ECONOMíA › OPINION
› Por Mario Paganini *
Los sistemas previsionales son programas a largo plazo, de manera que la capitalización individual está influida por dos factores: a) las alteraciones tanto de la sociedad, cada vez más compleja, como del mundo económico-financiero, especulativo y globalizado; b) las limitaciones de la capacidad individual para enfrentar acontecimientos que ocurrirán en un tiempo extenso. Estos inconvenientes son graves en el caso de las jubilaciones y pensiones, puesto que son instrumentos preparados para el momento de la vida en que concluyen las competencias para obtener recursos. Lo conmovedor es que ese final cierra un largo tiempo que es irrepetible, ya que los 30 o 40 años transcurridos no se pueden reiniciar como en la jugada de dados, que en cada tirada renueva todas sus posibilidades.
La solución que da el sistema de reparto es la eliminación de lo que perturba, o sea el tiempo, desde luego no por lo que es en sí mismo, sino por lo que contiene en cada sucesión de sus momentos. Con este descarte, el modelo obtiene inteligibilidad. En efecto, una consecuencia fundamental de tal exclusión es la desaparición de la identidad entre los sujetos, puesto que no son los mismos individuos los que cargan con los aportes y los recibidores de los beneficios. Los servicios y la edad requeridos para el goce de las prestaciones serán de un determinado sujeto, pero los recursos para pagarle son de otros o, mejor dicho, de una masa de activos que no reconoce propietario individual, ni siquiera de parte del fondo. Ese modo está justificado en dos razones: a) se piensa que siempre habrá trabajadores o por lo menos producción, y b) por ser de largo tiempo, esa confianza es de generaciones. El encadenamiento entre generaciones cierra un círculo en el que todos nosotros, al llegar al mundo, encontramos una acumulación previa de riquezas sociales que utilizamos y por las cuales somos deudores, para luego, con nuestro trabajo, devolverlas y nuevamente recibirlas ampliadas de la generación que nos sigue. Es un compromiso para el futuro largo que incluye a personas todavía no identificadas. Sin dudas que no es la perspectiva en “primera persona”, fuera del mundo experimentado, del individuo que se basta a sí mismo, que no necesita la mediación de otros grupos ni tampoco del Estado para trazar su vida y alcanzar sus objetivos, sino que, por el contrario, desde que no hay un punto cero en la historia reconoce el enorme crédito concedido por la sociedad al momento de nacer y luego, en el transcurso de su vida.
La perspectiva en primera persona corresponde a lo que se llama jubilación “privada”, que no es jubilación. Aquí no interesa eliminar el tiempo porque la prestación será un resultado y no una definición. Los sujetos que aportan y que reciben son los mismos, de manera que no hay redistribución ni transferencias. Por tanto, no hay solidaridad y si ésta no existe, no se alcanza a comprender por qué serían obligatorios los modelos que la establecen.
Pero además, desde hace mucho tiempo los trabajos de los demógrafos Borugeois-Pichat y Somoza demostraron que en el largo plazo una capitalización de este tipo lograba una acumulación que podría superar en cuatro veces la masa salarial, lo que sería, según opinión de economistas, desequilibrante para cualquier país. Tamaña masa de dinero, por ser administrada no por los trabajadores sino por centros financieros, adquiriría un poder superior al político. Por otra parte, los fondos acumulados siempre fueron apetecidos por los gobiernos en situaciones difíciles. En la Primera y en la Segunda Guerra Mundial se vaciaron las cajas, motivo para que, aunque no único, en la post Segunda Guerra Mundial se postulara con fuerza el sistema de reparto. Si esto fuera poco, los sistemas de reparto fueron los más adecuados para los momentos de crisis o dificultades económico-financieras. Así se demostró en la crisis de 1929/1930 y en la post Segunda Guerra Mundial. En conclusión, el sistema de capitalización individual no es un modo que garantice los derechos de la seguridad social, no protege la libertad, es políticamente peligroso y no resuelve los momentos críticos de la sociedad.
* Consultor de la Organización Iberoamericana de Seguridad Social y presidente del Centro interdisciplinario de Estudios de Políticas Públicas.
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