Jue 16.10.2008

ECONOMíA  › OPINIóN

Conjeturas

› Por J. M. Pasquini Durán

A George W. Bush, inspirador de la doctrina de “la guerra perpetua”, le quedan noventa y cinco días en la Casa Blanca, aunque los últimos sesenta son de transición, ya que a principios de noviembre las urnas decidirán la sucesión. Los dos candidatos, Barack Hussein Obama y John McCain, protagonizaron anoche en el estado de Nueva York el tercer y último debate, con un doble propósito: convencer a los indecisos y alentar la votación, ya que la abstención es muy alta, tanto que las urnas suelen atraer al veinticinco o treinta por ciento del padrón general. Antes del debate, las encuestas daban ganador a Obama por un margen de cuatro a doce por ciento, pero los cronistas veteranos le otorgan una relativa capacidad de acierto puesto que, dicen, el escrutinio casi siempre es diferente de los pronósticos previos. La lógica política indica que éste es el momento del candidato demócrata, y no sólo en la cima del poder sino entre la población. Pero aquí aparecen las dudas. Las encuestas indican que hay un enorme descontento, como no se vivía desde hacía muchos años. El partido de Obama saca una ventaja en los sondeos de más de trece puntos sobre el Republicano como consecuencia de esto. Pero esa diferencia entre partidos no aparece tan neta entre candidatos. Según explican los encuestadores, la gente tiene un mapa ideológico que ubica a Bush en la derecha, a McCain en el centro moderado y a Obama en la izquierda. Y la mayoría se identifica con el centro. Estas categorías no tienen nada que ver con las de uso corriente en América latina, donde ninguno de los dos aspirantes a la sucesión serían considerados de centroizquierda.

En los debates McCain atacó a su rival por la inexperiencia en la gestión, ya que toda su trayectoria la realizó en el Congreso. Pero ese dato perdió fuerza cuando los republicanos nominaron a la gobernadora de Alaska, Sara Palin, cuya ignorancia es notoria sobre la totalidad de los asuntos nacionales de Estados Unidos. McCain es un hombre mayor y enfermo: ¿qué pasaría con una “Isabelita” en la Casa Blanca? Por supuesto, a medida que la crisis avanza, juega a favor de Obama: la mayoría opina que es el que mejor sabe cómo manejar la situación económica. Sus propuestas mostraron una mayor preocupación por las clases medias que están en graves dificultades, en tanto que el republicano sería la continuidad, apenas modificada, de las políticas públicas conservadoras. Debates como el de anoche ayudan a que los votantes en todo el país conozcan mejor al demócrata y pierdan prejuicios sobre las posibilidades de su gestión. Los veteranos segregacionistas suelen afirmar, en cambio, que por algo se llama Blanca la Casa presidencial y la propaganda republicana llegó a sugerir que la victoria de Obama podía desatar una “venganza racial” a escala nacional.

Hace ya un tiempo se calculaba que, si no había cambios el dólar perdería el trono alrededor de 2035 pero que tendría otros 15 años de sobrevida por su prestigio, antes de caer a manos del yuan o lo que fuera. ¿Y ahora? Aunque hay muchas respuestas y una gran incertidumbre, la propuesta más fuerte es de Obama, que apuesta a invertir todo en energía alternativa para retener el liderazgo en el siglo XXI, restándoles poder a los nuevos emires del petróleo, como Rusia, Venezuela o Irán. Cuánto es posible, cuánto es mera esperanza o especulación, cuánto demagogia, nadie sabe. Esa es la incógnita con él. McCain, en comparación, es simplemente lo viejo conocido. Por ahora, el establishment está más contento con los demócratas, heterodoxos economistas, porque sus congresistas hicieron más por el rescate financiero que los republicanos, ortodoxos del libre mercado. Es bien visible que son los demócratas quienes están gestionando la crisis. Ellos sacaron adelante el rescate financiero. Los republicanos votaron divididos y obstaculizaron la solución, y el Tesoro y la Reserva Federal parecen demasiado lentos en tomar medidas, después de haber negado la crisis durante demasiado tiempo. No es casualidad, por otro lado, que el secretario del Tesoro, Henry Paulson, sea un ex ejecutivo de Goldman Sachs, que en su momento hizo lobby desde el otro lado del mostrador justamente para que se eliminaran regulaciones y controles sobre los bancos de inversión.

Casi todos los enunciados y conjeturas alrededor del terremoto financiero y sus hipotéticas consecuencias tienen algún valor de experiencia para los países y sus habitantes. Esto es, no se trata de una enfermedad remota y ajena, como pudo ser el sida en sus primeros momentos, sino de causas y efectos que se pueden encontrar en cualquier lado debido a la “globalización” de las finanzas. En una conferencia pública, ayer el presidente de la Reserva Federal (Banco Central de EE.UU), Ben Bernanke, aseguró que la crisis empezó hace un año y a lo mejor se queda corto. La mayoría de los analistas coinciden que en el comienzo no hay un exceso de riqueza sino de pobreza: las políticas conservadoras de George W. Bush, un idólatra del libre mercado, empobrecieron a los trabajadores y a las clases medias de la principal potencia económico-militar de Occidente. Para conservar la casa que habían comprado años atrás, millones de empobrecidos hicieron segundas y terceras hipotecas, a la espera de un mejor ingreso o empleo, que nunca llegaron. A los fondos de inversión no les importó si podrían pagar sus compromisos porque organizaron lo que se llama “ponzi scheme”, una estafa “de pirámide”, basada en la refinanciación constante. Todo el montaje consistía en apropiarse de los papeles de deuda (las hipotecas y otros) para cortarlos en pedacitos y luego recombinarlos en nuevas obligaciones que eran vendidas y revendidas, mientras se creaban seguros que a su vez eran renegociados, mientras se obtenían rentas incontables en cada uno de esos pasos. Mientras más gente se sumaba, el sistema seguía funcionando, porque con el dinero de los recién llegados apoyaban a los más antiguos, hasta que el pozo se secó y la pirámide de papel se derrumbó como las Torres Gemelas.

Para complacer a los especuladores financieros, que operaron sin control ni regulación del Estado, y para sostener las aventuras guerreras en Irak y Afganistán, Estados Unidos pidió prestado, sobre todo en Asia. Un billón (trillion, en inglés) de dólares chinos andan por ahí. Según un estudio privado, “el gigante asiático y Oriente próximo han financiado en 2006 a partes iguales el 86 por ciento del déficit de los países industriales” (A. Pastor, “China emerge como acreedor silencioso”, El País , 10/10/08). Además de Beijing, los principales países acreedores son Japón y los productores petroleros del Cercano Oriente. En 2006, ni qué decir ahora, Estados Unidos tenía comprometido el veinticinco por ciento de su Producto Bruto Interno. El citado Pastor, académico en Shanghai, pronostica: “Cualquier cambio brusco en la composición de la cartera de deuda del Banco Central chino tendría repercusiones considerables sobre el tipo de cambio del dólar y las tasas de interés”. Es probable que el desplome del sector financiero norteamericano provoque algún cambio no sólo en China: el ahorro mundial se dirigía hacia el mercado norteamericano porque éste ofrecía no sólo liquidez, sino también seguridad. Ya no más, como bien lo saben algunos capitales argentinos que habían emigrado buscando refugio para sus dineros. De todos modos, la conducta de China interesa y mucho para el porvenir económico argentino.

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