ECONOMíA
› PANORAMA ECONOMICO
Los lobbies no se enteran
› Por Julio Nudler
“Para los lobbies empresarios, es como si acá no hubiese pasado nada, como si, en un sentido, no registraran la catástrofe. Por tanto, sus demandas políticas son las mismas de siempre. Y te piden audiencia un día tras otro, para ver si consiguen arrancarte algo, mientras uno intenta despachar los asuntos más apremiantes y tener un rato para pensar. Pero ellos insisten. ¡No te dejan administrar la crisis con un mínimo de tranquilidad!” Esta es la clase de confesiones que pueden recogerse, ante un pocillo de café que va enfriándose al calor del relato, cuando se conversa con algunos de los técnicos con vocación política que este año intentaron, y en algún caso aún intentan, trabajar de bomberos en este incendio. Saben que tomaron un riesgo: mañana puede haber quien les recrimine haber “laburado para Duhalde”. Para colmo, más de uno puede a esta altura sacar cuentas y admitir que perdió.
La cuestión esencial es saber hasta dónde el poder económico está dispuesto a reconocer y aceptar que el estallido de la crisis obliga a utilizar instrumentos de política económica antes abandonados en honor del modelo. La última Rural de Palermo, que abucheó al luego renunciado secretario de Agricultura como exteriorización de repudio a la reimplantación de las retenciones fue, sobre todo, esa clase de signo de negación ante la realidad. Pero la resistencia a que el fisco recaude donde hoy está la mayor fuente de renta actual no se circunscribe al agro ni se refiere exclusivamente a la presión tributaria.
Para los exportadores nucleados en la CERA (la cámara sectorial), los dólares que generan con sus ventas les pertenecen, son de ellos. Lo que se discute no es precisamente una cuestión de propiedad, sino la facultad del Gobierno de administrar, a través del control de cambios, la balanza de pagos del país. El mensaje de los grandes jugadores del sector externo al poder político es básicamente éste: ustedes déjennos el manejo de las reservas, y ya verán cómo aparecen los dólares. Nada de obligarlos a liquidar las divisas en el país, y menos de fijarles plazos para hacerlo. Nada de objetarles el pago anticipado de las importaciones. Etcétera, etcétera.
De hecho, todo lo que logra el control de los dólares que vienen y van en el comercio exterior –la llamada balanza comercial, que arrojó casi u$s 11 mil millones de superávit en los primeros ocho meses del año, no aterrizados en las reservas– puede escaparse por el agujero de la salida de capitales, a pesar de las restricciones impuestas también a ella. Y es esto precisamente lo que ha sucedido en la Argentina post 1 a 1, si bien la fuga arreciaba desde buen tiempo atrás. Gráficamente, el país tira por la ventana su sacrificio si no retiene su fruto monetario o lo emplea en sus prioridades. Pero, por el momento, no hay acuerdo político ni empresario acerca de la manera más eficaz de lograrlo.
Para muchos, será un objetivo imposible mientras el panorama electoral sea el que está borrosamente a la vista, para no agregar otros datos inquietantes, como la enorme incógnita brasileña. De las malas perspectivas globales ni siquiera hace falta hablar. Es verdad que en 2001, y por primera vez en veinte años, se contrajo el comercio mundial, pero la cuota argentina en ese tráfico universal es de apenas 0,5 por ciento. Esto significa, como pobre consuelo, que el país no necesariamente correrá la suerte del conjunto. Los marginales tienen esa ventaja caritativa. De todas formas, jugarse al superávit comercial como motor reactivante no será una apuesta fácil en los tiempos que corren, y menos cuando la devaluación del real carcome la ventaja competitiva proporcionada por la caída a plomo del peso.
No es el cambiario, no obstante, el único espacio en el que la Argentina ha visto licuarse sus ventajas. El acuerdo comercial negociado por Brasil con México, apartándose de la regla del 4 + 1 (según la cual los miembros del Mercosur convinieron en negociar siempre en conjunto con terceros países o bloques), abarca 800 posiciones arancelarias, en las que los mexicanos otorgaron facilidades a los brasileños, no extensivas por supuesto a las exportaciones argentinas. Estas –como las químicas y petroquímicas– perdieron así parte de su ventaja relativa en el mercado del gran vecino. Todo se arregló con algunas concesiones a las automotrices, como corresponde.
Falta, sigue faltando, un acuerdo básico sobre las líneas a seguir. Tampoco hay idea concreta del rumbo que tomarían los candidatos mejor situados en las encuestas. Mientras el gran hacedor de la política económica de los ‘90 se afinca en Nueva York, los economistas que expresan al grueso del empresariado son básicamente los mismos que avalaron en lo esencial la estrategia que provocó el descalabro, incluyendo al postulante Ricardo López Murphy. En otras palabras: es poco lo que pueden aportar. Pero lo que el atribulado consumidor autóctono quiere a esta altura saber es si en la Argentina volverán a fabricarse lamparitas o pilas para que la plata pueda alcanzarle para la luz y el walkman. Y para tener trabajo.
Algo de lo apetecido ha comenzado a suceder espontáneamente, en sectores que van de frigoríficos a textiles, porque los números les dan tras la formidable licuación de salarios y el congelamiento pesificado de las tarifas. Algunas multinacionales del sector de transables (bienes que entran en el comercio exterior) están volviendo a producir en el país, otras están mirando. Hay incluso sectores sobredemandados, como el del gas comprimido, ante la violenta suba del gasoil. Y el presidente, mediante la designación de Aníbal Fernández en Producción, muestra su decisión de pescar políticamente en esas aguas propicias. Pero la corriente es todavía mezquina.
El crédito comercial aflora tímidamente: quizás a 30, a 60 días, si hay mucha confianza. Todos prefieren vender a culata de camión (equivalente al viejo a toca teja español). Es decir, rigurosamente al contado. Pero de algún modo hay que poner a andar la cadena productiva, y más de un fabricante no puede hacerlo si no le facilita capital de trabajo a su proveedor aguas arriba, dada la ausencia de crédito bancario. Son muchos los que poseen los dólares necesarios. En algún lado los tienen. Pero no todos creen que por ahora el riesgo de desenfajarlos sea calculable.