ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
La comprensión del actual proceso económico para la mayoría de la población se hace más compleja porque aquellos que son depositarios del saber en esa materia se dedican a confundir en lugar de explicar la dinámica de una época perturbadora. La confluencia de los opuestos con comportamientos similares deriva en un saldo que no puede ser menos que la desorientación. El Gobierno mantiene una intervención en el Indec que produce informes deslegitimados, mientras que economistas del establishment elaboran índices de escasa a nula rigurosidad, pero que son destacados como válidos por la oposición y gran parte de los medios. De esa manera, el abordaje de la cuestión económica, en un escenario de recesión global, se hace bastante complicado porque no hay referencias estadísticas confiables, que derivan en análisis parciales y exagerados para uno u otro extremo. Entonces las observaciones, que de por sí son sesgadas por genuina convicción de sus autores, ahora son eminentemente de especulación política acomodando las cifras según el interés que se persigue. Los números se van ajustando para terminar siendo funcionales al objetivo político que se quiere alcanzar. Por caso, para el Gobierno no aumentan los precios de los alimentos básicos, suben los salarios y desciende la pobreza, tendencia que dentro de poco derivaría en la desaparición de la indigencia, proceso que demostraría el éxito del actual modelo económico. Por su parte, estudios de la CTA estiman con estadísticas propias un fuerte deterioro de esos indicadores sociales, lo que le permite a esa central sindical convalidar su histórico reclamo de una asignación universal. En tanto, para la Unión Industrial la producción se ha derrumbado según un documento en base a un relevamiento interno que ha exagerado la magnitud de la caída, lo que la habilita a reclamar una devaluación, contención salarial y subsidios.
En esa nebulosa analítica y estadística, resulta evidente que la crisis internacional ha provocado una desaceleración del ritmo de crecimiento económico. El derrumbe del comercio exterior, la recesión en los países centrales y los abultados quebrantos de multinacionales y grandes bancos globales ha impactado en la economía doméstica. La clave se encuentra en aproximarse a la intensidad de ese golpe para no quedar atrapado en juegos de intereses sectoriales o políticos. Ante el torbellino que se precipita en un período de tensión electoral, se necesita una cuota mayor de paciencia para evitar caer en esas trampas. En toda evaluación que pretenda acercarse a la comprensión del actual proceso económico se requiere tomar en cuenta cuál era la tendencia local y su patrón de acumulación predominante, quiénes son los más perjudicados y quiénes pueden eludir el cimbronazo y, además, cuál es la posición relativa respecto de otras economías, primero en relación con las regionales (por la cercanía) y luego con las que son el epicentro de la crisis, Estados Unidos y Europa.
La economía estaba marchando a pasos acelerados por arrastre del impulso a la demanda de 2007, año de elecciones presidenciales, cuando estalla la crisis internacional. Pero el primer golpe a esa dinámica de crecimiento y, por consiguiente, en las expectativas, fue endógeno. La puja distributiva con expresión en alza de precios empezó a incorporar tensiones en la economía. Luego, en enero del año pasado, comenzó una intensa fuga de activos financieros locales, en especial de títulos públicos ajustados por la inflación (CER), debido a que los operadores esperaban cambios en el Indec que no se produjeron. En un marco de clima enrarecido por ese frente financiero, en marzo emerge el conflicto con el sector del campo privilegiado, que derivó en una retracción del nivel de actividad junto a un shock inflacionario por los cortes de rutas, que provocaron desabastecimiento. Desde entonces el escenario quedó cruzado por esa batalla político-mediática que pasó a condicionar el clima económico. Este estuvo golpeado por esa tensión, que expresaba una puja con el poder emergente de la trama multinacional sojera, más que por condiciones materiales propias de la dinámica de la economía. Por lo tanto, la visión edulcorada acerca de esas fuerzas en disputa supone que si se disminuyera la dureza de esa pelea, que se traduce en allanarse al consenso que quieren imponer las corporaciones, se volverían a acomodar las fichas del panorama económico. Se oculta en esa evaluación sin irritación quiénes cargarían con el costo de esa “paz social”: los trabajadores y la clase media preocupada por la calidad institucional mientras le apuntan a su estabilidad.
En esa instancia, en una atmósfera interna dominada por expectativas negativas por la abierta puja distributiva, irrumpió con intensidad la crisis internacional en el último trimestre del año pasado. El canal de transmisión por el frente financiero fue muy leve debido a la desconexión de la economía local del festín especulativo global y a la existencia del dique de contención de las reservas internacionales. Ese desenganche tuvo su origen en el default de la deuda y su posterior reestructuración con quita de capital y extensión del plazo de vencimiento. Pero la crisis comenzó a expresarse en el frente comercial externo con su efecto negativo en la actividad doméstica en sectores muy dependientes de mercados de exportación, como el automotor y el siderúrgico. Esas condiciones externas desfavorables provocaron una fuerte disminución del financiamiento de las operaciones de exportación y la caída de los precios internacionales de las materias primas. En ese contexto, los desequilibrios de la economía brasileña, con una acelerada fuga de capitales que derivó en una fuerte devaluación del real, agregó un potente factor de incertidumbre sobre la economía argentina. Finalmente, otro elemento relevante para aproximarse a los efectos de esta crisis se encuentra en el riesgo extranjero, indicador que es muy elevado en la plaza doméstica por la profunda transnacionalización de la economía. Esa característica incorpora un factor de vulnerabilidad puesto que multinacionales cuyos países de origen están en una grave crisis ajustan estructuras, frenan inversiones y remiten todo excedente de sus filiales a las casas matrices sin importar las condiciones locales de sus respectivos mercados.
En ese complicado y complejo panorama, la economía argentina se encuentra en mejores condiciones relativas en relación con otras de la región. También se presenta en una mejor situación respecto de las predominantes en los países centrales. Este cuadro no tan negativo se origina en la desconexión financiera, en que parte importante de las exportaciones son materias primas, que luego del shock bajista inicial sus cotizaciones han empezado a recuperarse, y a la voluntariosa estrategia oficial de defensa del mercado interno vía mantenimiento del poder adquisitivo y preservación del empleo.
De ese modo, la economía doméstica se ubica en una posición relativa un poco menos apremiante para transitar años complicados a nivel internacional, lo que no significa un horizonte tranquilo. Sin embargo, por diversas razones, que reconocen su nacimiento en una puja distributiva y en la afectación de intereses del poder económico (por ejemplo, el fin del negocio de las AFJP), el clima económico ha quedado contaminado por variadas y confusas exageraciones.
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