ECONOMíA › REPORTAJE A BENJAMIN HOPENHAYN, ECONOMISTA DEL PLAN FENIX
Dentro del G-20 están en pugna dos posiciones: países que impulsan una verdadera reformulación del sistema financiero internacional y otros, como Estados Unidos, que quieren preservar las bases del libre mercado. Para ello, dice Hopenhayn, se valdrá del FMI.
› Por Sebastián Premici
La próxima cumbre del G-20 en Londres será un paso más en el debate que pretende modificar las actuales reglas del sistema financiero internacional, que colapsó tras el estallido de las hipotecas subprime. Para el economista del Plan Fénix Benjamín Hopenhayn –quien dialogó con Página/12–, el G-20 concentrará sus deliberaciones en el cambio del paradigma de la autorregulación de los mercados financieros a pedido de Europa, en vez de profundizar la reforma del FMI que pide Estados Unidos. Para este especialista, la Unión Europea pugnará por una mayor intervención estatal de largo plazo, mientras que Barack Obama apostará a su clásica receta del libre mercado, haciendo eje en la reformulación del Fondo.
–¿Hasta qué punto se están discutiendo en el seno del G-20 las bases de un nuevo sistema financiero internacional?
–Desde la década de 1980 se habla de la necesidad de crear una nueva arquitectura financiera internacional, sobre todo luego de la crisis de Rusia, que afectó severamente a los bancos de Alemania y Estados Unidos. Pero como las crisis que se sucedieron luego fueron relativamente blandas, la idea de un cambio rotundo perdió fuerza y todo se resolvió a través del Banco de Basilea, donde se dictaron las conductas a seguir entre los bancos centrales de los países. Hoy estas conductas se reflejan en la discusión sobre la autorregulación de los bancos, que es el paradigma que impera desde aquellos años. A esta altura de las circunstancias, Basilea es una institución más importante que el FMI, pero tiene menos prensa.
–¿Es posible una reforma del FMI?
–No creo en la reforma de su pensamiento, para eso debería cambiar su ideología y la de los 3000 economistas que forman parte del FMI. Las reglas de la condicionalidad responden a un paradigma básico, donde su regla principal es la del ajuste para reducir el gasto. El FMI no surgió por casualidad y así seguirá operando. Por eso considero que habría que evitar que el Fondo crezca en importancia. La crisis financiera internacional tomó tal dimensión que lo que se discute realmente son los papeles relativos del Estado y el mercado y el principio de la autorregulación bancaria. Lo del FMI es un tema marginal.
–¿Entonces cuál es el fondo de la discusión dentro del G-20?
–El Banco de Basilea fue creado antes de la Segunda Guerra Mundial, y hoy es una institución similar al G-20 donde se redactan las normas de la banca pública y privada, bajo un eje fundamental: la relación entre el capital y el riesgo. La crisis que se desató a partir de las hipotecas subprime fue porque el sistema financiero privado de los países desarrollados pasó raudamente cualquier frontera de evaluación de riesgo. Se apostó al riesgo. Incluso, se crearon instituciones paralelas a los bancos –como las extintas AFJP en Argentina– que tomaban dinero del público y lo colocaban en el mercado financiero. Por eso la reunión del G-20 busca mirar más allá de Basilea, donde los países están pugnando por liderar una nueva gobernabilidad que asegure el buen funcionamiento del mercado financiero.
–¿Por lo tanto, más que del FMI se trata de cuestionar (o no) los principios de autorregulación de Basilea?
–La autorregulación de los bancos es uno de los grandes problemas del momento. Las últimas noticias sobre la intervención de Estados Unidos en el Citi (convirtió las acciones preferenciales en comunes y pasó a ser el mayor accionista, con derecho a voto) quizá tengan que ver con la preparación táctica para una nueva Basilea. Entonces, creo que las prioridades de los principales países del G-20 pasan primero por la autorregulación bancaria, segundo por las características de la cooperación internacional y, en última instancia, por el nuevo rol que deberán adoptar los organismos internacionales como el FMI o el Banco Mundial.
–¿Cuál es la posición de Europa sobre la autorregulación?
–En comparación con Estados Unidos, Alemania es más intervencionista, aunque dentro de la Unión Europea es el país que más defiende el libre mercado. Mientras que Francia es la que más apuesta a la intervención estatal. Y Estados Unidos quiere salirse simplemente por la tangente. Norteamérica es la fuente del neoliberalismo de los últimos 30 años y así seguirá siendo. Sus paquetes de ayuda están pensados para intervenir en un momento puntual de crisis, para luego retomar la senda del libre mercado. En Europa las condiciones son diferentes, ya que existe una mayor tradición de intervención del Estado.
–¿Y quién ganará esta puja geopolítica?
–Eso es una incógnita, pero los mercados financieros de Estados Unidos perdieron su poder de reclamar la autorregulación del sistema financiero. De todas maneras, creo que insistirá con darles vía libre a sus instituciones financieras, luego de quitar del mercado las hipotecas subprime, a través del llamado “Bad Bank”. No está en sus planes ni nacionalizar ni estatizar la banca. Por otro lado, Alemania también buscará rescatar los activos tóxicos pero con una mayor intervención estatal, como hizo la Alemania occidental cuando absorbió a la Alemania oriental. Y la posición de Francia e Inglaterra es de estatizar ciertos bancos o pugnar porque sus aportes de capital sean con derecho a voto dentro de las instituciones bancarias. En definitiva, dentro del G-20 están en conflicto dos posiciones: una que apuesta nuevamente a la autorregulación del sistema financiero –que ya demostró su fracaso– y la otra que intenta avanzar hacia una verdadera reestructuración de la arquitectura financiera internacional.
–¿Qué cree que hará Obama frente a esa pérdida relativa de poder en la autorregulación de los mercados?
–La respuesta de Obama será fortalecer lo más que pueda al FMI, donde tiene casi un poder total. Es decir, a Estados Unidos es al que le conviene el fortalecimiento del FMI y de ahí sus presiones para que Europa y Japón incrementen sus aportes dentro del organismo. Sin embargo, éste no es el problema central en las discusiones internacionales y Estados Unidos lo sabe.
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