ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
“La posibilidad de error del FMI es muy grande”, afirmó el funcionario. “En muchas ocasiones las previsiones del FMI se han equivocado y han sido erróneas”, agregó. Para concluir que “tenemos nuestras previsiones, que son en las que creemos”. Esas críticas demoledoras a la tarea de esa institución financiera internacional no fueron pronunciadas por un país periférico que ha padecido por décadas su receta del fracaso, sino por uno europeo. El ministro y vicepresidente tercero del gobierno español, Manuel Chaves, salió así al cruce de la visión pesimista de la tecnoburocracia del Fondo que estima que la economía ibérica seguirá en recesión el año próximo, mientras el resto de la Eurozona regresará a la senda del crecimiento. A mediados de semana, el FMI presentó en Estambul, Turquía, las “Previsiones Económicas Mundiales” en el marco de la reunión anual junto al Banco Mundial.
La difusión de ese documento, con las características de siempre en cuanto al análisis de las economías dentro de la corriente del pensamiento ortodoxo, expone que poco y nada ha cambiado del funcionamiento del relegitimado organismo multilateral por parte del G-20.
La experiencia argentina de la década del noventa con su estallido de 2001 colocó al FMI en el centro de las críticas políticas y académicas. Su intervención en esa debacle fue el epílogo a otras varias a lo largo de esos años que también terminaron en profundos desórdenes económico-sociales. Su papel en la estructura financiera internacional empezó a ser cuestionado, y su desprestigio se profundizó. La evaluación más contundente sobre Fracasos Múltiples Internacionales la realizó en 2001 la Oficina General de Contabilidad (GAO, en inglés), órgano investigador del Congreso de Estados Unidos, que sentenció: “Las Previsiones Económicas Mundiales –el principal documento de pronósticos del FMI– no es confiable para anticipar las crisis”. La conclusión de ese estudio fue impactante: “De 134 recesiones económicas ocurridas en 87 países emergentes entre 1991 y 2001, el Fondo Monetario Internacional sólo predijo 15”.
Como si nada hubiera pasado, el FMI manejado por el socialista francés Dominique Strauss-Khan reitera la práctica de difundir pronósticos elaborados por su staff de técnicos formados en la escuela del neoliberalismo. Para Latinoamérica afirma que el empuje brasileño permitirá a la región crecer en promedio 2,9 por ciento, privilegiando obviamente a las economías con políticas ortodoxas (Chile y Perú). Respecto de la economía argentina, destaca que este año registrará la peor performance luego de la de México, y que para 2010 sólo avanzará 1,5 por ciento. Ecuador también tendrá ese mediocre comportamiento. Y Venezuela será la otra economía con peor desempeño, siguiendo con signo negativo durante el año próximo. Cualquier sospecha de estimaciones realizadas con anteojeras ideológicas por parte del FMI es simplemente un prejuicio “populista”.
La evidencia empírica ofrece elementos aún más categóricos de esa inconsistencia técnica dominada por definiciones políticas conservadoras. En la edición de Página/12 del viernes pasado, David Cufré presentó un detalle revelador sobre los pesimistas pronósticos del FMI sobre la economía argentina y el resultado efectivo:
- 2003: pronosticó un crecimiento del 3,0 por ciento y fue 8,8.
- 2004: estimó un avance del PIB del 5,5 por ciento y fue 9,0.
- 2005: calculó un saldo positivo de la economía de 6,0 por ciento y fue 9,2.
- 2006: vaticinó un crecimiento de 7,3 por ciento y fue 8,5.
- 2007: predijo un comportamiento favorable de 7,5 por ciento y fue 8,7.
- 2008: estimó 6,5 por ciento y fue 6,8, siendo ésta la brecha más pequeña de esta serie gracias a la colaboración de la crisis internacional –que el Fondo no previó– que empezó a afectar a la economía doméstica en la segunda mitad del año.
Los constantes errores de predicción han dejado su huella. Lo grave no ha sido tanto la existencia de éstos, sino el olvido sistemático de los errores pasados cuando se establecen los nuevos pronósticos. Cuanto más estrepitosos son sus fracasos, más triunfantes se muestran. El error ha sido tan frecuente que bien podría acabar por presentarse como una de las principales características de sus predicciones. Un didáctico ejercicio podría determinar cuánto agregan en la incertidumbre de los protagonistas de la economía tantos pronósticos pesimistas –y equivocados– de los últimos años y, por lo tanto, los costos asociados a ese escepticismo.
Con esa reiterada suficiencia, el número uno del FMI anunció en el encuentro de Estambul el fin de la recesión. Ante la irrupción de “brotes verdes”, como definen los economistas del establishment los síntomas de recuperación, Strauss-Khan afirmó que “luego de una profunda recesión global, el crecimiento económico se ha vuelto positivo, con una amplia intervención pública que sostuvo la demanda y redujo la incertidumbre y el riesgo sistémico en los mercados financieros”. Esa afirmación es el reconocimiento de que la economía global evitó la depresión siguiendo el camino opuesto de los consejos del FMI, que pese a todo hoy sigue imponiendo en su receta del ajuste a los países en la cornisa que firman acuerdos de asistencia financiera.
Sin embargo, esa definición del fin de la recesión no tiene su reflejo en la situación laboral, aspecto que como se sabe no forma parte de la evaluación tecnocrática del FMI. La tasa de desempleo de la Eurozona formado por 16 de los 27 países integrantes de la Unión Europea sigue subiendo, alcanzando en agosto el 9,6 por ciento, representando el mayor nivel desde marzo de 1999. España lidera ese ranking con un desempleo del 18,9 por ciento. En Estados Unidos esa tasa trepó al 9,8 por ciento en septiembre, la tasa más elevada desde junio de 1983. En tanto, la Cepal estimó que la desocupación en América latina y el Caribe se ubicaría este año en 8,5 por ciento, un punto más que en 2008. El director general de la OIT, Juan Somavia, planteó que “hoy el desempleo permanece masivo como consecuencia de la crisis. Si las medidas especiales tomadas pierden fuerza o son suspendidas demasiado pronto, la crisis del empleo podría empeorar aún más. Las personas en el mundo, y en particular los más vulnerables y en situación de desventaja, no percibirán que la crisis está disminuyendo hasta que no tengan un trabajo decente o un piso mínimo de protección social”. Este zapatazo al FMI ha tenido más puntería que el del estudiante turco.
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