva aplicada por el Banco Central frente a las devaluaciones del resto de las monedas, en especial la del real. Los discursos y las saludables alianzas políticas latinoamericanas tendrán una prueba de fuego con esta crisis internacional, donde no hay espacio para la salvación individual afectando mercados de los vecinos.

Otro de los frentes que merecen especial cuidado es el comportamiento de las multinacionales, en particular el de las entidades financieras extranjeras. Por ahora es un tema que no ha tenido debate público pero para algunos especialistas y funcionarios es muy importante. La economía argentina registra niveles de extranjerización muy elevados con uno de los regímenes más liberales en el tratamiento del capital del exterior. Cuando se analiza esta materia resulta importante destacar que el sector externo es una de las históricas debilidades de la economía argentina. En estos años existe cierto desahogo gracias a precios de los commodities por las nubes, la cesación de pagos y la posterior renegociación con extensión de los plazos. Pero las divisas son y seguirán siendo un bien escaso dada la carga de deuda y el elevado grado de transnacionalización. Desde el 2004 se ha ido incrementando en forma constante la remisión de utilidades hasta representar en la actualidad el 2 por ciento del PIB, cuando en la década del noventa se ubicaba en el 1 por ciento. Ese giro de recursos refleja que, pese a las almas indignadas de los gendarmes de buenos modales, esas compañías contabilizan elevadas rentas por su operatoria en el país, además de mostrar escasa vocación de reinversión.

Como el epicentro de la crisis se desarrolla en los países centrales, las políticas defensivas de las casas matrices se trasladarán en gran medida a sus filiales. Esa reacción se puede traducir en la exigencia de un mayor giro de fondos, de un ajuste de sus estructuras o en la liquidación de sus activos en el exterior. Cada una de esas medidas tendría un impacto negativo en la economía doméstica, con su efecto desalentador en las expectativas sociales. Por ese motivo, el monitoreo de las estrategias de las multinacionales y su política de remisión de utilidades resulta tan significativo como el panorama cambiario y el escenario del comercio exterior. El control en esa área constituye una tarea imprescindible para evitar sorpresas. En esa supervisión, los bancos extranjeros son el eslabón más sensible porque los graves problemas que enfrentan en sus países de origen pueden provocar turbulencias en el mercado local. Los organismos de control del sistema financiero (Banco Central, Comisión Nacional de Valores y las superintendencias de Seguros y de AFJP) tienen que estar atentos, además de empezar a diseñar una estructura de regulación conjunta más eficiente para abordar a esas entidades como conglomerados financieros. De esa forma se pueden eludir sobresaltos desagradables, como el despido de personal que han empezado a implementar dos grandes bancos extranjeros por orden de un ajuste global de sus casas matrices, pese a que no hay motivo para el achique en la plaza local, donde registran elevadas utilidades. Además, se podrían prevenir maniobras especulativas desestabilizadoras con la compraventa de bonos o con el dólar.

Los controles dispersos, una regulación deficiente y normas de supervisión que no se adaptaron a la nueva estructura de funcionamiento del sistema conforman un Estado débil para negociar y disciplinar a la banca entendida como conglomerado financiero. Para superar esa deficiencia y responder con audacia a la actual crisis se debe abandonar postulados de la ortodoxia neoliberal, que demostraron su elevado poder de destrucción. Se impone la necesidad de regular a los bancos como conglomerados financieros. Si esas entidades no son abordadas como un grupo económico integrado, el poder político quedará a merced de los desastres que tan bien saben hacer, como lo probaron en el derrumbe del Muro de Wall Street.

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